miércoles, 26 de octubre de 2011

¿Trabajaría la gente con una Renta Básica Garantizada?


Nadie trabajaría
si se estableciera un ingreso garantizado con carácter universal y no condicional. Esa es una de las objeciones tópicas y típicas a la propuesta de la Renta Básica de Ciudadanía. Objeción más demagógica que realista. Sin embargo, pocos cuestionan una realidad tangible: hay en el mundo millones de nadies trabajando sin cobrar. Los informes sobre Desarrollo Humano calculan que el 50% del tiempo total dedicado al trabajo en el mundo corresponde a actividades no monetarizadas.


Monetarizar significa traducir un proceso productivo a unidades de cuenta que permitan el proceso de intercambio. Una producción de tipo primitivo, destinada exclusivamente al autoconsumo, es un claro ejemplo de economía no monetarizada. Con el proceso de intercambio aparece la economía monetarizada, donde el valor de los bienes intercambiados puede ser implícito (no monetizado) o explícito (monetizado). Siguiendo a Orio Giarini y Patrick M. Liedtke, autores del informe al Club de Roma El dilema del empleo, podemos distinguir dos categorías dentro del trabajo autoproductivo.

En primer lugar, las actividades no monetarizadas basadas en valores de intercambio implícitos. Que son todas aquellas que podrían remunerarse, es decir, monetizarse, pero que, por una u otra razón, no se remuneran, como el cuidado de niños, ancianos y enfermos y, en general, el conjunto de tareas domésticas. Es decir un conjunto de trabajos desarrollados fundamentalmente por la mujer, en jornadas interminables, sin que se reconozca su condición de trabajadora.

En segundo lugar, las actividades no monetarizadas sin valor de referencia de intercambio implícito o explícito. Entrarían dentro de esta categoría el autoaprendizaje, la autorreparación o la autocuración, es decir, el conjunto de actividades que no pueden delegarse en terceros, pero que añaden valor real a la calidad de vida.

Por desgracia, los instrumentos de la econometría al uso están diseñados para medir el valor del trabajo únicamente cuando interviene una compraventa del mismo en el mercado. Cuando una persona trabaja para sí misma, bien sea atendiendo al cuidado de su hogar, cocinando sus alimentos e incluso produciéndolos en su huerto, reparando su automóvil o pintando su casa, desarrolla un enorme volumen de trabajo socialmente útil que no se encuentra reflejado en los datos de la Contabilidad Nacional.

La economía que hasta ahora se ha considerado políticamente correcta ignora el valor de actividades socialmente útiles que realizan los individuos al margen de los circuitos de mercado. Por ejemplo, el coste de cuidar un niño en una guardería se incorpora al PIB por el importe del sueldo del empleado profesional más el beneficio obtenido por el propietario de la guardería, los alquileres, etc. Sin embargo, si quien se encarga de cuidar al pequeño es su madre, un abuelo o una tía soltera desempleada, pese a que el tiempo de trabajo dedicado a ocuparse del menor sería en principo exactamente el mismo que en la guardería, ni la patronal ni los sindicatos ni los ministerios de Trabajo y Economía se darán por enterados de que ese tipo de trabajo ha sido efectuado.

A propósito de esto, el sociólogo estadounidense Alvin Toffler sugirió de forma irónica una forma de incrementar el PIB: que cada ama de casa realice los trabajos domésticos de su vecina y se paguen mutuamente por ello. “Si cada Susie Smith pagase a cada Bárbara Brown cien dólares a la semana por atender a su hogar y a sus hijos, recibiendo al mismo tiempo una cantidad equivalente por prestar los mismos servicios a cambio, el impacto sobre el PIB sería asombroso. Si cincuenta millones de amas de casa americanas se dedicaran a esta absurda transacción, el PIB de los Estados Unidos aumentaría inmediatamente en un 10%”.

Desde una perspectiva más cercana, el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) afirma en un estudio que las tareas domésticas (limpieza, comida, atenciones a los niños, mayores y enfermos) si fueran contabilizadas representarían el 55% del PIB regional de la región madrileña.

