“A quién se le ocurrió pasar de la promesa del pleno empleo al empleo precario? ¿A un gobierno que dijo, por ejemplo, en campaña electoral 'esto hay que cambiarlo, hay que imponer el empleo basura frente a la antigualla del empleo estable' y dicho esto por un gobierno y votado animosamente por los ciudadanos, los otros gobiernos del mundo lo imitaron?
¿Así ha sido? ¿No parece más lógico pensar que el
Poder Económico ha hecho saber a los gobiernos que la situación tenía que cambiar, que necesitaban
las manos libres para hacer y deshacer
de acuerdo a sus intereses?”
JOSÉ SARAMAGO
¿Así ha sido? ¿No parece más lógico pensar que el
Poder Económico ha hecho saber a los gobiernos que la situación tenía que cambiar, que necesitaban
las manos libres para hacer y deshacer
de acuerdo a sus intereses?”
JOSÉ SARAMAGO
“Hay que perder la paciencia”, pedía en su intervención ante la I Cita internacional de la literatura iberoaméricana, en 2007, el ahora fallecido Nobel de las Letras José Saramago. Frente al neocinismo liberal que dirige de facto el mundo, pasando por encima de los gobiernos formales, “hay unas cuantas cosas que tenemos que hacer. La primera es perder la paciencia. Y manifestarlo en cualquier circunstancia”.
La prosperidad sin tasa que nos prometieron los propagandistas de la fe en los mercados financieros en la feria económica global, se ha transformado, por obra y gracia de las políticas del no intervencionismo, en un espectacular fiasco. Algo que la crisis financiera ha puesto de relieve, por si algún ingenuo todavía creía que los pájaros maman, es que lo que hay detrás de un mercado libre no es la mano invisible de la fábula smithiana, sino la más pura y dura sinvergonzonería sin fronteras.
El Poder Económico está tan crecido que se ha dejado de fábulas y ahora actúa con plena desfachatez. Aunque la causa principal de la crisis fueron los excesos cometidos por el mercado de capitales, y aunque los trabajadores no habían intervenido para nada en los desaguisados cometidos por el tinglado financiero, el mundo empresarial y sus intelectuales orgánicos exigen “reformas estructurales” en el mercado de trabajo. Un eufemismo que significa la desregulación intensa del mercado laboral y la reducción de cotizaciones empresariales. “Ha llegado la hora de que el Gobierno se conciencie de que ésta es la peor crisis por la que ha pasado el mundo occidental y, por lo tanto, ante problemas excepcionales, tome medidas excepcionales, entre ellas un abaratamiento del despido”, ha dicho el presidente de la CEOE, Gerardo Díaz Ferrán, un empresario con un pésimo curriculum como gestor, que ha hundido varias de sus compañías. Otro incansable predicador de la reforma laboral es Miguel Ángel Fernández Ordóñez, gobernador del Banco de España, cargo por el que es remunerado con 200.000 euros anuales.
Estos depredadores son incansables. Pues, como demuestra el vertiginoso crecimiento del número de trabajadores que engrosan a diario las filas del desempleo, despedir en España era ya una operación bastante barata. Ahora, el Gobierno ha cedido a la presión del Poder Económico y ha presentado una “reforma del mercado de trabajo” cuya única novedad es facilitar, todavía más si cabe, el despido de trabajadores.
El asunto es tan evidente que Ignacio Camacho, un brillante comentarista de ABC, periódico de la derecha tradicional, lo sintetiza con meridiana claridad: “A fecha de hoy no consta que los empresarios se hayan lanzado a contratar masivamente al amparo de la reforma laboral —se verá en los datos mensuales del INEM—, pero sí que 335 trabajadores son ya candidatos a estrenar la nueva fórmula abaratada de despido. Sus respectivas empresas —Saunier Duval, PTM, SMA y Troquenor— han presentado esta semana expedientes de regulación acogiéndose al ambiguo mantra de los «resultados negativos», en algún caso retirando previamente la solicitud efectuada bajo la reglamentación antigua; los gerentes de recursos humanos han deducido con impecable lógica que no tienen por qué pagar 45 días si el flamante decreto ley les permite abonar sólo 20. Esos 335 asalariados van a ser las primeras víctimas, el primer parte de bajas, de un marco legal que acaso acabe a medio plazo facilitando la creación de empleo, pero sin género de dudas va a contribuir en primera instancia a destruirlo.”
Nos predican las virtudes del trabajo, nos invitan a entrar en sus empresas, para luego despedirnos a capricho. En las condiciones de precariedad que nos anuncian, habría que replantearse seriamente si merece la pena seguir recurriendo al trabajo asalariado como medio de ganarse la vida.
Hay que perder la paciencia.