miércoles, 28 de septiembre de 2011

Botella, ariete del PP contra la movilidad de las personas desempleadas


La propuesta de proporcionar un bono de transporte gratuito para los madrileños en situación en desempleo no es nueva. De cuando en cuando la desempolva Izquierda Unida y el Partido Popular, sempiterno gobernante en el Ayuntamiento y en la provincia (la llaman Comunidad) de Madrid, se encarga de tumbarla. Esta vez, la encargada de oponerse a la propuesta ha sido Ana Botella, concejala de Medio Ambiente. Es decir la responsable del departamento incapaz de asegurar la calidad del aire que respiramos en esta Villa y Corte de milagros y estupideces.


En algún momento pasado escuché entre bastidores que aprobar un bono de este tipo incrementaría las cifras de paro. Se hacía referencia a esa parte de la población inactiva que, salvo que tenga derecho a percibir una prestación por desempleo, no se inscribe en el Inem debido a que este organismo no les ofrece ninguna ventaja. Argumento que en la situación actual de paro desbocado ya está absolutamente pasado de moda.

De nuevo, Izquierda Unida ha presentado en el Ayuntamiento de Madrid una propuesta para poner en marcha un abono de transporte gratis para Metro y autobús, similar al de otras ciudades españolas, destinado a madrileños empadronados en la ciudad y con más de seis meses en situación de desempleo. Propuesta que ha sido desestimada por el equipo municipal de gobierno con una argumentación que, a fuer de peregrina, raya en lo abiertamente estúpido.

La delegada de Medio Ambiente, Ana Botella, ha contestado que la "situación es muy triste y preocupante" para las familias de los desempleados. "Con la que está cayendo en el país qué más nos gustaría a nosotros que financiar (todo) el coste del transporte público a los desempleados pero en este momento la responsabilidad es hacer lo que tenemos que hacer para que en un tiempo esos 220.000 parados sean menos", ha declarado la concejala Botella en el Pleno. Y se ha quedado tan ancha como en otras declaraciones estelares en las que hacía una disertación hortofrutícola sobre peras y manzanas para despachar una cuestión social.

El motivo de esta negativa del PP es de índole fundamentalmente ideológica. Una persona en sus cabales, es decir, con la capacidad de raciocinio no entorpecida por prejuicios, sabe que proporcionar un pase gratuito a los parados tiene escasa repercusión sobre los costes del transporte público. Los desempleados no tienen gran cosa que hacer a las horas punta, por lo que no montarían masivamente en los vehículos. Sin embargo, estos circulan semivacíos durante las horas valle, que estadísticamente serían las que aprovecharían los parados para dejar de estarlo y movilizarse, por ejemplo, para cumplir con ese trasnochado precepto que dice “que el trabajo de un parado es buscar trabajo”.

Me permitirán que, a tenor de esta nueva muestra de intolerancia, introduzca en el debate algunas consideraciones sobre la figura del gorrón: el que come de gorra. Es decir, que utiliza algún tipo de estrategia para obtener comida sin pagarla. El dicho proviene de la época en que los estudiantes vestían de capa y gorra. Para estudiar en las universidades, la mayoría de ellos debía residir lejos de su pueblo. No andando sobrados de medios para saciar el voraz apetito propio de su edad, debían agudizar el ingenio y acudir a picardías para llenar la andorga. Un recurso frecuente consistía en colarse en las fiestas de bautismos, cumpleaños o casamientos de la gente importante, repartiendo reverencias y ceremoniosos saludos hechos con la gorra. Parte de la estrategia consistía en permanecer mudos y aislados durante la celebración para no ser detectados por los anfitriones mientras daban cuenta de los apetitosos manjares servidos con esa ocasión.

Comer de gorra no es lo mismo que pasar la gorra: recoger donativos en un sombrero o gorra que se pasa ante los transeúntes o se deposita en el suelo. Es una forma marginal de ganarse la vida de los cantantes e instrumentistas que actúan en la vía pública.

La gente biempensante [sí, con m antes de p] acostumbra a invocar esta figura del gorrón para oponerse a cualquier propuesta social destinada a equilibrar la situación de los más desfavorecidos. Se hace así recaer sobre los colectivos más precarios la permanente sospecha de pretender vivir a costa de los demás. La opinión más conservadora considera que sería una forma de apropiación del producto del trabajo ajeno. Una crítica que sería válida en las antiguas comunidades rurales cuya producción se basaba en el trabajo manual. En ellas, uno que se sentara a comer «de gorra» en la mesa común no habiendo arrimado previamente el hombro a la faena, está claro que se estaría apropiando de un fruto del trabajo a cuya obtención no había contribuido con su esfuerzo. Pero la objeción pierde validez en una sociedad cuyo modelo productivo se basa primordialmente en la utilización de energía de origen natural. Tanto las reservas de energía fósil como el medio ambiente impactado por su utilización, constituyen un patrimonio colectivo del que se apropia el que produce. Por lo tanto, exigir una parte del producto obtenido a partir de una apropiación privada del patrimonio comunal no es gorronería, sino legítimo derecho.