Son las mujeres las que, en una proporción de tres a uno, cargan con este trabajo no remunerado sobre sus espaldas. Si cada madre que prepara la comida a sus hijos o atiende a un familiar con Alzheimer recibiera un sueldo por ello, la renta regional aumentaría en 55.500 millones de euros. De éstos, 40.700 irían a parar a manos femeninas, y 14.800, a hombres. Estas son algunas de las conclusiones del estudio La cuenta satélite del trabajo no remunerado en la Comunidad de Madrid.

Aunque el tipo de encuesta realizada sigue la metodología recomendada por Eurostat, el informe también incluye los datos que se obtendrían si se contabilizaran las actividades secundarias. Es decir, las que se realizan simultáneamente a otra que requiere mayor atención; por ejemplo: la persona que está cocinando y, al mismo tiempo, cuida a un niño. Según María Ángeles Durán, catedrática de Sociología que ha dirigido la investigación, la inclusión de las actividades secundarias refleja mejor la realidad del mercado laboral: “A nadie se le ocurre que un taxista que espera en la parada a que llegue un cliente no esté trabajando”. En total, se está hablando de 6.000 millones de horas anuales de trabajo no remunerado. O de 15.000, si se incluyen las actividades secundarias. Considerando este matiz, las actividades domésticas no remuneradas tendrían un valor añadido equivalente al 130,78% del PIB regional.

Un estudio similar fue publicado el 1 de mayo de 2005, con motivo del Día de la Madre en la página web Salary.com En él se llega a la conclusión de que las amas de casa ganarían unos 131.471dólares anualmente, incluyendo las horas extra, si recibieran un sueldo. En un muestreo se le pidió a 5,4 millones de madres amas de casa que identificaran las categorías laborales convencionales podrían encajar con una descripción general de sus rutinas diarias. El sondeo demostró que las categorías que pueden reflejar las tareas que consumen la mayor parte del tiempo de una madre ama de casa incluye, entre otras, las de profesora de guardería, conductora, ama de llaves, cocinera, consejera delegada, enfermera y trabajadora de mantenimiento general.

Ese hipotético salario medio está basado en una semana de 100 horas de trabajo con el cuidado de al menos dos niños en edad escolar. Salary.com que sigue la remuneración de los trabajos, sugirió que el salario base anual para una madre con una jornada semanal de 40 horas en casa sería de 43.461 dólares. Las madres ganarían otros 88.009 dólares adicionales al año por cada 60 horas extras a la semana. No obstante, las madres puntualizaron que no se puede dar una cifra por el tiempo que pasan con sus hijos. Una de ellas, Debra Miley, quien está en casa con su hija de dos años, Olivia, y su hijo Gregory de cuatro meses afirmó: “Les doy el 150 por ciento de mí misma muchas horas al día”.

Toda esta ingente cantidad de trabajo efectivo que realizan las personas fuera de los circuitos del mercado pasa absolutamente inadvertida ante los ojos de las más doctas autoridades académicas, políticas y gubernamentales. Por no hablar de sindicatos y patronales, que pontifican sobre el trabajo pese a tener sobre el mismo una óptica limitada al campo del empleo, subcategoría del trabajo humano que se realiza a través del artificio del empleo por cuenta ajena.

En la homérica Odisea aparece un personaje que también tenía una visión reducida de las cosas: el cíclope Polifemo, que tenía un solo ojo en la frente. Polifemo capturó a Ulises y a sus compañeros con el propósito de comérselos. Antes del festín, el cíclope quiso saber el nombre del jefe de los capturados y el astuto Ulises ideó una estratagema, explicando al cíclope: “Mi nombre es Nadie; y Nadie me llaman mi madre, mi padre y mis compañeros todos”.

