miércoles, 17 de noviembre de 2021

Gredos: la nefasta privatización de la seguridad en un espacio natural de titularidad pública

Gredos, espinazo de Castilla, en palabras de Miguel de Unamuno

 

Es preocupante que se haya confiado la seguridad de los espacios naturales de titularidad pública a empresas privadas. Máxime cuando sus empleados no tienen la formación necesaria para respetar los derechos más elementales del visitante que se adentra en estos espacios siguiendo la huella y el espíritu de Miguel de Unamuno. 


Sin lugar a dudas, si algún cantor de la sierra de Gredos se hizo acreedor del laurel ese fue don Miguel de Unamuno. Nadie como él supo plasmar ese doble sentimiento que nos conmueve e intimida a la vez al contemplar la belleza severa de los rotundos roquedos graníticos, las solitarias lagunas glaciares, las profundas gargantas y las agrestes cumbres no siempre sencillas de ascender. Paisajes que dejaron una huella indeleble en la obra del gran escritor y filósofo afincado en Salamanca de cuya universidad fue rector.

En Paisajes del alma escribe: "¡Visión eterna la de Gredos! Eterna, sí; y no porque haya de durar por siempre —¿la llevaré conmigo bajo tierra cuando me arrope para el sueño final en ella? —, sino porque está fuera del tiempo, fuera del pasado y del futuro, en el presente  inmóvil, en la eternidad viva. ¡Visión eterna la de Gredos! [...] Y me acuerdo de Gredos. Y siento la morriña de la eternidad, de lo que dura por debajo de la historia, de lo que no vive, sino que vivifica. Porque Gredos es lo eterno..."

La Institución Libre de Enseñanza y su figura más relevante, Francisco Giner de los Ríos, representan en España el precedente de la llamada Generación del 98 en lo que a la importancia otorgada a la experiencia viajera y excursionista se refiere. Giner, en Guadarrama, y Unamuno, en Gredos, compartieron el afán excursionista como modo de hacer geografía viva y de conocer el cuerpo físico del país. Ambos entienden que el contacto con la naturaleza es la mejor escuela para la formación del individuo.

Predicando con el ejemplo, don Miguel no se limitó a contemplar la sierra desde la Salamanca. Se calzó las botas y como él mismo nos cuenta en Andanzas y visiones españolas: "He estado hace pocos días en los altos de la sierra de Gredos, espinazo de Castilla; he acampado dos noches a dos mil quinientos metros de altura, sobre la tierra y bajo el cielo; he trepado al montón de piedras que sustenta al risco de Almanzor; he descansado al pie de un ventisquero contemplando el imponente espectáculo del anfiteatro que ciñe a la laguna grande de Gredos, y viendo el Ameal de Pablo levantarse como el ara gigante de Castilla […] Traigo el alma llena de la visión de las cimas del silencio y de paz y de olvido".  

Experiencias como esta inspiran ese potente poema dedicado a Gredos del que recojo este fragmento:

¡Solo aquí en la montaña,

solo aquí con mi España

—la de mi ensueño—,

cara al rocoso gigantesco Ameal,

aquí mientras doy huelgo a Clavileño,

con mi España inmortal!

Es la mía, la mía, sí, la de granito

que alza al cielo infinito,

ceñido en virgen nieve de los cielos,

su fuerte corazón,

un corazón de roca viva

que arrancaron de tierra los anhelos

de la eterna visión.

El acceso de estos tempranos excursionistas ilustrados hasta ese "corazón de roca viva" se realizó por las gargantas serranas de la vertiente norte, como las que desembocan en Bohoyo y Aliseda de Tormes. Precisamente por una de ellas, la garganta de la Solana, discurre una senda a Cinco Lagunas denominada la Ruta de Unamuno. 

