domingo, 27 de noviembre de 2011

Ahora ya sabemos a quién representan


Que no nos representan, que no, que no
... es un lema
coreado por miles de voces en las cada vez más frecuentes manifestaciones de indignación ciudadana. PSOE y PP son los términos intercambiables del binomio bipartidista que se va alternando en el presunto papel de representantes del pueblo. Pero a la ahora de la verdad, lo único que representan es una farsa, y no la voluntad soberana. Su mayor fidelidad es hacia los intereses creados por el mundo de los negocios. ¿Era la voluntad de los 6.973.880 votantes del PSOE el 20-N indultar a un banquero?


Apenas si ha transcurrido una semana desde las elecciones generales que otorgaron holgada mayoría parlamentaria al Partido Popular. Echando una ojeada a los periódicos y aplicando la oreja a los informativos radiofónicos, parafraseando a don Jacinto, uno no puede por menos que exclamar: He aquí el tinglado de la antigua farsa.

Acto I: Mariano Rajoy, primer ministro in pectore del próximo Gobierno de España, ha decidido mantenerse alejado de la vida pública y los focos mediáticos hasta que se produzca su investidura efectiva. Una decisión tan buena y respetable como otra cualquiera, habida cuenta de que para despachar los asuntos de oficio, sigue estando en funciones el gabinete anterior.

Durante este tiempo, Rajoy podría tomarse unas vacaciones para coger fuerzas de cara a la ardua tarea que le espera. O realizar un curso acelerado de inglés, cosa conveniente para un gobernante que, según dijo en campaña, aspira a situar a España en los primeros niveles del ranking internacional. Todo esto también sería bastante respetable.

Sin embargo, Rajoy ha elegido cultivar la amistad de gente tan poco respetable como los banqueros. Así ha llamado a su despacho al menos a tres de los principales ejecutivos de banca del país: en primer lugar a Rodrigo Rato, ex ministro económico con Aznar que malvendió las joyas de la corona y consolidó los monopolios, desertor del Fondo Monetario Internacional y presidente nombrado a dedo de Bankia, grupo formado tras la demolición de Cajamadrid. Ha hecho lo propio con Francisco González (BBVA) e Isidre Fainé (La Caixa). Puede que otros banqueros hayan acudido también a Génova, porque el secretismo es total y el PP no informa oficialmente de estas reuniones.

Acto II: El Gobierno en funciones, presidido por Rodríguez Zapatero, que se supone está para despachar meros asuntos de trámite, acaba de tomar la decisión, perpetrada en el pasado Consejo de Ministros, de indultar a Alfredo Sáenz. Otro pájaro del mundo bancario condenado por los tribunales por un delito extremadamente grave. Nada más y nada menos que efectuar una denuncia falsa contra un empresario que —el corrupto Estevill mediante— acabó dando con sus huesos en la cárcel. El consejero delegado del Santander había sido condenado a tres meses de arresto e inhabilitación temporal por un delito de acusación falsa. El indulto contaba con el informe favorable del Ministerio Fiscal y desfavorable por parte del Tribunal Supremo.

Intermezzo: Los que se van del Gobierno indultan a un banquero, y los que van a entrar miran para otro lado, amparándose en que todavía no gobiernan. Pero no paran de estrechar manos de banqueros. Pues crecen los indicios de que el PP pretende crear un banco malo para enjugar los activos basura de los bancos con dinero del contribuyente. Otros 100.000 millones de euros añadidos a las cuantiosas ayudas ya proporcionadas con dinero público a los bancos hasta ahora.

Alfredo Sáenz, consejero delegado del Grupo Santander, junto a Emilio Botín, jefe máximo del banco.

Decía Rousseau —y habré de volver sobre ello — que "la soberanía no puede ser representada, por la misma razón por la que es inalienable; consiste esencialmente en la voluntad general y a la voluntad no se la representa: es una o es otra". No obstante, por falta de formación política y comodidad, la mayoría de nosotros hemos aceptado una versión de democracia representativa, entendida como elección periódica de unos mandatarios, es decir, unos "mandados" para que se ocupen de las cosas del Gobierno. Que no del Palacio, que a éste no lo elegimos.

¿Es compadreando con banqueros mientras preparan severas purgas contra el bienestar del pueblo como entienden el mandato de la soberanía popular? ¿Es así como nos representan? Más bien parece que lo único que están representando es una lamentable farsa.


