Los magistrados de Berkshire, reunidos el 6 de mayo de 1795 en la posada del Pelícano en Speenhamland, cerca de Newbury, decidieron que era necesario asegurar a los pobres unos ingresos mínimos. Hace una semana, los portavoces económicos de los dos grandes partidos gestores del capitalismo en España también se reunieron en una taberna. En esta ocasión, el motivo era salvar con dinero público a las cajas de ahorro. Esas que conceden créditos desorbitados para fichar a un futbolista, mientras se lo restringen a las familias y pequeñas empresas.
No todo lo que dicen los gobernantes es verdad, aunque hay una cuestión en la que no tienen necesidad de disimular demasiado: la avería en el sistema turbocapitalista está vaciando las arcas del Estado a velocidad de vértigo. Los gastos crecen y la recaudación disminuye.
Sobre todo, cuando ciertas decisiones de gasto se toman con gran rapidez. Y no me refiero al denominado ‘gasto social’. Un gasto que no se pierde por un sumidero, ya que tanto los jubilados o los desempleados que reciben pensiones y subsidios acuden de inmediato al mercado con ese dinero a comprar como mínimo alimentos, energía y servicios de transporte. Las principales partidas que vacían las arcas del Erario público son las ayudas a los causantes de la crisis: las sucursales locales del gran conglomerado internacional donde se dan cita la irresponsabilidad y la delincuencia financiera.
Tras las ayudas concecidas al sector bancario en el otoño pasado, cifradas en un 15% del PIB (atentos los críticos con el déficit público) ahora toca apuntalar a las cajas de ahorro. Un sistema parabancario intervenido por las administraciones autonómicas, y que funciona tan mal como la banca privada. Socialistas y populares pueden andar a la greña cuando se trata de disputarse los votos, pero si algo les une en una empresa común es en la salvación de la banca. Tan evidente es el acuerdo, que para cerrarlo no necesitan de encendidos debates parlamentarios para cerrarlo. Les basta una charla en torno a unas copas.
Hace una semana los diputados Octavio Granados y Cristóbal Montoro, portavoces económicos del PSOE y el PP, se reunieron en una taberna de Madrid para tomar la decisión de acudir con fondos públicos al rescate del desastre producido por los gestores de las cajas. Una ayuda inicial de noventa mil millones de euros y lo que te rondaré morena.
Algunos comentaristas se han rasgado las vestiduras ante el hecho de que el acuerdo haya sido tomado en sede tabernaria. Pero el lugar sería lo de menos si la dicha fuera buena. A ningún pensionista o desempleado sometido a mínimos le importaría demasiado que los representantes de los dos grandes partidos gestores del capitalismo se tomaran juntos unas copas para brindar por la mejora de la protección social.
En un episodio crucial en la historia de la protección social, los magistrados de Berkshire, reunidos el 6 de mayo de 1795, época de gran escasez, en la Pelikan Inn, en Speenhamland, cerca de Newbury, decidieron que era necesario conceder subsidios complementarios de acuerdo con un baremo establecido a partir del precio del pan, si bien era también necesario asegurar a los pobres unos ingresos mínimos independientemente de sus ganancias.
A pesar de que comúnmente se la denomina «ley», el baremo de Speenhamland nunca fue sometido a votación parlamentaria. Se trataba de una medida de urgencia desde la perspectiva de la época y su instauración no tuvo carácter oficial. Sin embargo se convirtió con gran celeridad en una norma aplicada en la mayor parte de las comarcas y distritos manufactureros del país. “En realidad, la innovación social y económica que esta medida suponía era nada menos que el derecho a vivir”, afirma Karl Polanyi, que ha estudiado con especial detenimiento este período en La gran transformación, obra de obligada consulta para entender la génesis del capitalismo. Textualmente la famosa recomendación de los magistrados decía:
Cuando la hogaza de un galón de pan de una determinada calidad cueste un chelín, entonces cada pobre y persona industriosa tendrá para su sustento tres chelines por semana, concedidos bien en razón de su trabajo o del de su familia, bien como subsidio extraído del impuesto para los pobres, y para el sustento de su mujer y de cada miembro de su familia un chelín y seis peniques; cuando la hogaza de un galón cueste un chelín y seis peniques, entonces recibirá el indigente cuatro chelines por semana más un chelín y diez peniques; por cada penique en que se incremente el precio del pan por encima de un chelín, recibirá tres peniques para él y uno para el resto de su familia.
"Los tiempos están cambiando", cantaba Dylan. Para mal están cambiando hoy, cuando lo prioritario ya no es socorrer a los pobres, sino a los banqueros y parabanqueros que dicen no tener liquidez para dar crédito a las familias y pequeñas empresas, pero no dudan en favorecer los grandes tinglados. Caja Madrid acaba de conceder al Real Madrid un crédito de 94 millones de euros para fichar al jugador Cristiano Ronaldo.