Hace unos días, un par de amigos y yo mismo, imbuidos de ese espíritu de la Institución Libre de Enseñanza, nos internamos por esas gargantas durante un par de jornadas, al final de la cuales encontramos refugio para pasar las gélidas noches en los rústicos chozos de pastores de la Pascuala y Regajos Largos. A este escribidor no le duelen prendas a la hora de reconocer la positiva labor efectuada por el Parque Regional de cara a rehabilitar estos vetustos abrigos sin perder su estructura tradicional. Ofreciendo así al montañista un refugio tan espartano como seguro en caso de inclemencia meteorológica.

Mucho más criticable es que, al aire de las nefastas corrientes de pensamiento contrarias al predominio de lo público, se haya producido una privatización parcial de los servicios de vigilancia de parques. En detrimento de la demostrada profesionalidad de los miembros de la tradicional guardería de caza y medioambiente, ahora la vigilancia ha sido confiada a Eulen, una empresa de servicios inicialmente de limpieza, que valiendo lo mismo para un roto que para un descosido, hoy presta una discutible "seguridad privada" similar a la existente en bancos, estaciones de autobuses, ferrocarril, metro, etc.

No quiero ni imaginar lo que habría dicho el ínclito don Miguel si, al regreso de una de sus excursiones por el espinazo de Castilla, se hubiera visto tratado como un cazador furtivo. Como nos sucedió a nosotros en el curso de un desagradable incidente con estos empleados de Eulen. El caso es que, desde Aliseda de Tormes, cruzado el puente sobre el río, una pista muy accesible permite subir en coche unos cuatro km por la garganta de la Solana. Por ella habíamos iniciado la excursión, dejando el vehículo aparcado en el evidente rellano que hay antes de llegar al Carbonero.

Pues bien, acabada la excursión, durante el retorno por la pista nos topamos con un vehículo tripulado por un par de vigilantes ataviados con unos uniformes de dudosa estética a medio camino entre el estilo Coronel Tapioca y el de jugadores de paintball. En efecto, los dibujos de camuflaje de sus chaquetas parecían más propios para desenvolverse en los áridos desiertos del Sahel que entre los austeros breñales de oscura tonalidad propia del piornal y el granito meteorizado que caracterizan el paisaje de Gredos. Para que no quedase duda sobre el origen de tamaña tropelía estética, lucían distintivos de la mentada empresa Eulen.

Al llegar a su altura, uno de ellos levanta la mano en señal de alto y le espeta a mi amigo, en ese momento al volante del coche: "Déjeme la documentación". Así, con aire autoritario y sin saludar o comentar siquiera el buen tiempo que hace, socorrida forma de romper el hielo tanto en un ascensor como en una pista forestal.

Ante tal insólito requerimiento al interpelado no le quedó otro remedio que responder con una negativa tan rotunda como educada. Acto seguido, los tres integrantes de la excursión echamos pie a tierra y conminamos a estos individuos a que, si había algo que aclarar, llamasen a la Guardia Civil, única autoridad cuya competencia en el ámbito rural reconocemos a efectos de solicitar la identidad de un ciudadano. Si el Estado quiere saber quién soy, que venga con la fuerza y apariencia de Leviatán (non est potestas super terram quae comparetur, en la caracterización de Thomas Hobbes) y no con payasadas.

No les quedó otro remedio a los andobas que cursar el aviso, no sin retrucar con sorna y a modo de amenaza: "Sí, sí, van a venir y se lo van a explicar". Al parecer, entre los presuntos delitos que pretendían imputarnos, aparte de la sospecha de furtivismo, estaba la de haber entrado con el vehículo por una pista por la que tan sólo pueden circular vehículos autorizados.

La tarde empezó a caer y tuvimos que abrigarnos mientras aguardábamos la llegada de Leviatán, que al fin se materializó en un coche de la Guardia Civil con dos agentes de este cuerpo del Estado. Al contrario, que los chulescos vigilantes, lo primero que hicieron fue saludar y dirigirse a nosotros provistos de las preceptivas mascarillas propias de la situación pandémica. Ante la insinuación de furtivismo por parte de los de Eulen, los agentes efectuaron un registro tanto del coche como de nuestras mochilas, comportándose en todo momento de forma correcta y llegando incluso a pedir disculpas por las molestias. Pues resulta obvia la improbabilidad de que una mochila de montaña pueda ocultar alguna voluminosa pieza procedente de una actividad cinegética. O que un auténtico furtivo sea tan incauto como para bajar por la pista a plena luz del día. 