Ah, se me olvidaba, el parafraseo inicial es de la obra Los intereses creados, de don Jacinto Benavente. Cuyo inicio es un hermoso homenaje al mundo del espectáculo, a la bohemia. Dice así:

He aquí el tinglado de la antigua farsa, la que alivió en posadas aldeanas el cansancio de los trajinantes, la que embobó en las plazas de humildes lugares a los simples villanos, la que juntó en ciudades populosas a los más variados concursos, como en París sobre el Puente Nuevo, cuando Tabarín desde su tablado de feria solicitaba la atención de todo transeúnte, desde el espetado doctor que detiene un momento su docta cabalgadura para desarrugar por un instante la frente, siempre cargada de graves pensamientos, al escuchar algún donaire de la alegre farsa, hasta el pícaro hampón, que allí divierte sus ocios horas y horas, engañando al hambre con la risa; y el prelado y la dama de calidad, y el gran señor desde sus carrozas, como la moza alegre y el soldado, y el mercader y el estudiante. Gente de toda condición, que en ningún otro lugar se hubiera reunido, comunicábase allí su regocijo, que muchas veces más que de la farsa reía el grave de ver reír al risueño, y el sabio al bobo, y los pobretes de ver reír a los grandes señores, ceñudos de ordinario, y los grandes de ver reír a los pobretes, tranquilizada su conciencia con pensar: ¡también los pobres ríen! Que nada prende tan pronto de unas almas en otras como esta simpatía de la risa.


Acto III. Donde debería cobrar protagonismo directo el pueblo.

Ante tan lamentable situación, los pobres, que cada vez somos más, tenemos que utilizar también el recurso de la risa. No para tomarnos a chacota lo que cada día se convierte en amenaza para nuestra existencia. Debemos reir para relajar nuestra mente y nuestros miembros antes de dar una adecuada respuesta a tanta iniquidad o injusticia. Y puestos a dramaturgias, no me cansaré de recomendar como manual de acción política el Coriolano, de Shakespeare:



Los patricios son tenidos por buenos ciudadanos; nosotros somos los pobres ciudadanos. Con lo que sobra a los poderosos bastaría para socorrernos. Si tan sólo nos dieran lo que les es superfluo mientras estuviese en buen estado, podríamos creer que nos auxilian por humanidad; pero piensan que somos demasiado caros de sostener. La delgadez que nos devora, el espectáculo de nuestra miseria, son como el inventario encargado de mantener detallada la cuenta de su abundancia. Nuestro sufrimiento constituye provecho para los tales. Venguémonos con nuestras picas antes de vernos reducidos a esqueletos; porque saben los dioses que cuando hablo así es porque tengo hambre de pan y no sed de venganza.

William Shakespeare, Coriolano.


martes, 22 de noviembre de 2011

Menos lobos: El PP ha ganado las elecciones, pero España no le ha entregado todo el poder


La victoria electoral del PP es histórica, masiva, aplastante... e incluso horripilante. Pero esa teoría de que España le ha otorgado a Rajoy un respaldo masivo para que aplique políticas de austeridad contra los ciudadanos es una interesada exageración. La mayoría absoluta de los populares se debe a) al hundimiento del PSOE, un descalabro anunciado; b) a un sistema electoral manifiestamente injusto. Los 10.830.693 votos recibidos por el PP son muchos, pero el conjunto de votos recibidos por otras opciones superan esa cifra. Y es dudoso que los 10.361.756 que se abstuvieron, votaron nulo o en blanco, hayan dado mandato alguno a Rajoy.



El Partido Popular, con Mariano Rajoy al frente, ha ganado las elecciones con una amplia mayoría. Eso es un hecho incontestable y el deber de cortesía me impone felicitar a don Mariano por su éxito, al tiempo que el instinto de supervivencia me aconseja tentarme la ropa. Con lo que no puedo comulgar es con esas ruedas de molino mediáticas que se empeñan en propagar —hacer propaganda— esa falsa moneda ideológica que sostiene que los españoles enviaron un mensaje claro de apoyo al nuevo presidente del Gobierno: un respaldo masivo al cambio. Incluso el rotativo de corte moderno y europeísta que pretende ser El País no duda en encabezar la noticia con un titular: "España entrega al PP todo el poder", que choca con el más elemental principio de realidad.

Porque no ha sido 'España', sino el sistema electoral español, que es cosa muy distinta, lo que ha otorgado al PP esa aplastante mayoría en el Parlamento. Mayoría que obtiene a partir de los 10.830.693 votos recibidos en las urnas el pasado 20-N. Un resultado no tan brillante, ya que el PP de Mariano Rajoy sólo ha aumentado en 550.000 los 10.278.010 votos que obtuvo en marzo de 2008.




La mayoría absoluta del PP se debe al desplome del PSOE, que ha perdido más de cuatro millones, casi el 39% de los sufragios que recibió hace cuatro años. De las cifras se desprende que el PP alcanza una mayoría absoluta muy holgada, pero incrementa sus votos solo en 0,56 millones, menos que UPyD (0,8 millones) e IU (0,7 millones). Esta paradoja se debe a las especiales características del sistema electoral español.

Aunque se suele culpar a la ley D'Hondt de la distorsión enre el número de votos y de diputados de cada partido, la culpa no es de Víctor D'Hondt, que inventó un método para cuadrar los decimales en el recuento que no es peor que cualquier otro. El problema radica en el reparto de escaños por circunscripciones y la asignación a priori de dos diputados por provincia, con independencia del censo de la misma. La fórmula D'Hondt lo que hace es favorecer un poco a los partidos que obtienen más representación para facilitar la gobernabilidad (sistema proporcional corregido).

