jueves, 30 de diciembre de 2021

Qué bien, qué bien, hoy contagio con Isabel

 En España, el contagio por coronavirus alcanza cifras explosivas: 166.688 nuevos casos registrados el jueves 30. Las autoridades autonómicas de varias comunidades han decidido no permitir las concentraciones en lugares públicos para celebrar las campanadas de fin de año. Sin embargo, en Madrid, el alcalde Almeida ha autorizado la entrada de 7.000 personas en la Puerta del Sol. Mientras, la presidenta regional, Isabel Díaz Ayuso, declaró que no pensaba tomar ninguna medida especial, pese al colapso que sufre la asistencia primaria. La actitud de ambos dirigentes del Partido Popular recuerdan la atribuida al emperador Nerón tocando la lira mientras Roma ardía en el incendio provocado por él mismo.


2021 se acerca a su fin con la sexta ola de coronavirus disparada en todo el mundo. En España, el informe diario del Ministerio de Sanidad recoge este jueves 166.688 nuevos casos, una cifra que destroza el anterior máximo que hace solo 24 horas había quedado fijado en poco más de 100.000 contagios. En total, ya son casi 6,3 millones los diagnósticos notificados desde marzo de 2020 en un día en el que Sanidad también ha comunicado 74 nuevos fallecimientos.

El inaceptable enfrentamiento de los partidos políticos en un asunto de tanta gravedad como la pandemia sigue impidiendo a estas alturas que se adopten medidas de aplicación general en los diversos territorios del país.

Las autoridades autonómicas de varias comunidades han decidido no permitir las concentraciones en lugares públicos para celebrar las campanadas de fin de año. Sin embargo, el alcalde de la ciudad de Madrid, José Luis Martínez Almeida, ha autorizado la entrada de 7.000 personas en el recinto de la Puerta del Sol. Una actitud propia de bombero pirómano, puesto que el propio regidor no ha tenido el menor empacho en reconocer que él "no iría" a tomar las uvas, limitándose a pedir responsabilidad a quienes lo hagan. 



Por su parte, su compañera de partido y presidenta de la Comunidad madrileña, Isabel Díaz Ayuso, declaró que no pensaba tomar ninguna medida especial. Afirma que defenderá su apuesta por no aplicar restricciones para combatir el virus incluso por encima de los intereses y posicionamientos oficiales de su partido. En contra de la realidad que ofrecen los datos, se ha atrevido a pronosticar que el crecimiento explosivo de los contagios que está provocando la variante ómicron "empezará a remitir en cuestión de días" por lo que ahora no es el momento de las restricciones o los cierres porque, a su juicio, "no sirven de nada". 

Ante la petición de un periodista que le ha solicitado especificar los indicadores en que apoya sus previsiones, Ayuso ha aportado una explicación tan convincente y bien articulada sintácticamente como esta: "Estamos analizando cómo se ha comportado esta misma variante en otros países y por eso...eh, estamos... eh, [...] a ver, no se puede uno, no puede uno lanzar ahora mismo una emisión, concreta, exacta de cómo se va a comportar".

Un discurso muy propio de Ayuso, en línea con su reciente respuesta en la Asamblea madrileña a la pregunta de la portavoz adjunta de Unidas Podemos, Alejandra Jacinto, sobre su gestión de la pandemia y en concreto sobre la cifra de muertes en la región con mayor exceso de mortalidad de España:    

"Sobre las cifras de fallecidos… bueno, de verdad, hasta luego, paso"

Ya lo saben, en Madrid la máxima expresión de la tan cacareada libertad de los dirigentes del PP es la libertad de contagio con la variante ómicron del virus. Pues qué bien. Feliz 2022, si vive para contarlo, pues entre otras especialidades regionales se encuentra esa forma típica de morir a la madrileña propiciada por el profundo deterioro causado por los gobiernos del Partido Popular a la sanidad pública de la región. 