Con ánimo cruel, el gigantón le respondió: “A Nadie me lo comeré al último, después de sus compañeros, y a todos los demás antes que a él: tal será el don hospitalario que te ofrezca”. Durante el resto de la velada, Ulises sirvió vino en abundancia al gigantón y cuando éste cayó en sopor etílico, aprovechó para endurecer al fuego una estaca de olivo cuya punta aguzada que, entre todos, hincaron en el único ojo de Polifemo. “Dió el Cíclope un fuerte y horrendo gemido, retumbó la roca, y nosotros, amedrentados, huimos prestamente; mas él se arrancó la estaca, toda manchada de sangre, arrojóla furioso lejos de sí y se puso a llamar con altos gritos a los Cíclopes que habitaban a su alrededor, dentro de cuevas, en los ventosos promontorios”.

Alarmados por sus voces acudieron otros cíclopes que, parándose junto a la cueva, le preguntaron qué era lo que tanto le angustiaba: “¿Por qué tan enojado, oh Polifemo, gritas de semejante modo en la divina noche, despertándonos a todos? ¿Acaso algún hombre se lleva tus ovejas mal de tu grado? ¿O, por ventura, te matan con engaño o con fuerza?” A lo que respondióles desde la cueva el robusto Polifemo:

—¡Oh, amigos! Nadie me mata con engaño, no con fuerza.

El resto de gigantones, le contestaron con estas aladas palabras:

—Pues si nadie te hace fuerza, ya que estás solo, no es posible evitar la enfermedad que envía el gran Zeus, pero, ruega a tu padre, el soberano Poseidón.

Y se despreocuparon del asunto, circunstancia que el astuto Ulises y sus compañeros aprovecharon para huir agazapados debajo de las reses que Polifemo dejó salir de la cueva no sin antes acariciar sus lomos una a una.


Gracias a la estratagema de Ulises, estos nadies salieron bien librados de la peligrosa aventura. No así los millones de nadies que trabajan sin cobrar para que el mundo esté ordenado, limpio y alimentado. Pero la visión que tiene la economía oficial es tan corta como la de Polifemo. Como señaló Arthur Pigou—considerado el fundador de la Economía del Bienestar—, para las estadísticas de la Renta Nacional sería catastrófico el hecho de que un hombre soltero se casara con su ama de llaves. En efecto, bajo los roles clásicos, la feliz casada seguiría realizando exactamente el mismo trabajo que antes, sólo que sin percibir una retribución monetaria.


NOTA:
Dejo expuesta esta cuestión por si lectoras y lectores de la página tienen a bien ilustrarla con sus comentarios. El autor de este blog se encuentra en estos momentos, y salvando las distancias, en situación parecida a la de un Cíclope, es decir, con la visión reducida a un solo ojo, debido a un desprendimiento severo de retina en el otro. A las puertas del quirófano y de una tediosa convalecencia, no podré actualizar esta página en bastante tiempo. Mientras tanto, que nos quiten lo 'avistao' desde las montañas más recientemente ascendidas. Salud y hasta pronto.

Arriba: Casco, Brecha de Rolando y Taillón desde la cumbre del Pic d'Ardiden (2.987m). Abajo: un planeador cruza por debajo de nosotros, sobre la cresta durante la ascensión al Tendeñera (2.850m)




martes, 18 de octubre de 2011

Indignación fin de semana: no, gracias



¿A quién se le ocurrió la desdichada idea de malgastar en manifestaciones ese tiempo en que Monsieur Capital nos concede tregua laboral? ¿No sería mejor aprovecharlo para descansar o solazarse como mejor parezca a cada cual, y manifestarse en días laborables? Las protestas, de lunes a viernes, por favor. Cuando las fábricas, talleres y oficinas están abiertos. Y la Bolsa y el Parlamento también. Por si acaso, aparte de tomar las calles, llegase el momento de tomar también los centros donde se decide nuestra miseria.


Habida cuenta de que la protesta contra la plaga de depredadores de la economía mundial estaba convocada también a escala global, decidí unirme a ella saliendo a la calle el 15-O. Por coherencia, pues no se puede estar alentando movilizaciones y quedarse luego en casa. Y debo expresar mi grata sorpresa al comprobar la ingente cantidad de personas que respondieron a la convocatoria. Impulsadas, sin duda, por ese 'magma de hartazgos' del que habla Pierre Miró, agudo y pobrecito veedor cibernáutico de esta Villa y Corte.