Y desde luego, la objeción se derrumba absolutamente cuando nos encontramos en una situación en la que, como reza la divisa escrita en el frontispicio de esta bitácora: a estas alturas del experimento neoliberal iniciado hace tres décadas, la insoslayable evidencia permite anotar entre sus méritos el haber configurado un modelo de sociedad donde la gente no puede contar ya con la seguridad de un empleo fijo. Vamos, ni siquiera temporal.

Siguiendo con el tema del gorrón (free rider) merece la pena traer a colación el discurso con el que el filósofo Philippe Van Parijs, de la Universidad de Lovaina, y gran defensor de la Renta Básica de Ciudadanía, refuta las acusaciones de gorronería derivadas de la percepción de una renta incondicional, explicando cómo también resulta posible extraer un beneficio del trabajo de otro comportándose como un parásito aparente, es decir, si como resultado de una determinada actividad se generan exterioridades positivas o beneficios que, desde la estructura de los derechos de propiedad, no se puede (a un coste razonable) impedir a otro que los disfrute.


Cuando cultivas patatas inevitablemente produces rama de patatas. Supongamos que te guardas todas las patatas para ti y que te las comes, mientras que yo me quedo con la rama que no utilizas para nada. Aunque consumo parte del fruto de tu trabajo, por ello no trabajas más de lo necesario para producir lo que tú mismo consumes. Con todo, y a menos que me des altruistamente las ramas, si me voy a quedar con el subproducto de tu trabajo debe estar implicado algún ejercicio de poder —ya sea en la forma de coacción o sea en la forma de control ejercido sobre algo que es importante para ti—. Por el contrario, supongamos que además de las patatas te dedicas a cultivar tulipanes para deleitarte con su visión. Una vez más, tu trabajo genera como subproducto un beneficio para mí, aunque ahora se trata de un beneficio que tiene carácter de exterioridad, es decir, de un efecto que no se puede proteger adecuadamente con tus derechos de propiedad. Este beneficio puede ser similar al beneficio que tú mismo obtienes —yo también disfruto al ver los tulipanes— o puede que sea de naturaleza diferente —mis abejas liban en tus flores y con ello consigo comer más miel—.

Pero para disfrutar de ese beneficio no tengo que apoyarme en tu altruismo ni en mi poder. Es suficiente que yo coja lo que tú no puedes (asequiblemente) impedir que fluya hacia mí.

Permitir que las personas en situación de desempleo pudieran utilizar gratuitamente el transporte público en horas valle [no haría falta ni siquiera especificarlo ya que sería una tendencia natural de la mayoría] les serviría, ya que no para encontrar un empleo que no existe, sí al menos para acercarse hasta en los museos que les ofrecen entrada gratuita y darse un baño de cultura. Desde el museo del Prado hasta el de la Marina de Guerra. Hablo de los museos públicos, claro está. Que en los privados como el Thyssen cobran a todo el mundo. Se ve que a doña Tita debe parecerle que los parados visten con poco aliño y restan glamour al espacio artístico.

Otro prejuicio más de baronesas, condesas y demás ralea que come a cuenta de los demás sin necesidad de pasar la gorra. Si estas mujeres bien pagás —que señora es tratamiento que reservo para gente respetable— siguen diciendo estupideces en medio de la creciente una precariedad galopante, acabarán por crear las condiciones para que Robespierre llegue a Madrid con trescientos años de retraso.

He escrito Robespierre, sí, pero no se me alboroten, que el método de la guillotina, aunque eficaz, queda un poco anticuado y debo ser coherente con lo que expongo en mi artículo precedente. Al invocar a don Maximiliano, me refiero a su encendida defensa del derecho a la existencia.







2 comentarios:

  1. Caramba don Cive, estaba leyendo su anterior post y descubro que acaba de colgar otro. Le felicito por ambos contundentes artículos, a la vez que por su erudición.

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  2. Agradecido,pero la erudición en este caso se la debo a mi 'alter ego', el autor del 'Diccionario del paro y otras miserias de la globalización'. De una de cuyas entradas me acabo de hacer un copy & paste, que para algo juega uno en casa. :-)

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