Los últimos estudios del Instituto Nacional de Enfermedades Comunicables de Johannesburgo y del Imperial College de Londres parecen indicar que ómicron es intrínsecamente más leve, una vez descontados los efectos de las vacunas, las infecciones anteriores, la edad media de la población y otros. Sin embargo, como señala, Javier Sampedro, divulgador científico con amplia experiencia como investigador en Biología Molecular:

"Nada de esto es un argumento para no vacunarse o no protegerse con las mascarillas y demás medidas profilácticas. En el Reino Unido, por ejemplo, 132 contagiados por ómicron han ingresado en urgencias, de los que 14 han muerto. Que la enfermedad grave y la mortalidad sean mucho menores que con la variante delta es una buena noticia sobre la evolución de la pandemia, pero un triste consuelo para el que muere de todos modos. Además, la circulación libre del virus sigue siendo una idea tan mala como lo era hace dos años, porque conducirá al colapso de los hospitales y la atención primaria. En un ejemplo hipotético, si ómicron solo causa la mitad de casos graves que delta, pero se propaga el doble, el sistema sanitario se seguirá colapsando igual. Y eso significa muertes".

___________________________

Madrid confirma 4.888 casos y 34 muertes por covid-19 en las últimas horas

La Comunidad de Madrid confirmó este lunes 10/1/2022 4.888 casos de coronavirus registrados en las últimas horas y otras 34 muertes a causa de la infección. Así lo recoge el nuevo informe del Ejecutivo madrileño, que incorpora 8.509 positivos que colocan el acumulado en 1.260.901. Por lo que respecta a los fallecidos por coronavirus, su cifra total se sitúa en 18.709 y en 25.983 si se incluyen los datos de sanidad mortuoria en centros sociosanitarios, en domicilios y en otros lugares por especificar. En los hospitales de la región hay 2.880 pacientes ingresados con la enfermedad para un global de 134.604. De ellos, 309 se encuentran en la UCI, 12 más que ayer, para una suma de 14.265. según el informe epidemiológico diario de la Comunidad de Madrid






miércoles, 22 de diciembre de 2021

500.000 Admiror te, paries, ...

 

Aunque no hubiera estado mal en caso de haber sido un premio de lotería, la cifra se refiere a algo distinto: es la marcada por el contador de este blog: 500.000. Una cifra redonda que corresponde al número de visitas registradas hasta el pasado domingo.


En efecto, 500.000 es una cifra redonda, insignificante a escala sideral pero que tiene especial relieve para un modesto blog que, desde su apertura, ha procurado mantener fidelidad a su propósito inicial: combatir la desigualdad social desde la crítica de las políticas laborales y de protección social.

Tampoco es que sea una cifra como para tirar cohetes. Habida cuenta de que la primera entrada fue publicada el 7/3/09, la aparente rotundidad de los cinco ceros se relativiza si consideramos el tiempo transcurrido desde esa fecha: 141 meses. Un axioma de la sociología asegura que "toda estadística convenientemente torturada acaba por confesar cualquier cosa", así que tomaremos los números en su expresión pura y dura, "sin cocina". El cociente arroja una media de 3.546 visitas mensuales y 118 diarias.

A lo largo de ese periodo se han publicado 445 entradas, lo que arroja una media de tres artículos mensuales. Frecuencia que en los últimos tiempos se ha reducido bastante debido a que el mantenedor del blog es consciente del caudaloso torrente de palabras, cargadas con más ruido que información, que circulan por la red. Cada publicador debería administrar las suyas con sobriedad, evitando el riesgo de que acaben siendo merecedoras de la cáustica observación que una mano anónima dejó escrita sobre los muros de Pompeya:   

Admiror te, paries, non cecidisse ruina qui tot scriptorium taedia sustineas

(Oh, pared, me maravilla que no te hayas hundido bajo el peso de tantas necedades).

Por supuesto, a la mayoría nos apetece contarle nuestras batallitas al mundo. Lo que no está claro es que todo el mundo esté deseando escucharlas. Y ni siquiera a los habituales lectores que muestran simpatía con el blog conviene servirles grandes raciones, ya que se supone que tienen otras muchas e interesantes cosas que hacer con su tiempo. Una excelente forma de autocontrol se encuentra en la regla que nos dejó el humanista, filósofo y pedagogo del Reino de Valencia Luis Vives (1493-1540)

«Quien escribe tiene antes que leer mucho, meditar, ensayar y corregir, pero publicar muy poco; la proporción entre estos actos debe ser, a nuestro juicio, la siguiente: La lectura, como cinco; la reflexión, como cuatro; el escribir, como tres; las enmiendas reducirán lo anterior a dos partes, y de éstas, una es la que debe salir a la publicidad».

Nacido en el seno de una familia de origen judío, Juan Luis Vives tuvo que abandonar España en 1509 huyendo de los rigores de la Inquisición, que entre otras atenciones envió a su padre a la hoguera. Estudió en la Sorbona parisiense y, durante un breve periodo, enseñó en el Corpus Christi College de Oxford y acabó enseñando humanidades en las Universidades de Brujas y Lovaina.