Tras dejar pasar varios abarrotados trenes de Metro en la estación de Goya, conseguí montar en uno de ellos y desembarcar en Banco de España —en la estación del ferrocarril urbano me refiero, no en su tan bien pagado como inútil servicio de estudios y de control de la banca española—. Durante dos horas, permanecí en ese punto (no nos mires, únete, pero yo hago de mi capa un sayo) observando con asombro el caudaloso río de gente que no dejó de pasar durante las dos horas que permanecí allí. Cuando la corriente humana comenzó a esponjarse y decidí estirar las piernas y caminar un poco por la
c'Alcalá, un redoble de tambores anunció desde Cibeles la llegada de una nueva columna cuyas huestes eran tan nutridas que, por sí solas, habrían sido bastantes para que los organizadores de otras manifestaciones se hubieran sentido satisfechos de la asistencia.

Aclaro que un servidor no responde específicamente al perfil del indignado
made in 15-M, DRY, etc. Como podrán advertir por los títulos de los libros de mi escaparate particular, llevo indignado con el estado de la cuestión social en este país desde una época en la que a los jóvenes del 15-M ni siquiera les habían salido los dientes de leche. Mientras que la mía se iba agriando hasta llegar a ese punto de acritud en que la indignación colma el vaso, se sublima y da lugar al cabreo puro y duro.


Como lo cortés no quita lo valiente, debo decir que el hecho de que yo asistiera al 15-O no significa que me sienta del todo cómodo en las manifestaciones dominicales o sabatinas. ¿A quién se le ocurrió la desdichada idea de malgastar en manifestaciones ese tiempo en que
Monsieur Capital nos concede una tregua laboral? ¿No sería mejor aprovecharlo para descansar o solazarse como cada cual tenga por costumbre y organizar manifestaciones en días laborables?

Dolce far niente frente al Mont Blanc

En clave irónica ma non tanto suelo discursear entre amigos y colegas políticos intentando llamar su atención sobre esta personal reivindicación. A mi favor, el contundente argumento de que entre Dios y el Movimiento Obrero consagraron los fines de semana para el descanso. Me explico.

Como es sabido, la tradición judeocristiana cuenta que Yahvé expulsó del Paraíso Terrenal a la pareja primigenia, condenándolos, a él a obtener el pan con el sudor de su frente, y a ella, a parir a sus hijos con dolor. Hoy, las políticas de igualdad, aunque no han resuelto el problema técnico del parto
unisex, han conseguido que todos y todas tengan que sudar la camiseta para comer, trabajando casi siempre por cuenta ajena. Que en huerto propio, las penalidades del trabajo se ven de otra manera. No obstante, como dice el Génesis que Dios creo el mundo en seis días —lo cual se nota, según los perfeccionistas— y el séptimo descansó, la tradición judeocristiana consagró el séptimo día de la semana al descanso. Por cierto, Bertrand Russell cuenta cómo escuchó a una vieja marquesa quejarse de la universalización del descanso dominical: "¿Para qué quieren los domingos los pobres? deberían trabajar" sentenció la marquesa.

Los judíos entendieron que el día consagrado al descanso debía ser el sábado, que lo lleva implícito en el nombre. Pues sábado viene del hebreo
shabbat, y este del acadio sabbatum (descanso), que es el sexto día de la semana, séptimo de la semana litúrgica. Por su parte, los cristianos trasladaron la holganza al domingo (dominicus dies, día del Señor). En la era contemporánea, tras la revolución industrial, el auge del movimiento obrero consiguió, al menos en los países europeos, unir ambas fiestas con la jornada de 40 horas, de lunes a viernes. Durante un tiempo, a la patronal inteligente le pareció bien el invento, pues el week end se convirtió en otro momento productivo a través del cual los obreros les devolvían parte del jornal gracias al consumo de bienes y ocio.

