El neoliberalismo, doctrina creada por los bien pagados marmitones que trabajan en las cocinas de los think tanks subvencionados por el mundo de los negocios ensalza la fábula del mercado como supremo organizador de la vida de las personas. Friedrich von Hayek, detractor de toda forma de socialismo y planificación de la economía, Ludwig von Mises y el inspirador de la escuela monetarista de Chicago, Milton Friedman, proporcionaron el fondo teórico. Aprovechando que Hayek vuelve a ser un éxito de ventas, debería ser leído sin prejuicios, comprobando que es partidario de proporcionar a todo el mundo un ingreso básico: lo que hoy llamamos Renta Básica de Ciudadanía.
Aderezando las ideas de estos economistas con apropiadas dosis de darwinismo social, los bien pagados cocineros se sacaron del mandil el neoliberalismo. Un plato de nouvelle cuisine para ricos que tenía la ventaja de aprovechar el viejo y proverbial caldo de la tacañería y servirlo con tres ingredientes novedosos: liberalización, privatización y desregulación.
Liberalización no debe confundise con liberación: acción y efecto de liberar, es decir, poner en libertad, hacer que alguien o algo quede libre. Liberalizar significa, lisa y llanamente, adaptar las cosas a lo que propugna la doctrina económica del neoliberalismo, que preconiza levantar las restricciones estatales que regulan una determinada actividad.
Privatización equivale a traspasar la titularidad de los bienes de carácter público al capital privado con el argumento de que la iniciativa privada gestiona los asuntos económicos con mayor eficacia que el Estado. Se oculta celosamente que, cuando un servicio adquiere carácter de negocio, sólo se presta a aquellos que pueden pagarlo, de manera que la privatización de servicios esenciales como la sanidad, la educación o las pensiones de jubilación rompe la igualdad de oportunidades para todos los ciudadanos. La política de privatizaciones roza el latrocinio organizado.
Desregulación significa suprimir las intervenciones administrativas o legales que regulan un ámbito determinado de la actividad social o económica. Una construcción ideológica viciada, que acaba mordiéndose la cola como una pescadilla. En general, cuando el discurso político habla de desregular alguna cosa, el objetivo suele ser la remuneración o condiciones de los trabajadores (salarios directos, subsidios por desempleo o pensiones) o los servicios públicos.
Según las listas de éxitos que publican Amazon y Barnes&Noble, las dos mayores librerías del mundo en Internet, el libro más comprado en la última semana es la última edición de Camino de servidumbre, (The Road to Serfdom) de Friedrich A. Hayek, que se publicó por primera vez en 1944.
En esta obra, de obligada referencia para los entusiastas del neoliberalismo, Friedrich A. Hayek (1899-1992), Nobel de Economía en 1974, realiza una durísima crítica contra todo tipo de planificación económica, que en su opinión significa el fin de la libertad individual. Sin embargo, Hayek, que no sucumbe a la ingenuidad de identificar libertad económica con libertad efectiva, piensa que una sociedad que ha alcanzado un elevado nivel de riqueza, puede perfectamente ofrecer la garantía de un sustento mínimo para todos. Sin que ello ponga en peligro la libertad general.
Lean a Hayek, por favor:
Igual que la espuria "libertad económica", y con más justicia, la seguridad económica se presenta a menudo como una indispensable condición de la libertad efectiva. Eso es, en un sentido, tan cierto como importante. [...] Será bueno contraponer desde un principio las dos clases de seguridad: la limitada, que pueden alcanzar todos y que, por consiguiente, no es un privilegio sino un legítimo objeto de deseo, y la seguridad absoluta, que en una sociedad libre no pueden lograr todos, y que no debe concederse como un privilegio —excepto en unos cuantos casos especiales, como el de la judicatura, donde una independencia completa es de extraordinaria importancia—. Estas dos clases de seguridad son: la primera, la seguridad contra una privación material grave, la certidumbre de un determinado sustento mínimo para todos, y la segunda, la seguridad de un determinado nivel de vida o de la posición que una persona o grupo disfruta en comparación con otros. O, dicho brevemente, la seguridad de un ingreso mínimo y la seguridad de aquel ingreso concreto que se supone merecido por una persona. [...] No hay motivo para que una sociedad que ha alcanzado un nivel general de riqueza como el de la nuestra, no pueda garantizar a todos esa primera clase de seguridad sin poner en peligro la libertad general.
Pues bien, esa es precisamente la propuesta de la Renta Básica de Ciudadanía, de la que ya he hablado en este blog, y que tendré el placer de exponer hoy viernes, a las 20h en el Instituto de Estudios Transnacionales de Córdoba.
