lunes, 29 de mayo de 2023

En Madrid, no saludo a (casi) nadie



Lo han vuelto a hacer. Una mayoría de votantes madrileños ha escogido entregar de nuevo el gobierno, tanto municipal como autonómico, al Partido Popular que lleva décadas degradando los servicios públicos, especialmente los de Sanidad. Por mucho que, a ojos de la razón, votar lo que te perjudica sea un contrasentido, esos electores son adultos y votan lo que les da la gana. Como demócrata, respeto los resultados de las urnas. Pero a nivel personal no tengo ninguna obligación moral, racional o política de relacionarme con ellos. La libertad también consiste en negar el saludo a la inconsistencia y la insolidaridad.

En plena campaña por su reelección, la presidenta saliente de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, afirmó que "no había oído en mi vida que los madrileños piensen que su sanidad es mala". Lo cual no deja de ser una sus habituales perogrulladas. Por definición, la mayoría de la gente entiende que los sistemas públicos de salud son buenos. Tan buenos como ese elemento crucial para la vida del que nos habla el refrán: "algo tendrá el agua cuando la bendicen".

Pero ambas bondades, la del agua y de la sanidad, quedan en entredicho cuando escasean. Si te encuentras en mitad de un árido desierto, sin pozos ni manantiales, te mueres de sed. Algo similar a lo que te puede suceder en Madrid, donde el deterioro de los servicios públicos de salud puede significar la muerte por falta de atención médica.

En Madrid, te mueres de ansiedad si para conseguir cita con el médico de atención primaria tienes que esperar entre 10 y 20 días. Te mueres de dolor si tu dolencia necesita ser atendida por un especialista y tienes que esperar varios meses hasta que puedas llegar a contársela. Te puedes morir de forma definitiva si, por culpa de esa larga espera, no se te detecta de manera precoz una lesión maligna. Y lo peor de todo: en el momento de mayor desvalimiento te puedes morir por orden directa del gobierno autonómico.

Tal fue el triste caso de las 7.291 personas mayores alojadas en residencias cuya vida se extinguió de forma inhumana durante la pandemia del Covid que vieron negado el acceso a un hospital. Se les negó la posibilidad de sobrevivir o, al menos, tener una muerte sin dolor. Y ello en virtud de la orden dada desde la consejería de Sanidad del gobierno de Díaz Ayuso para que no fueran derivadas a los hospitales.

En vísperas de una de otras tantas elecciones a la Comunidad de Madrid en las que, desde 1995, viene resultando ganadora la opción que ha puesto en práctica políticas rayanas en lo criminal, un buen amigo mío anunció con solemnidad: "Si mañana vuelve a ganar el PP, no saludo a nadie".

Fuera impulsiva boutade o decidido propósito, el caso es que hace tiempo que hice mía esa expresión, hasta el punto de convertirla en lema y guía de mi propia actitud respecto al conjunto de la población habitante del territorio de la Comunidad de Madrid. Salvo que se encuentren apuntados en mi lista de contactos personales, en Madrid yo tampoco saludo a nadie.

Entiéndase bien. Con tal actitud no me refiero a faltar a las mínimas exigencias de la cortesía. Educado desde los lejanos días de la niñez en el principio de que "buen porte y buenos modales abren puertas principales", por supuesto que doy los buenos días a cuantas personas coinciden en mi actividad diaria, desde la conductora del autobús al cajero del supermercado. No hacerlo significaría contribuir a fomentar la barbarie que amenaza la convivencia.

No obstante, más allá de esta elementa cortesía, saludar (del latín salutāre) significa desear salud a alguien. Y, la verdad, no me encuentro en disposición anímica o política para desear salud de entrada a la primera persona que me encuentre. Y ello por la sencilla y estadística razón de que existe una elevadísima probabilidad de que esa persona sea votante del Partido Popular. Esa trama de intereses y corrupción con apariencia de partido político que lleva casi tres décadas instalada en el gobierno de Madrid.

¿Por qué debería yo desear salud a quienes, con su voto, aprobaron la indignidad de esas 7.291 muertes de ancianos en las residencias?(*)

¿Por qué debería yo desear salud a quienes, con su voto, apoyan a unos gobernantes que amenazan mi propia salud? La sistemática degradación de la sanidad pública, que es marca del PP, me afecta de forma directa. Pues uno ha entrado ya en esa fase de la existencia en la que los quebrantos de un organismo gastado por los años se manifiestan cada vez con mayor frecuencia.

¿Por qué debería yo sentir la menor empatía con toda esa gente cuyas inquietudes políticas se reducen a aplaudir esa absurda repetición de la palabra libertad cómo si esta fuera un valor exclusivo de la condición madrileña? ¿Acaso no hay libertad, de expresión por ejemplo, o de elegir o ser elegido para un cargo público de representación en la manchega Almansa, en la leonesa tierra de Babia o en el asturiano concejo de Quirós? ¿De qué libertad me están hablando? En Madrid, el PP ha convertido la idea de libertad en un eslogan vacío de contenido. 

