jueves, 8 de enero de 2015

Je suis Charlie



Los atentados de París nos han recordado que el terror no tiene fronteras. Pero debemos prestar atención acerca de un hecho insoslayable: que son las poblaciones de países donde más arraigado está el Islam las que sufren los mayores ataques terroristas. Es el caso de las matanzas perpetradas en el norte de Nigeria por el grupo Boko Haram.
 

A raíz del brutal atentado sufrido por el semanario satírico francés Charlie Hebdo, que publicó varias caricaturas de Mahoma en 2006, surgieron protestas espontáneas de la población unida bajo el lema "Yo soy Charlie" reflejado en pancartas bajo las que más tarde desfilarían dirigentes de distintas procedencias, preferencias y raleas. Incluidos los que mantienen en sus países severas políticas represivas.

En esos momentos de fuerte carga emocional, la mayoría de los europeos aceptamos la versión de una agresión a la "tolerancia", los "valores occidentales" o la cacareada "libertad de expresión"; o la de una escalada de la "guerra santa" en nombre de Alá; o la de una acción estratégica de Al Qaeda para posicionar al islamismo. Sin embargo, son escasas las reflexiones sobre una realidad palpable: que los operativos de esos grupos terroristas no benefician en nada al Islam, al contrario, lo perjudican fomentando el desarrollo de grupos extremistas de sentido contrario agrupados bajo la bandera de la islamofobia.

Los ataques de París nos han recordado que el terror no tiene fronteras. Pero debemos prestar atención acerca de un hecho insoslayable: que son las poblaciones de países donde más arraigado está el Islam las que sufren los mayores ataques terroristas. Los provocados por Hezbolá, Boko Haram, Al Qaeda o el Estado Islámico se realizan contra los propios musulmanes.

Desde hace tiempo un grupo fundamentalista, tan sangriento en sus acciones como esperpéntico en sus proclamas, viene cometiendo tropelías en el norte de Nigeria con el propósito de establecer un estado islámico. Se trata de Boko Haram, nombre que significa "la educación occidental es pecado". Boko, versión pidging del inglés 'libro' como síntesis de toda la cultura occidental, de toda su educación, y el árabe haram, prohibido, vendría a ser, en opinión de Carlos Esteban "un trasunto salvaje y nada sutil de Fahrenheit 451. Representan el fanatismo religioso, la negación del saber, la violencia como 'ultima ratio', la sumisión absoluta de la mujer, el desprecio total por la vida de los ajenos a la tribu. Quemar chicos adolescentes, secuestrar niñas para venderlas o encerrarlas en un harén". 


Boko Haram no ha dudado en utilizar a una niña de 10 años como detonador de una bomba en un mercado, justo después de masacrar a unas 2.000 personas en el ataque a la localidad de Baga, en el noreste del país. Ese grupo no sólo atacó Baga en repetidas ocasiones sino también unas 15 localidades cercanas.
 
Hoy, Boko Haram controla un área similar al tamaño de Dinamarca en un país como Nigeria, atrapado en un conflicto brutal que está enfrentando a musulmanes y cristianos, y cuyo trasfondo incluye tensiones entre una élite corrupta enriquecida por el petróleo y la empobrecida población del norte, marginada y abandonada a su suerte. Más de 10.000 personas han sido asesinadas en 2014 y más de 1,6 millones de nigerianos han huido de sus hogares.