La novedad de la crisis económica actual en materia de empleo son esos tres millones de parados que registran las cifras oficiales. Pero no hay que olvidar que, durante estos años de bonanza que hoy se añoran, no a todo el mundo le iba igual de bien en la feria. Esa prosperidad a veces insultante de la que han presumido algunos tenía su contrapartida en los millares de working poors o trabajadores pobres.
A estas alturas del experimento neoliberal iniciado hace más dos décadas, la insoslayable evidencia permite anotar entre sus méritos el haber configurado un modelo de sociedad donde la gente no puede contar ya con la seguridad de un empleo fijo. Si hay alguna mercancía característica de la factoría capitalista global, ese producto es el desempleo.
Uno de los grandes logros del capitalismo contemporáneo ha sido el de recuperar en el escenario laboral la figura del working poor o “trabajador pobre”. Categoría de precariedad en la que se encuadran aquellas personas que, a pesar de tener una relación laboral normalizada por un contrato legal, se sitúan por debajo del umbral de pobreza de su país. En otras palabras, aunque trabajan en condiciones legales y reciben un salario, no consiguen dejar de ser pobres. Exactamente igual que en el capitalismo manchesteriano del siglo XIX.
A nivel europeo, se estima que hay más de 35 millones de personas en situación de working poor, afectando al 13,3% de los hogares de trabajadores de la UE. El 33% de los pobres europeos de entre 25 y 55 años trabaja con un contrato legal y a jornada completa. Los trabajadores que se encuentran en alguna de estas tres situaciones: empleo a tiempo parcial no elegido, empleo temporal o autoempleo, sufren un mayor riesgo de vivir en situaciones de pobreza. “Estos trabajadores, en general, trabajan menos tiempo a lo largo de un año que los trabajadores con contrato indefinido o a tiempo completo, lo que explica, obviamente, parte del menor ingreso salarial”, señalan Bibiana Medialdea y Nacho Álvarez, autores de un estudio sobre los working poor en la Unión Europea. (*)
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Esto no es ficción. Se trata de una oferta de trabajo enviada hace un par de días por correo electrónico a los demandantes de empleo apuntados en una Empresa de Trabajo Temporal. En ese tipo de trabajos basura te pagan (mal) por el tiempo exclusivo en el que estás presente en el tajo. No generas derechos como descanso dominical y vacaciones pagadas. Ni siquiera una decente cotización a la Seguridad Social. Mientras que un trabajador con contrato normal cotiza a efectos de su pensión futura por 365 días al año, aunque no trabaje los fines de semana, vacaciones y otras fiestas de guardar, los años de cotización del precario son más largos, sólo cotiza los días de presencia efectiva en el trabajo. Si no puede acudir por enfermedad, no cobra. Así de claro, como los jornaleros de antaño.
Exceptuando ciertas privilegiadas minorías del ámbito empresarial, judicial o político, es difícil encontrar hoy una familia que no tenga alguno de sus miembros incurso en algún tipo de precariedad laboral. Cada vez hay más hogares donde, aunque todavía se vive con cierto desahogo gracias a los ingresos de los cabezas de familia, los hijos están en paro o trabajan con contratos precarios, por lo que no encuentran un terreno sólido sobre el que asentar un proyecto de desarrollo y emancipación personal.
Pero cada vez hay más familias sumidas en la pobreza debido a esta precariedad laboral. Para los autores del estudio citado, “hay razones para defender que el análisis de la pobreza salarial debe hacerse, para ser más realista, no en términos personales sino familiares. Por ejemplo, es usual que una persona obtenga un salario que le permita a él individualmente situarse por encima de la línea de pobreza, pero que una vez integrado en una unidad de convivencia con más personas, y quizás no más ingresos (desempleados, niños, ancianos), el hogar quede en situación de pobreza real”.
El working poorletariado es una lacra que se extiende a escala global. De ella no se salvan ni siquiera las poblaciones países que, como Japón, hicieron del trabajo una cuestión de honor. Formado a partir del término inglés free (libertad) y el alemán arbeiter (trabajador), el neologismo freeter se utilizó originalmente en Japón para designar a los jóvenes que se negaban a someterse a las normas del empleo permanente y optaban por los contratos temporales. En la actualidad, esta opción prácticamente ya no existe, puesto que los pequeños trabajos son los que más abundan.
Según datos oficiales, Japón registraba en 2004 unos 4 millones de freeters de 15-34 años. Sus ingresos oscilan entre los 100.000 y 200.000 yenes por mes, es decir, aproximadamente la tercera parte de lo que gana un asalariado común. Uno de los aspectos más preocupantes de la precariedad laboral japonesa es el suicidio. Al no poder sobrellevar la situación, algunos desamparados deciden quitarse la vida. Desde 1989, según las estadísticas de la Agencia de la Policía Nacional, se suicidaron unas 450.000 personas. La cuestión es lo suficientemente espinosa como para que los poderes públicos comiencen a interesarse en ella. El Ministerio de Salud y Trabajo se fijó como objetivo reducir a 22.000 la cantidad de suicidios de aquí al 2010. (**)
(*)Bibiana Medialdea y Nacho Álvarez: “Ajuste neoliberal y pobreza salarial: los working poor en la Unión Europea”, Viento Sur, nº 82, Septiembre, 2005
(**) Odaira Namihei: “Jóvenes atrapados en la clase baja: Malvivir en el País del Sol Naciente”. Le Monde Diplomatique, Edición Cono Sur. Servicio Informe-Dipló Nº 82, 25.04.2006.
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