En la democracia, la libertad política forma parte intrínseca de su estructura. Y el mayor o menor grado de libertad viene dado por la amplitud del arco de posibilidades de elección al alcance del individuo que vive dentro de un sistema democrático. En Madrid esa libertad de elección se encuentra dramáticamente restringida a la hora de ejercer el derecho a la salud, es decir, a ser atendido en caso de enfermedad conforme a lo dispuesto en el Artículo 43 de la Constitución Española:

Compete a los poderes públicos organizar y tutelar la salud pública a través de medidas preventivas y de las prestaciones y servicios necesarios. La ley establecerá los derechos y deberes de todos al respecto.

"El Partido Popular de Madrid tiene indudables dotes de mago, porque ha conseguido que políticas que sólo privilegian a unos pocos sean asumidas y votadas por la gran mayoría, aunque parezca inaudito", señala Ana Martínez Rus en un lúcido artículo en el que desgrana las causas por las que hay una mayoría social de madrileños votando en contra de sus propios intereses. Entre ellos no falta "El 'currito' que está hipotecado, pero tiene un adosado en cualquier municipio del extrarradio de Madrid, llega en muchos casos a creer que es un próspero propietario que comparte valores e ideas con los verdaderos ricos que viven en Pozuelo, el municipio con mayor renta de todo el Estado". 

Votar de forma conservadora es una opción respetable. Pero votar con tanto fervor a la derecha madrileña populista conlleva el riesgo de pegarse un tiro en el pie. Porque la mayoría social, por mucho que se haya identificado con el discurso de Ayuso, tarde o temprano va a necesitar de unos servicios públicos cada vez más degradados.

La Comunidad de Madrid es la que menos invierte en Sanidad y Educación. A cambio, orienta las inversiones hacia el sector más rico de la población. Sin contar con el dinero que algunos de sus dirigentes se llevan directamente al bolsillo.(**) Como los tristemente famosos Ignacio González y Francisco Granados, fieles escuderos de Esperanza Aguirre, que acabaron dando con sus huesos en la cárcel.

En cualquier caso, aunque a ojos de la razón votar contra lo que te perjudica parece un absoluto contrasentido, los votantes de Ayuso son adultos y han votado lo que les ha dado la gana. Por lo tanto, yo respetaré democráticamente los resultados de las urnas, pero desde la triple perspectiva racional, moral y política no me siento obligado a mostrar el menor respeto personal hacia ellos. Por suerte, en un lugar de la cordillera cantábrica dispongo de un refugio al que no llegan ni la contaminación urbana ni la estupidez política. Disfruten lo votado. No quiero ser bailarín de su fiesta.

Yo digo que no hay quien crezca más allá de lo que vale
Y el tonto que no lo sabe es el que en zancos se arresta
Y digo que el que se presta para peón del veneno
Es doble tonto y no quiero ser bailarín de su fiesta…

(Silvio Rodríguez: Yo digo que las estrellas)



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(*) El 18 de marzo, cuando la pandemia empezaba a desbocarse en Madrid, el Gobierno de Isabel Díaz Ayuso publicó un Protocolo que prohibía trasladar a hospitales a mayores que vivían en residencias si tenían un determinado nivel de dependencia o de deterioro cognitivo. Los datos oficiales del propio Gobierno madrileño, a los que ha tenido acceso infoLibre, demuestran ahora hasta qué punto se aplicó esa orden de exclusión: 7.291 residentes fallecieron en los geriátricos sin recibir previamente atención hospitalaria en marzo y abril, lo que supone el 77% del total de decesos registrados durante esos dos meses entre los residentes madrileños.
https://www.infolibre.es/politica/datos-gobierno-ayuso-revelan-7-291-mayores-murieron-madrid-residencia-trasladados-hospital_1_1185966.html
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(**) En un privilegiado municipio de Madrid –Las Rozas, el cuarto de mayor renta de toda España– han salido a la venta 29 chalets de 150 metros cuadrados, más el jardín. Se supone que es vivienda protegida. O más bien, lo que entiende por vivienda protegida el PP de Madrid. El suelo era público y el ayuntamiento lo vendió a un promotor bajo el modelo de Vivienda Pública de Precio Limitado, que creó Esperanza Aguirre. En teoría, es un tipo de vivienda protegida pensada para lo que el PP llama “clases medias”. Pero en realidad no lo son.
La ley dice que este tipo de viviendas tienen un precio máximo por metro cuadrado. En este caso, los chalets tendrían que costar 363.000 euros. Pero la promotora obliga a pagar un sobrecoste de 200.000 euros más. Y a esto hay que sumar la entrada de la hipoteca que pide el banco, porque la vivienda se escritura por el precio legal, no por el que se paga realmente. Y la hipoteca solo cubre el 80% del precio de escritura, no del total.
El resultado de esta política de vivienda es que solo las personas que puedan pagar más de la mitad del precio de la casa a tocateja pueden comprar estos chalets “protegidos”. Normalmente son aquellas personas con padres a los que les sobren 270.000 euros para ayudarles con la entrada.
(Ignacio Escolar, elDiario.es



3 comentarios:

  1. Gracias por este artículo. Uno se siente un poco menos solo leyéndote, y un poco menos insólito al haber retirado el saludo a los otros.

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    1. Gracias por compartir esa actitud que, hasta ahora, no era entendida incluso por alguna alguna gente cercana, a la que por supuesto saludo y aprecio. Creo que ya se van cayendo del guindo.

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  2. Es que los que no somos gente de bien esta claro que no debemos saludar a los auto llamados gente de orden.

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