El trepidante
week end consumista propuesto por la industria del ocio turbocapitalista tiene poco que ver con el ocio (otium) de nuestros clásicos grecolatinos, para los cuales cualquier tejemaneje crematístico implica negocio, es decir, negación (nec otium) del ocio, entendido como sosiego, privación de inquietudes. Y desde luego, la agitación fin de semana entra en contradicción con el modo en que la religión hebrea considera el sagrado descanso sabatino.

La estricta observancia del
shabbat es uno de los grandes preceptos señalados en los libros del Antiguo Testamento. Es un día en el que debe guardarse una rigurosa abstinencia de cualquier actividad relacionada con el trabajo. El precepto alcanza también a las tierras de cultivo, que deberán dejarse en barbecho cada siete años, así como a las deudas, que prescribirán al cabo de ese periodo de tiempo. El descanso sabático es una forma de ocio bien entendido que persigue restablecer la armonía con la naturaleza. Erich Fromm, en Tener o ser, lo explica muy bien:

No es el descanso per se, en el sentido de no hacer un esfuerzo físico o mental, sino el reposo en el sentido de restablecer una armonía completa entre los seres humanos y entre ellos y la naturaleza. Nada debe destruirse, y nada debe construirse: el shabbat es el día de la tregua de la batalla humana con el mundo. Tampoco debe ocurrir ningún cambio social. Se considera que hasta arrancar una hoja de hierba rompe esta armonía, así como encender un fósforo. Por ello está prohibido llevar algo en la calle (aunque sea tan pequeño como un pañuelo), pero está permitido llevar un peso pesado en el propio jardín. No se prohíbe el esfuerzo de llevar una carga, sino el de transportar un objeto de una propiedad a otra, porque esa transferencia constituía originalmente una transferencia de propiedad. En el shabbat se vive como si no se tuviera nada, sin perseguir otra cosa que ser, esto es, expresar nuestros poderes esenciales: rezar, estudiar, comer, beber, cantar, hacer el amor.


Participar durante un fin de semana en una protesta contra quienes nos explotan precarizando el trabajo o los servicios públicos [sanidad, educación, etc. son salario indirecto] es hacerle un doble favor a los explotadores y a los políticos que actúan a su dictado. En primer lugar, porque les ahorramos la molestia de escuchar el ruido de las reivindicaciones. En efecto, en los días de fiesta los gerifaltes sí que están cumpliendo religiosamente con el precepto del descanso semanal, y todas las instituciones del Establecimiento, desde la Bolsa al Parlamento, están cerradas.

¿Indignación o fiesta?

En segundo lugar, porque en esos días en los que disminuye el tráfico automovilístico y cierra el comercio, las calles de las ciudades cobran un aire sosegado, que propicia el paseo y los actos lúdicos: carreras populares, marchas ciclistas, corrillos de filatélicos intercambiando sellos... Precisamente por ello, las manifestaciones celebradas en fin de semana, máxime cuando integran gran aparato de charangas, bandas de tambores y coros que cantan consignas, tienen más de acto festivo que reivindicativo.

Ante lo cual, viendo cómo el buen pueblo se divierte, la clase dirigente respira aliviada y repite como el viejo cacique pueblerino: si icen, que izan; mientras que no azan.

Las protestas, de lunes a viernes, por favor. Cuando las fábricas, talleres y oficinas están abiertos. Y la Bolsa y el Parlamento también. Cuando la patronal pide el copago en sanidad, limitar el derecho a huelga, abaratar los despidos y apoyar la educación privada. A este paso, aparte de tomar las calles, habrá que plantearse si no ha llegado el momento de tomar también los centros donde se decide nuestra miseria.




viernes, 14 de octubre de 2011

15-O: protesta globalmente, actúa localmente



La convocatoria de una jornada global de protesta hoy, 15 de octubre, permitirá visualizar a escala planetaria el tamaño del descontento con las políticas neoliberales. Pero la indignación puntual no es suficiente para detener los estragos que esas políticas causan día a día en nuestras vidas. Está bien protestar los días festivos, pero es preciso pasar a la acción en días laborables. La historia nos enseña cómo el movimiento obrero agrupado en la Internacional fue capaz de mantener a raya al capitalismo.