El incidente terminó con una cordial despedida a los agentes de la Ley, que reconocieron que ni siquiera procedía cursar una denuncia por haber entrado en la pista, ya que al comienzo de la misma no existe ningún cartel que prohíba el paso de manera explícita. De hecho, la única advertencia en este sentido se refiere a la prohibición de recolectar setas sin permiso.

Aunque el colofón más apropiado del sainete hubiera sido obsequiar con un corte de mangas a los de Eulen por su carencia de maneras y falta de perspicacia para diferenciar a un excursionista de un furtivo, nos abstuvimos caritativamente de hacerlo, pues, ya que hablamos de Salamanca, como dice el proverbio Quod natura non dat, Salmantica non præstat.(*)

En cualquier caso, aunque situaciones como esta nos obliguen a perder un tiempo precioso, resulta un deber cívico dejarles claro a esta parva de vigilantes privados, que ha proliferado como hongos en cualquier ámbito, cuáles son los límites de sus atribuciones. Entre ellas, no se encuentra en absoluto la potestad de exigir la identificación a un ciudadano y menos con esos aires chulescos que suelen gastarse tales empleados.

Bonito estaría que mientras una mayoría ciudadana solicitamos la derogación de la llamada Ley Mordaza, que deposita un exceso de atribuciones en los agentes policiales, fuésemos a tragar con el matonismo de quienes, a fuerza de actuaciones como la que acabamos de contar, se han ganado a pulso el despectivo calificativo de seguratas.


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(* Lo que natura no da, Salamanca no lo enseña).


Única señal de prohibición existente en la entrada a la pista de Garganta de la Solana



lunes, 1 de noviembre de 2021

Facturas online, ¿truco o trato?

 Cuando depositamos los residuos sólidos urbanos en los correspondientes contenedores entregamos gratis et amore una valiosa materia prima a los fabricantes de envases reciclados. Y no solo lo hacemos a coste cero, sino que, además, efectuamos la tarea de separarlos. Un negocio redondo para los fabricantes a costa de un trabajo no remunerado. Lo cual merece una reflexión.


Más cómoda, rápida y en un solo clic: ¡Pásate a factura online! Con señuelos de este tenor intentan convencerme las distintas compañías telefonía, gas, electricidad, etc. con las que tengo contratado estos  servicios de suministro para que abandone la tradicional factura en papel que me empeño en mantener. Con la factura online todo es más fácil y ayudas al planeta, continúa el canto de sirena comercial. 

De entrada, digamos que el planeta no necesita para nada de mi ayuda, quien realmente necesitamos que se adopten drásticas medidas somos los seres vivos que habitamos la Tierra. Una de cuyas especies, la humana, está tratando su medio natural como si fuera un váter, según la gráfica expresión del secretario general de la ONU, Antonio Guterres, en la apertura de la Cumbre de Glasgow sobre el Clima.

Admito que a las ventajas operativas, podríamos añadir los teóricos beneficios medioambientales de la factura online: ahorro de papel y energía consumida en el envío. Teóricos, digo, porque no tengo a mano el balance energético de tal ahorro para saber si compensa el consumo de energía de los gigantescos servidores que canalizan el ingente tráfico de datos, a los que hay que añadir e que hace funcionar mi propio ordenador personal. Y en cuanto a ese mensaje subliminal de 'salvemos los bosques', por lo que a mi factura respecta bien salvados están, puesto que, una vez comprobadas y archivadas durante un tiempo, me desprendo de mis facturas en el contenedor del papel usado de la esquina. 

