domingo, 30 de abril de 2023

Los idiotas climáticos nos conducen a estrellarnos contra un muro


Mapa de riesgo de incendios última semana de abril. Aemet


Es como si condujéramos un vehículo que llevase un remolque unido por un elástico, nos gusta acelerar porque es divertido, pero el elástico se ha tensado, de modo que tenemos que acelerar aún más para evitar que el remolque se incruste por detrás; de pronto, descubrimos que el camino está cortado por un muro de ladrillos que se alza ante nosotros. Sabemos que debemos cambiar de dirección, pero sólo estamos programados para progresar a mayor velocidad en la misma dirección.


El texto anterior es un fragmento del libro El idiota espabilado (1980) en el que el fisico inglés Martin Scorer somete a una visión crítica las falsas soluciones a los problemas sociales basadas en el crecimiento económico.

En el último tercio del siglo pasado, tanto Scorer como otros autores ya avisaban de los límites físicos impuestos por los recursos del planeta al crecimiento económico. Destacando Los límites del crecimiento, el informe al Club de Roma (1972) elaborado por Donella Meadows, Dennis Meadows y Jørgen Randers. En la segunda década del siglo XXI, ese muro al que se refiere Scorer se alza ya prácticamente ante nuestras narices. Sin embargo, la actitud de los espabilados dirigentes políticos más reaccionarios no ha cambiado un ápice.

Un ejemplo: al descubrirse que la causa del agujero abierto en la capa de ozono sobre la Antártida se debía a la emisión de gases clorofluorocarbonados (CFC), los científicos alertaron a la opinión pública sobre los peligros reales que se cernían sobre la biosfera y la necesidad de tomar medidas para prevenirlos. El entonces secretario del Interior de Estados Unidos, Donald Hodel, consideró que la industria podría seguir emitiendo los mismos niveles de CFC siempre que se adoptase un programa nacional de protección personal contra las radiaciones ultravioletas que, según él, consistiría en que los norteamericanos deberían portar grandes sombreros como los usados en Texas y permanecer en la sombra. "La gente que no esté expuesta al sol no se verá afectada", sentenció Hodel.

Por fortuna, el sentido común se impuso a nivel internacional y, finalmente, el uso de CFC sería prohibido a nivel global gracias a la firma del Protocolo de Montreal, que entró en vigor en 1989.

Varias décadas después, cuando los efectos del calentamiento global constituían ya una evidencia científica, Donald Trump, el nefasto expresidente de EE UU, se mofó de la energía limpia y del calentamiento global en un mitin en Pensilvania. Trump bromeó con que el país estaría cubierto de molinos de viento si la candidata demócrata Hillary Clinton hubiera ganado en las elecciones de 2016. "Tendríais molinos de viento por todas partes si hubiera ganado Hillary [Clinton], con pájaros derribados por todas partes. Esos molinos hacen ese ruido, wa, wa, wa", dijo el presidente. "Cariño, ¡Quiero ver la tele y no sopla el maldito viento! ¿Qué hago? Creo que por el calentamiento global... No hay viento, no hay vida, los océanos van a crecer 187 pulgadas [4,7 metros] en los próximos 250 años. Nos va a aniquilar", continuó en tono burlón.

Primavera del 2023. La crisis climática es un hecho palpable a escala individual. Por si todavía hubiera alguna duda respecto al rigor de los registros de los observadores científicos, la gente de a pie hemos tenido ocasión de experimentar en directo los efectos de una ola de calor sin precedentes. Durante la última semana de abril los termómetros han marcado temperaturas propias de julio en diferentes ciudades de nuestro país. He aquí algunos datos objetivos:

La temperatura media de los océanos ha superado este mes todos los registros históricos. "Entramos en terreno desconocido", dicen los expertos.

La Organización Meteorológica Mundial acaba de confirmar que el cambio climático se está acelerando. Todos los síntomas van a peor: el calor excesivo, la subida del nivel del mar, la acidificación de los océanos, las sequías, las tormentas muy violentas… Todo empeora sobre el año anterior.

Aún estamos en primavera y casi toda España está ya en peligro extremo de incendio. Este año ya han ardido 46.300 hectáreas: la peor cifra en dos décadas. En solo tres meses, ya se ha quemado más superficie de España como la que ardía en un año entero, en 2013 o 2014.

Europa está siendo el continente donde más están aumentando las temperaturas, y con ellas, la sequía generalizada que está afectando de hecho a los cultivos. En gran parte de España, los agricultores dan por perdida la cosecha de cereales y se cierne un gran peligro sobre frutales y olivares. Todo ello repercutirá en la escasez y aumento de precio de los alimentos. El descenso del volumen de agua de lluvia supone también una menor capacidad de generación hidroeléctrica (¿las compensará el idiota espabilado aumentando las emisiones de CO2 con el uso de las centrales de combustión de gas?). Sin olvidar que, por lo que respecta a la mal llamada 'industria del turismo', cuando falte el agua en las zonas mediterráneas será difícil mantener el funcionamiento de los alojamientos hoteleros, las piscinas y, no digamos, los campos de golf.

