lunes, 1 de noviembre de 2021

Facturas online, ¿truco o trato?

 Cuando depositamos los residuos sólidos urbanos en los correspondientes contenedores entregamos gratis et amore una valiosa materia prima a los fabricantes de envases reciclados. Y no solo lo hacemos a coste cero, sino que, además, efectuamos la tarea de separarlos. Un negocio redondo para los fabricantes a costa de un trabajo no remunerado. Lo cual merece una reflexión.


Más cómoda, rápida y en un solo clic: ¡Pásate a factura online! Con señuelos de este tenor intentan convencerme las distintas compañías telefonía, gas, electricidad, etc. con las que tengo contratado estos  servicios de suministro para que abandone la tradicional factura en papel que me empeño en mantener. Con la factura online todo es más fácil y ayudas al planeta, continúa el canto de sirena comercial. 

De entrada, digamos que el planeta no necesita para nada de mi ayuda, quien realmente necesitamos que se adopten drásticas medidas somos los seres vivos que habitamos la Tierra. Una de cuyas especies, la humana, está tratando su medio natural como si fuera un váter, según la gráfica expresión del secretario general de la ONU, Antonio Guterres, en la apertura de la Cumbre de Glasgow sobre el Clima.

Admito que a las ventajas operativas, podríamos añadir los teóricos beneficios medioambientales de la factura online: ahorro de papel y energía consumida en el envío. Teóricos, digo, porque no tengo a mano el balance energético de tal ahorro para saber si compensa el consumo de energía de los gigantescos servidores que canalizan el ingente tráfico de datos, a los que hay que añadir e que hace funcionar mi propio ordenador personal. Y en cuanto a ese mensaje subliminal de 'salvemos los bosques', por lo que a mi factura respecta bien salvados están, puesto que, una vez comprobadas y archivadas durante un tiempo, me desprendo de mis facturas en el contenedor del papel usado de la esquina. 

Lo que sí es un hecho cierto es que dejar de enviar por correo postal una factura en papel supone un ahorro de coste para las empresas en cuestión. Pero, curiosamente, a ninguna de ellas se le ha ocurrido añadir a las pregonadas ventajas otro seductor incentivo: descontarme ese ahorro del importe de mi factura; o al menos, compartirlo. Mitá pa tì, mitá pa mí.

Por lo demás, me considero un ciudadano tan ejemplar como pringao ya que, al depositar mis residuos urbanos en los correspondientes contenedores, entrego gratis et amore una materia prima a coste cero a los fabricantes de envases plásticos, de vidrio o de papel reciclado. 

¿Qué maravillosa alquimia ideológica ha obrado en este proceso de eliminación de residuos para que yo haya renunciado a obtener una parte de beneficio, por mínima que fuera?

Tengo edad suficiente para recordar que, siendo niño, una forma de obtener una eventual propinilla consistía en guardar los periódicos atrasados de la casa, atar una pila de ellos con un cordel y llevarlos al chatarrero, que los pesaba y me daba unas monedas por ellos. Y tampoco son tan lejanos los tiempos en que, siendo ya adulto, la compra de bebidas embotelladas –cervezas, refrescos, etc.— tenía un precio distinto si se adquiría tal cual o si se entregaba en la tienda el envase vacío, el 'casco', cuyo importe era descontado del precio de venta.

Pues bien, hoy en día, en el mundo feliz de la economía neoliberal cuya liturgia venera el precio de las cosas, esa compensación por el valor de los residuos se ha esfumado como por arte de magia. En aras de la responsabilidad medioambiental, la mayor parte de la ciudadanía entrega a coste cero unos envases que no sólo poseen un valor como materia prima, sino que, además, nos fueron y nos vuelven a a ser repercutidos en el precio de compra del nuevo producto envasado.

Si afinamos la perspectiva, podremos advertir un detalle nada insignificante: con el reciclaje doméstico, no sólo regalamos materia prima, hecho que hasta tendría un pase bajo el criterio de 'total, lo iba a tirar de todas formas'. Además, y esto es lo relevante, efectuamos el trabajo de separarlos.

A través de esta alquimia ideológica se ha conseguido que nadie repare en esa productividad oculta que aporta cada persona cuando desempeña el papel de prosumidor (productor-consumidor). Es decir, el actor económico que, al adquirir un bien o servicio, desarrolla alguna fase de su proceso de producción.

Es lo que sucede en la separación de los residuos urbanos, que en caso de que fueran arrojados en bruto al cubo de la basura tendrían que ser clasificados por operarios retribuidos con un salario.

El sistema do it yourself (hágalo usted mismo) surgido inicialmente para abaratar costes a través de las pequeñas reparaciones caseras, se ha extendido como mancha de aceite que abarca una infinidad de tareas que delegan la ejecución de una parte del trabajo en el consumidor, ahorrando así costes de mano de obra en autoservicios tales como hipermercados, gasolineras o cajeros bancarios automáticos. En ellos el prosumidor trabaja gratis en beneficio del vendedor. Algo similar ocurre en los procesos de compra online de productos o servicios que realizamos desde nuestros ordenadores o teléfonos móviles personales. Por no hablar del trabajo en calidad de pseudoempleados  bancarios efectuado al realizar transferencias y otras operaciones desde el portal informático que da acceso a las cuentas bancarias personales.

A resultas de todo ello, las grandes empresas optimizan beneficios a costa de reducir sus plantillas de empleados. Entonces, ¿no deberíamos exigirles una mayor aportación a la cobertura de los distintos servicios del Estado del Bienestar? Comenzando por el sistema de pensiones, al que deberían cotizar también las máquinas que sustituyen empleo.  

Naturalmente, esto implica un gran debate social que tenga su reflejo en la acción política. Pero, mientras tanto, a nivel individual, en nuestra relación con las empresas, una vez descubierto el truco parece obligado proponer: ¿hacemos un trato? 

Por ejemplo: si no pagas, no separo.

Variante: si pago no separo.




 

1 comentario:

  1. En un momento que se da por hecho un déficit mundial de aluminio, vemos cientos de latas tiradas en el campo y playas mientras ecoembes espera que se las entreguemos gratis. Algo que no ocurre en los países llamados de nuestro entorno por nuestros políticos y periodistas cuando necesitan señalarnos con el dedo, mientras estos defensores de la propiedad privada, después de cobrarte la lata te la demandan gratis..........

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