Lo que sí es un hecho cierto es que dejar de enviar por correo postal una factura en papel supone un ahorro de coste para las empresas en cuestión. Pero, curiosamente, a ninguna de ellas se le ha ocurrido añadir a las pregonadas ventajas otro seductor incentivo: descontarme ese ahorro del importe de mi factura; o al menos, compartirlo. Mitá pa tì, mitá pa mí.

Por lo demás, me considero un ciudadano tan ejemplar como pringao ya que, al depositar mis residuos urbanos en los correspondientes contenedores, entrego gratis et amore una materia prima a coste cero a los fabricantes de envases plásticos, de vidrio o de papel reciclado. 

¿Qué maravillosa alquimia ideológica ha obrado en este proceso de eliminación de residuos para que yo haya renunciado a obtener una parte de beneficio, por mínima que fuera?

Tengo edad suficiente para recordar que, siendo niño, una forma de obtener una eventual propinilla consistía en guardar los periódicos atrasados de la casa, atar una pila de ellos con un cordel y llevarlos al chatarrero, que los pesaba y me daba unas monedas por ellos. Y tampoco son tan lejanos los tiempos en que, siendo ya adulto, la compra de bebidas embotelladas –cervezas, refrescos, etc.— tenía un precio distinto si se adquiría tal cual o si se entregaba en la tienda el envase vacío, el 'casco', cuyo importe era descontado del precio de venta.

Pues bien, hoy en día, en el mundo feliz de la economía neoliberal cuya liturgia venera el precio de las cosas, esa compensación por el valor de los residuos se ha esfumado como por arte de magia. En aras de la responsabilidad medioambiental, la mayor parte de la ciudadanía entrega a coste cero unos envases que no sólo poseen un valor como materia prima, sino que, además, nos fueron y nos vuelven a a ser repercutidos en el precio de compra del nuevo producto envasado.

Si afinamos la perspectiva, podremos advertir un detalle nada insignificante: con el reciclaje doméstico, no sólo regalamos materia prima, hecho que hasta tendría un pase bajo el criterio de 'total, lo iba a tirar de todas formas'. Además, y esto es lo relevante, efectuamos el trabajo de separarlos.

A través de esta alquimia ideológica se ha conseguido que nadie repare en esa productividad oculta que aporta cada persona cuando desempeña el papel de prosumidor (productor-consumidor). Es decir, el actor económico que, al adquirir un bien o servicio, desarrolla alguna fase de su proceso de producción.

Es lo que sucede en la separación de los residuos urbanos, que en caso de que fueran arrojados en bruto al cubo de la basura tendrían que ser clasificados por operarios retribuidos con un salario.

El sistema do it yourself (hágalo usted mismo) surgido inicialmente para abaratar costes a través de las pequeñas reparaciones caseras, se ha extendido como mancha de aceite que abarca una infinidad de tareas que delegan la ejecución de una parte del trabajo en el consumidor, ahorrando así costes de mano de obra en autoservicios tales como hipermercados, gasolineras o cajeros bancarios automáticos. En ellos el prosumidor trabaja gratis en beneficio del vendedor. Algo similar ocurre en los procesos de compra online de productos o servicios que realizamos desde nuestros ordenadores o teléfonos móviles personales. Por no hablar del trabajo en calidad de pseudoempleados  bancarios efectuado al realizar transferencias y otras operaciones desde el portal informático que da acceso a las cuentas bancarias personales.

A resultas de todo ello, las grandes empresas optimizan beneficios a costa de reducir sus plantillas de empleados. Entonces, ¿no deberíamos exigirles una mayor aportación a la cobertura de los distintos servicios del Estado del Bienestar? Comenzando por el sistema de pensiones, al que deberían cotizar también las máquinas que sustituyen empleo.  

Naturalmente, esto implica un gran debate social que tenga su reflejo en la acción política. Pero, mientras tanto, a nivel individual, en nuestra relación con las empresas, una vez descubierto el truco parece obligado proponer: ¿hacemos un trato? 

Por ejemplo: si no pagas, no separo.

Variante: si pago no separo.