Frente a estas evidencias, las posiciones de los espabilados dirigentes del Partido Popular no han variado gran cosa desde 2007, cuando el inefable Mariano Rajoy, a la sazón presidente del PP, afirmaba no creer en el cambio climático porque un pariente suyo, catedrático de Física en la Universidad de Sevilla, le había asegurado que no era posible ni predecir el tiempo que iba a hacer al día siguiente y que, por lo tanto, los asuntos medioambientales no debían convertirse en el gran problema mundial.

"Yo sé poco de este asunto, confesó Rajoy, pero mi primo supongo que sabrá. Y un día me dijo: he traído aquí a diez de los más importantes científicos del mundo y ninguno me ha garantizado el tiempo que hará mañana en Sevilla. ¿Cómo alguien puede decir lo que va a pasar en el mundo dentro de 300 años?"

Idéntico rigor argumental late en las declaraciones de Isabel Díaz Ayuso, presidenta de la Comunidad de Madrid, que sostuvo en el Parlamento regional que "desde que la Tierra existe" ha habido cambio climático, y que la izquierda no puede "seguir contra la evidencia científica porque tienen en su cabeza el comunismo" para impulsar una agenda de reformas que, "en algunas ocasiones es una gran estafa" y "empobrece cada vez más a más ciudadanos". Desde que llegó al poder, en 2019, Ayuso ha dicho que "el ecologismo es una ideología totalitaria dirigida contra el campo". Que "nadie ha muerto" por contaminación, uno de los grandes aceleradores del calentamiento global. E incluso quiso borrar de los currículos de ESO y Bachillerato, el término "emergencia climática" por considerarlo ideológico.

La más reciente tropelía nacional en materia de negacionismo climático tiene como escenario el parque nacional de Doñana. Por su singularidad como punto de escala de las migraciones de aves entre África y Europa, Doñana constituye una joya medioambiental cuya protección compete no sólo a España, sino a la propia Unión Europea. La extracción ilegal para regadío de aguas del acuífero que nutre sus humedales ha motivado una sentencia del Tribunal de Justicia de la UE que condena a España por no adoptar las medidas oportunas a fin de revertir la situación actual y restaurar las condiciones adecuadas para la conservación del mismo.

Frente a ello, el presidente de la Junta de Andalucía, Juan Manuel Moreno Bonilla, del Partido Popular, de acuerdo con Vox, han iniciado una proposición de ley destinada a aumentar los regadíos legalizando todos esos pozos ilegales. Ante ello, Bruselas lo ha vuelto a dejar claro: el plan de Moreno Bonilla “deteriora” Doñana y va a en la “dirección opuesta” a su preservación. Una respuesta que al PP le ha sentado fatal, hasta el punto de acusar al comisario de Medio Ambiente de la UE de "ponerse la camisa roja para hacer campaña por Sánchez". No cabe mayor insensatez.

A primera vista, las declaraciones de estos dirigentes de la cosa pública parecen propias del más perfecto de los idiotas. Aun sin descartar del todo la hipótesis de que realmente lo sean, lo más probable es que ellos mismos no se crean ninguna de las estupideces que dicen en público. Todos ellos cuentan con nutridos equipos de asesores bien pagados y acceso a información privilegiada

La actitud de estos idiotas climáticos está más próxima a la del idiota moral. Mienten con el mayor de los descaros con el propósito de confundir a los sectores más crédulos e ignorantes de la población, que es donde reside su gran vivero de votos. El propósito que se oculta tras las bambalinas de este teatro del disparate no es otro que el de evitar adoptar medidas que supongan un coste para los grandes sectores económicos responsables, por activa o por pasiva, de la emisión de los gases de invernadero que agravan, día a día, esta situación de crisis medioambiental.

Dice un viejo proverbio que cuando un idiota sigue una linde la linde se acaba y el idiota sigue. Y los electores, por acción de la derecha y omisión de la izquierda, hemos confiado la dirección de varios gobiernos autonómicos a esta caterva de espabilados.

Las señales de crisis medioambiental que cada uno de nosotros está viviendo en su experiencia diaria deberían ser suficientes para que una mayoría de votantes se decidiera, por fin y en interés propio, a sacar de los gobiernos a los idiotas climáticos.

De verdad, no es nada personal. Simple y llanamente, en la encrucijada actual es una cuestión de supervivencia.




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