El sistema público de pensiones español goza de buena salud, mal que pese a los conglomerados financieros que llevan décadas vaticinando su quiebra con
el objetivo de privatizarlo y convertirlo en un sector más de negocio. Al no
ver cumplidas sus lúgubres profecías, ahora recurren a una nueva estratagema:
enfrentar a la generación de trabajadores jóvenes con los pensionistas,
aludiendo al desequilibrio entre los ingresos de unos y otros. Pero la culpa de los bajos salarios no hay que buscarla en las pensiones,
sino en la cicatería del sector privado empresarial. Tirando piedras contra su
propio tejado los jóvenes no solucionarán la precariedad salarial, pues la
universalidad del sistema es una garantía de protección a futuro también para
ellos. Atiendan al proverbio: el que al cielo escupe, en la cara le cae.
De entrada, es preciso reconocer las enormes dificultades a las que hoy se enfrentan la mayoría de los jóvenes de este país para salir de la doble trampa creada por los bajos salarios y la carestía de la vivienda. La combinación de ambos factores plantea una nefasta paradoja: el sector de población que se encuentra en la plenitud de sus energías vitales se ve socioeconómicamente impedido para desarrollar un proyecto de vida que amplíe su horizonte de libertad. Hablamos de libertad real, no de esa libertad de vía estrecha, charanga y pandereta que ofrece el programa del Partido Populista que consiste en sentarse en una terraza a ahogar sus penas en cañitas de cerveza.
Con tales perspectivas, es comprensible el estado anímico de desesperanza, cuando no de abierta desesperación, provocado por la hegemonía de la ideología neoliberal que impregna la atmósfera política actual. Una ideología que se transmite a través de mantras que intentan confundir a la opinión pública para que rechace toda política orientada a la igualdad de oportunidades y a la convivencia dentro del marco de las garantías proporcionadas por los servicios públicos e instituciones del Estado del Bienestar.
La historia de la protección social es la historia de los diversos intentos que, a partir del pensamiento de los mejores pensadores humanistas e ilustrados, tratan de corregir los efectos más devastadores que las oligarquías causan en el conjunto de la sociedad. La apropiación del suelo y de las fuentes de recursos naturales ha privado a la mayoría de los seres humanos de su derecho natural a obtener el sustento vital tomando directamente los recursos que brinda la Naturaleza. O teniendo el control sobre la transformación de los mismos mediante el trabajo.
Antiguamente, los campesinos y los obreros cuando caían enfermos, accidentados o llegaban a una edad que les impedía trabajar, pasaban a depender de lo que hubieran sido capaces de ahorrar en toda su vida, o quedaban a merced del apoyo que pudieran prestarles sus hijos. Con la destrucción de las estructuras familiares clásicas por la civilización industrial, la protección de los ancianos en los países democráticos ha sido asumida por el pacto social del que deriva el Estado del Bienestar.
Uno de los grandes pilares de ese Estado del Bienestar es el sistema público de la Seguridad Social, a través del cual la población puede contar con unos ingresos vitalicios que permitan la subsistencia durante la vejez. Garantizar, mediante pensiones públicas de jubilación, una vida digna al llegar a la edad en que decae el vigor biológico de las personas, es uno de los grandes logros que dan sentido a la moderna existencia humana.
A través de sus respectivos altavoces mediáticos, los grandes conglomerados financieros llevan décadas anunciando la quiebra del sistema público de pensiones. Y la razón no es otra que conseguir su privatización para convertirlo en un sector más de negocio. Por desgracia para ellos, ni sus lúgubres profecías se han cumplido ni tampoco su propuesta ha calado en una opinión pública que constituye el mejor testigo de la realidad: hay un importante contingente de personas jubiladas y el sistema goza de buena salud. Por ello, para conseguir sus oscuros propósitos, están recurriendo a una nueva estratagema: enfrentar a los trabajadores jóvenes con los pensionistas, aludiendo a una supuesta injusticia entre sus respectivos ingresos.