Liberalización no debe confundise con liberación: acción y efecto de liberar, es decir, poner en libertad, hacer que alguien o algo quede libre. Liberalizar significa, lisa y llanamente, adaptar las cosas a lo que propugna la doctrina económica del neoliberalismo, que preconiza levantar las restricciones estatales que regulan una determinada actividad.
Privatización equivale a traspasar la titularidad de los bienes de carácter público al capital privado con el argumento de que la iniciativa privada gestiona los asuntos económicos con mayor eficacia que el Estado. Se oculta celosamente que, cuando un servicio adquiere carácter de negocio, sólo se presta a aquellos que pueden pagarlo, de manera que la privatización de servicios esenciales como la sanidad, la educación o las pensiones de jubilación rompe la igualdad de oportunidades para todos los ciudadanos. La política de privatizaciones roza el latrocinio organizado.
Desregulación significa suprimir las intervenciones administrativas o legales que regulan un ámbito determinado de la actividad social o económica. Una construcción ideológica viciada, que acaba mordiéndose la cola como una pescadilla. En general, cuando el discurso político habla de desregular alguna cosa, el objetivo suele ser la remuneración o condiciones de los trabajadores (salarios directos, subsidios por desempleo o pensiones) o los servicios públicos.
Según las listas de éxitos que publican Amazon y Barnes&Noble, las dos mayores librerías del mundo en Internet, el libro más comprado en la última semana es la última edición de Camino de servidumbre, (The Road to Serfdom) de Friedrich A. Hayek, que se publicó por primera vez en 1944.
En esta obra, de obligada referencia para los entusiastas del neoliberalismo, Friedrich A. Hayek (1899-1992), Nobel de Economía en 1974, realiza una durísima crítica contra todo tipo de planificación económica, que en su opinión significa el fin de la libertad individual. Sin embargo, Hayek, que no sucumbe a la ingenuidad de identificar libertad económica con libertad efectiva, piensa que una sociedad que ha alcanzado un elevado nivel de riqueza, puede perfectamente ofrecer la garantía de un sustento mínimo para todos. Sin que ello ponga en peligro la libertad general.
Lean a Hayek, por favor:
Igual que la espuria "libertad económica", y con más justicia, la seguridad económica se presenta a menudo como una indispensable condición de la libertad efectiva. Eso es, en un sentido, tan cierto como importante. [...] Será bueno contraponer desde un principio las dos clases de seguridad: la limitada, que pueden alcanzar todos y que, por consiguiente, no es un privilegio sino un legítimo objeto de deseo, y la seguridad absoluta, que en una sociedad libre no pueden lograr todos, y que no debe concederse como un privilegio —excepto en unos cuantos casos especiales, como el de la judicatura, donde una independencia completa es de extraordinaria importancia—. Estas dos clases de seguridad son: la primera, la seguridad contra una privación material grave, la certidumbre de un determinado sustento mínimo para todos, y la segunda, la seguridad de un determinado nivel de vida o de la posición que una persona o grupo disfruta en comparación con otros. O, dicho brevemente, la seguridad de un ingreso mínimo y la seguridad de aquel ingreso concreto que se supone merecido por una persona. [...] No hay motivo para que una sociedad que ha alcanzado un nivel general de riqueza como el de la nuestra, no pueda garantizar a todos esa primera clase de seguridad sin poner en peligro la libertad general.
Pues bien, esa es precisamente la propuesta de la Renta Básica de Ciudadanía, de la que ya he hablado en este blog, y que tendré el placer de exponer hoy viernes, a las 20h en el Instituto de Estudios Transnacionales de Córdoba.
¡cagoenlá! a buena hora me entero... de la cita, ¿de la de Hayek? ¡noooo... de tu "exposición" del viernes -pasado-, en el Instituto de Estudios Transnacionales de Córdoba.
ResponderEliminarNecesitamos desarrollar, comprender, analizar, valorar esto de la Renta Básica en la provincia de Cádiz. Me queda una duda, con renta básica y sin estado de derecho, es decir habría que "pagarse" todas las necesidades???
ResponderEliminarMe refiero a las necesidades básica, (vivienda, sanidad, educación..)
Me cuesta comprender esta estrategia, de desmantelamiento capitalista. porque no se si al final seremos una inmesa mayoría de pobres y miserables, y un mínimo absoluto de ricos abundantes.
?¿?
Y entre tanto debate sobre mercado, reforma laboral, huelga general que considero que es como un circulo sinfin que por más interés que se ponga no le vemos soluciones ¿cuando algunos de los dirigentes politicos de izquierdas comenzaran a hablar de cosas que si seria una verdadera reforma laboral, como la conciliacion de la vida laboral y personal? Jornadas más cortas, facilidad de horarios....
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