Si no se aplicase la ley D'Hondt y sí un sistema proporcional puro en cada circunscripción, la variación de los resultados sería pequeña y la sobrerrepresentación nacionalista sería la misma o muy similar. Sin embargo, las cosas sí cambiarían mucho en el caso de que el reparto de escaños se hiciese a nivel nacional. Aplicando la Ley D'Hondt y manteniendo el actual listón del 3 por ciento, como mínimo para obtener representación, los resultados con España como única circunscripción serían algo parecido a esta distribución:




Así que, frente al triunfalismo de primera hora, el Partido Popular debe ser consciente de que debe su victoria a ese sistema electoral que el PSOE pudo y no quiso modificar. O, dicho en lenguaje coloquial: menos lobos, Caperucita.

Hablando de estos cánidos, hay que resaltar que esta vez al PSOE no le salió bien la estrategia de gritar "que viene el lobo" durante la campaña electoral. Porque al lobo se le veía venir desde hace mucho tiempo, pero el Gobierno de Rodríguez Zapatero no se molestó en instalar algunas vallas protectoras frente a los sucesivos ataques de las manadas financieras, infinitamente más dañinas que las lobunas. Y Alfredo Pérez Rubalcaba no podía negar que perteneció a ese Gobierno.

La voracidad de los mercados, las directrices de los funcionarios de Bruselas y las imposiciones de frau Merkel, lo sabemos, son imposibles de evitar mientras se pretenda actuar dentro de la lógica de este sistema. Para mantener a raya a los lobos de las finanzas habría que tener madera de Islandia. O sea, la determinación civil con la que la población de ese país se ha negado a pagar los desmanes de sus banqueros. Mientras su vocación siga siendo la de gestora del sistema, la socialdemocracia lo tiene hoy difícil para sustanciar una política social que la diferencie de la derecha más dura sin cuestionar los dogmas del modelo económico neoliberal.

Cuando Zapatero, tal vez porque los dioses queriéndole perder lo volvieron loco, decidió emprender las drásticas reformas que le impuso el Directorio europeo "me cueste lo que me cueste", según sus propias palabras, firmó un doble suicidio político: el suyo y el de su partido. Porque pudo haber tomado idénticas —y como se ha demostrado inútiles— medidas de austeridad para aplacar a los mercados, y reducir el déficit pero salvando de la quema a los más débiles. Por ejemplo, a los pensionistas.

En su primer discurso de investidura, Rodríguez Zapatero prometió que su acción estaría guiada por el ideario legado por su abuelo, el capitán republicano Rodríguez Lozano, fusilado por el bando franquista en 1936. "Ese ideario es breve: un ansia infinita de paz, el amor al bien y el mejoramiento social de los humildes". En este sentido, prometió aumentar en un 26% las pensiones mínimas, relegadas a niveles inferiores al umbral de pobreza por el Gobierno de Aznar que tanto presumía de éxitos económicos. Rodríguez Zapatero cumplió su compromiso a lo largo de los cuatro años de su primer mandato. Y seguramente habría seguido en esa línea hasta que el estallido de la crisis financiera internacional y la burbuja del ladrillo nacional torció sus planes.

Sin duda, Zapatero estaba obligado a seguir la directrices de Bruselas y tomar drásticas medidas de recorte del gasto público para contener el déficit. Pero podía haber evitado congelar las pensiones, con la dosis de.impopularidad que conlleva. Es cierto que salvó de la congelación las pensiones mínimas aplicándoles un incremento del 2%, una subida testimonial, que se esfuma ante el descontento generalizado del gran colectivo de pensionistas.

El ahorro conseguido con esta medida fue ínfimo en comparación con el enorme perjuicio causado a la credibilidad de un partido socialdemócrata que estaba enviando a la población un descorazonador mensaje: ante los mercados, hasta los más viejos del lugar deben inclinar la cabeza. Regalándole de paso una inestimable baza al PP, cuyos portavoces aprovecharon la ocasión para proferir demagógicas arengas. Vamos, que los populares parecían líderes de un partido obrero cuya emblemática bandera azul hubiera sido teñida con el mismo añil de los monos de trabajo.

Hay ciertas líneas rojas del Estado del Bienestar, una de ellas la paga de los jubilados, que un Gobierno no debe traspasar de manera impune. Y si la traspasa, merece ser castigado por los electores para que el resto de políticos aprendan la lección. Al parecer, Rajoy se está aplicando el cuento, y su única promesa ha sido la de no tocar el capítulo de pensiones. Pues nadie mejor que él sabe que, más allá de la fanfarria propagandística, España no le ha dado ningún cheque en blanco. Y que las medidas antisociales que eventualmente adopte serán contestadas en las calles. Sobre todo cuando los ingenuos miembros de esa clase media votante del PP se caigan del guindo descubriendo que los destinatarios del programa oculto de Rajoy... eran ellos!