Y a todo esto, el PP anuncia que ha llegado a un acuerdo con Comisiones Obreras para repartirse el control de Cajamadrid, cuyo futuro presidente será designado por Mariano Rajoy en persona. Liberalismo puro.
Sobre todo, cuando ciertas decisiones de gasto se toman con gran rapidez. Y no me refiero al denominado ‘gasto social’. Un gasto que no se pierde por un sumidero, ya que tanto los jubilados o los desempleados que reciben pensiones y subsidios acuden de inmediato al mercado con ese dinero a comprar como mínimo alimentos, energía y servicios de transporte. Las principales partidas que vacían las arcas del Erario público son las ayudas a los causantes de la crisis: las sucursales locales del gran conglomerado internacional donde se dan cita la irresponsabilidad y la delincuencia financiera.
Tras las ayudas concecidas al sector bancario en el otoño pasado, cifradas en un 15% del PIB (atentos los críticos con el déficit público) ahora toca apuntalar a las cajas de ahorro. Un sistema parabancario intervenido por las administraciones autonómicas, y que funciona tan mal como la banca privada. Socialistas y populares pueden andar a la greña cuando se trata de disputarse los votos, pero si algo les une en una empresa común es en la salvación de la banca. Tan evidente es el acuerdo, que para cerrarlo no necesitan de encendidos debates parlamentarios para cerrarlo. Les basta una charla en torno a unas copas.
Hace una semana los diputados Octavio Granados y Cristóbal Montoro, portavoces económicos del PSOE y el PP, se reunieron en una taberna de Madrid para tomar la decisión de acudir con fondos públicos al rescate del desastre producido por los gestores de las cajas. Una ayuda inicial de noventa mil millones de euros y lo que te rondaré morena.
Algunos comentaristas se han rasgado las vestiduras ante el hecho de que el acuerdo haya sido tomado en sede tabernaria. Pero el lugar sería lo de menos si la dicha fuera buena. A ningún pensionista o desempleado sometido a mínimos le importaría demasiado que los representantes de los dos grandes partidos gestores del capitalismo se tomaran juntos unas copas para brindar por la mejora de la protección social.
En un episodio crucial en la historia de la protección social, los magistrados de Berkshire, reunidos el 6 de mayo de 1795, época de gran escasez, en la Pelikan Inn, en Speenhamland, cerca de Newbury, decidieron que era necesario conceder subsidios complementarios de acuerdo con un baremo establecido a partir del precio del pan, si bien era también necesario asegurar a los pobres unos ingresos mínimos independientemente de sus ganancias.
A pesar de que comúnmente se la denomina «ley», el baremo de Speenhamland nunca fue sometido a votación parlamentaria. Se trataba de una medida de urgencia desde la perspectiva de la época y su instauración no tuvo carácter oficial. Sin embargo se convirtió con gran celeridad en una norma aplicada en la mayor parte de las comarcas y distritos manufactureros del país. “En realidad, la innovación social y económica que esta medida suponía era nada menos que el derecho a vivir”, afirma Karl Polanyi, que ha estudiado con especial detenimiento este período en La gran transformación, obra de obligada consulta para entender la génesis del capitalismo. Textualmente la famosa recomendación de los magistrados decía:
Cuando la hogaza de un galón de pan de una determinada calidad cueste un chelín, entonces cada pobre y persona industriosa tendrá para su sustento tres chelines por semana, concedidos bien en razón de su trabajo o del de su familia, bien como subsidio extraído del impuesto para los pobres, y para el sustento de su mujer y de cada miembro de su familia un chelín y seis peniques; cuando la hogaza de un galón cueste un chelín y seis peniques, entonces recibirá el indigente cuatro chelines por semana más un chelín y diez peniques; por cada penique en que se incremente el precio del pan por encima de un chelín, recibirá tres peniques para él y uno para el resto de su familia.
"Los tiempos están cambiando", cantaba Dylan. Para mal están cambiando hoy, cuando lo prioritario ya no es socorrer a los pobres, sino a los banqueros y parabanqueros que dicen no tener liquidez para dar crédito a las familias y pequeñas empresas, pero no dudan en favorecer los grandes tinglados. Caja Madrid acaba de conceder al Real Madrid un crédito de 94 millones de euros para fichar al jugador Cristiano Ronaldo.
Y a todo esto, el PP anuncia que ha llegado a un acuerdo con Comisiones Obreras para repartirse el control de Cajamadrid, cuyo futuro presidente será designado por Mariano Rajoy en persona. Liberalismo puro.
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