Foto: Warren en Unsplash |
Hay que hacer frente a esa intoxicación poniendo las cosas en su sitio. Pues sorprende que una gran parte de miembros de la generación mejor preparada, a la que se supone la facultad para distinguir el agua del aceite contenidos en un vaso, no sea capaz de discernir entre las dos fuentes principales de las que provienen los ingresos de la mayoría de la población. Así que, para disipar los miedos del creciente sector de jóvenes que han empezado a creerse estas mentiras, la mejor recomendación que podemos hacerles es que intenten apartar durante unos minutos la vista de las pantallas de los teléfonos móviles y, como aconseja el lema de la Ilustración: sapere aude. Atrévete a saber.
Atreverse, en primer lugar, a saber cuáles son las dos fuentes de las que provienen, respectivamente, los salarios y las pensiones de jubilación. La fuente de los salarios son los empleadores, es decir, los empresarios. Mientras que la fuente de las pensiones es el Estado a través del sistema de Seguridad Social. Esto es de Perogrullo, pero para tenerlo claro hay que leer los datos con los ojos propios, rechazando las venenosas milongas transmitidas a través de las redes sociales por una plaga de influencers indocumentados.
Atreverse, también, a saber que no todos los
pensionistas perciben esas supuestas pagas opulentas. Uno de cada dos pensionistas cobra menos de 1.000 euros al mes y el 57% no
alcanza el salario mínimo. Más de 4,6 millones de personas reciben pensiones por debajo de 1.000 euros mensuales, según los últimos datos oficiales de la Seguridad Social.
Los principales estados europeos han asumido constitucionalmente la responsabilidad de pagar las pensiones de jubilación. Que se inscriben en el repertorio de derechos civiles que configura el Estado del Bienestar. Derechos que, a su vez, son resultado del pacto político que, en lo tocante a pensiones, se inspira en ese otro pacto tácito intergeneracional que forma parte de la esencia de nuestras sociedades:
"Yo pago tu desarrollo y tu educación y tú pagas mi sostenimiento en la vejez", dicen los padres a los hijos. A través del modelo de reparto, la generación que trabaja sostiene con sus cotizaciones las pensiones devengadas por la generación que se jubila, que a su vez pagó las de los anteriores pensionistas.
Los actuales jubilados somos precisamente los que, en tanto que generación –ya que no todos los individuos se implicaron de forma activa–, luchamos sindical y políticamente en dos frentes: uno, orientado a obtener salarios más o menos decentes; otro, procurando fortalecer el sistema de pensiones de la Seguridad Social. Y por supuesto, luchando para traer a este país una democracia que hiciera posible garantizar, entre otros, los mencionados derechos.
De manera que la actual generación de jóvenes trabajadores no debe caer en el ardid tendido por las grandes oligarquías interesadas en el derribo del sistema público de pensiones. Bastante tarea tiene la juventud con romper las cadenas de la doble trampa compuesta por la carestía de vivienda + salarios de mierda. No será enfrentándose con sus mayores como conseguirán salir de ese cepo en el que están atrapados, sino, por el contrario, plantando cara a esa cicatera fuente de la que mana el débil hilo que alimenta sus salarios. Hace décadas que en España los trabajadores no declaran una huelga general en defensa de sus derechos.
Y no olviden algo fundamental: gracias a las luchas de los trabajadores del ayer existe un sistema público de pensiones con carácter universal. Esa universalidad proyecta su accion protectora sobre el futuro de los jóvenes trabajadores. Si ellos, desde la perspectiva de "pensionistas embrionarios", se esfuerzan hoy en mantener el sistema, el día de mañana también podrán cobrar sus correspondientes pagas de jubilación. Sin embargo, si caen en la trampa de cuestionar a los pensionistas, no sólo estarán colaborando con las oligarquías enemigas de los sistemas de protección social. Estarán, además, tirando piedras contra su propio tejado.
Pues, como dice el proverbio: El que al cielo escupe, en la cara le cae.
Tanto los salarios como las pensiones hay que pelearlos.
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