Glocal, un curioso neologismo (de local y global) define el intento de expresar las diferentes dimensiones locales directamente dependientes del proceso general de globalización. El término ha sido propuesto por el sociólogo británico Roland Robertson, que sostiene que lo local y lo global no se excluyen mutuamente. Al contrario, lo local debe entenderse como un aspecto de lo global. Esto no sólo en lo que se refiere a los distintas manifestaciones ‘transculturales' sino también por lo que concierne a los procesos económicos. Las empresas que producen y comercializan sus productos actúan con una lógica global, pero deben desarrollar relaciones locales, pues la producción se apoya irremisiblemente sobre pilares locales.

En el mundo que algunos quieren ver totalmente supeditado a la economía, la perspectiva glocal puede interpretarse como una visión de las dos caras de la moneda: riqueza globalizada y pobreza localizada. En este sentido, otro sociólogo como Zigmund Bauman sugiere que: "La glocalización es, fundamentalmente, un nuevo reparto de, a la vez, privilegios y ausencia de derechos, riqueza y pobreza, posibilidades de triunfo y falta de perspectivas, poder e impotencia, libertad y falta de libertad. Podríamos decir que la glocalización es un proceso de nueva estratificación a nivel mundial, en cuyo devenir se construye una nueva jerarquía a nivel mundial sociocultural y autorreproductora".




La convocatoria de una jornada global de protesta el 15 de octubre permitirá visualizar a escala planetaria el tamaño del descontento con las políticas neoliberales. Pero protestar no es suficiente para detener los estragos que está causando en nuestras vidas el avance de la sinvergonzonería capitalista. Tenemos que identificar en cada país, y nosotros en España, a los responsables de la precarización de las pensiones, de los recortes en sanidad y educación públicas, de la inyección a los banqueros de ingentes cantidades de dinero obtenido de nuestros impuestos con el fin de salvarlos del atolladero en el que ellos mismos se han metido. Hasta el mismísimo aire insano y embotellado que respiramos en Madrid, tiene nombre.

Tomar las calles es algo más que desfilar o acampar en ellas. Saber que somos mucha gente en el mundo luchando por idénticos objetivos de solidaridad y justicia podría, mutatis mutandis, revivir un movimiento similar al que, hace 140 años, movió por primera vez al proletariado a
"tomar el cielo por asalto", en palabras de Carlos Marx.

En 1871, el gobierno revolucionario de la Comuna de París fue formado por una federación de representantes comunales o vecinales. Una de las primeras proclamaciones fue la "abolición del sistema de esclavitud salarial de una vez por todas". Fueron realizadas elecciones obedeciendo a la lógica de la democracia directa en todos los niveles de la administración publica. En semanas, la recién nombrada Comuna de París introdujo más reformas que todos los gobiernos de los dos siglos anteriores juntos.

Durante los 72 días que duró La Commune, el primer gobierno obrero en Francia, los trabajadores aprendieron a costa de sangre y sufrimiento que sólo formando una gran alianza podrían enfrentarse cara a cara con el poder económico, que si por algo se distingue, es por la férrea unión del conglomerado de intereses que lo integra.




Así surgiría la Internacional Obrera, nombre de las sucesivas organizaciones fundadas a partir del siglo XIX para coordinar a escala internacional la acción de los partidos políticos y sindicatos revolucionarios. A los compases de
La Internacional —himno compuesto sobre un texto escrito, en 1871, por E. Pottier y música de P. Degeyter, en 1888— el movimiento obrero mundial se alzó contra la opresión capitalista. El mundo de los patronos y los grandes negocios se vio obligado a hacer ciertas concesiones, como ese Estado del Bienestar que ahora están procediendo a demoler los gobiernos que siguen los mandatos de los poderes fácticos del dinero.

A partir del 15-O, las ciudadanas y ciudadanos deberíamos aprender que imponer respeto a los poderes económicos exige acciones que van más allá que tomar las calles de forma festiva durante una jornada sabatina. Justo cuando los grandes bastiones del poder, desde la Bolsa al Parlamento, están cerrados.