Vives demostró su sensibilidad social en De Subventione Pauperum (Del socorro de los pobres), un tratado en el que plantea que, en lugar de la caridad privada o eclesial, sean las autoridades públicas quienes se encarguen de erradicar la pobreza. Y por supuesto, procediendo de una forma mucho más digna que la de brindar a la población desfavorecida nada menos que una especie de pienso para pobres, elaborado con alimentos de desecho, de la que, en su día, hablamos en una de las páginas de este cuaderno. 

Por lo demás, quede patente la gratitud del escribidor a todas las personas que, habiendo miríadas de ofertas de lectura en Internet, han tenido la gentileza de visitar este sitio. Y con este enlace les dejo mi felicitación y mis mejores deseos de salud, que no es poco, en estas Fiestas del Año II de la Pandemia vírica.




martes, 14 de diciembre de 2021

Especuladores: ¡sacad vuestras zarpas de nuestras pensiones!

Defender la continuidad del Sistema Público de Pensiones,  allí donde el esfuerzo político y social ha logrado implantarlo, no es un capricho ideológico, sino una muestra del más genuino instinto de conservación. Desde hace alrededor de un siglo, la experiencia y la cruda realidad han aconsejado que la prestación de servicios considerados básicos para la población, como la sanidad, la enseñanza y la protección social estén a cargo del Estado. Ya que es la única forma de garantizar la continuidad y universalidad de las prestaciones. Las pensiones son la columna vertebral del sistema, que en ningún caso deben ser abandonadas a la voracidad de los especuladores y otros delincuentes de guante blanco.


Enfrentada a la tesitura de emprender una larga travesía marítima, una persona en su sano juicio jamás aceptaría embarcarse en un frágil navío. Y mucho menos si el barco, en lugar de por una marinería competente, estuviera tripulado por una cuadrilla de tipos proclives a cagarse por las patas abajo al menor atisbo de galerna. Cuando lo que está en juego es nuestra vida, tanto la razón como el instinto de supervivencia aconsejan elegir compañeros de viaje fiables y no hacer caso a los profetas del Apocalipsis. Tonterías, las justas.

    De idéntica manera, tampoco nadie en su sano juicio debería escuchar esos cantos de sirena ideológicos que invitan a trasladar las pensiones de jubilación desde la nave del Estado a las oscuras bodegas de los bergantines que trafican con fondos bursátiles. Pues la catadura y pericia de su tripulación inspiran poca confianza, como se ha puesto de manifiesto en el curso de la gravísima crisis económica que azota el mundo. Crisis que comenzó con la tormenta financiera provocada por las hipotecas subprime. Esos arrogantes gestores bancarios, que en tiempos de bonanza se pavonean por las cubiertas del barco, cuando la galerna arrecia son los primeros en huir como las ratas en los botes de salvamento, dejando a los pasajeros abandonados a su suerte.

En el otoño de 2008, las aguas se volvieron muy turbulentas en el océano económico. Flamantes transatlánticos de las finanzas, como la vetusta banca Lehman Brothers Holdings Inc, fundada en 1850, se fueron a pique. En esos días de turbulencia, los telegrafistas de los medios informativos no cesaban de transmitir pavorosas noticias: "Jornada negra"; "el crack financiero a la vuelta de la esquina"; "las Bolsas se desploman"; "pánico en los mercados", eran titulares recurrentes. Según dijo Jaime Caruana, a la sazón director del Departamento de Asuntos Monetarios del Fondo Monetario Internacional "en estos momentos hay cierto grado de miedo irracional en esta fase de la crisis financiera".

 Así que esas orgullosas instituciones, que se presentaban ante la clientela con tanto empaque como presunción de eficacia indiscutible, son las que en plena crisis se vieron afectadas por el desplome —pérdida de aplomo—, el pánico —miedo extremado o terror producido por la amenaza de un peligro inminente, y que con frecuencia es colectivo y contagioso— e irracionalidad. Pues bien, en esos buques conducidos por tan dudosas tripulaciones es donde los cantos de las sirenas liberaloides nos invitan a arriesgar nuestro futuro de pensionistas.

 No todos los países cuentan con un sistema público de pensiones de cobertura universal como, con todas sus imperfecciones, es el modelo que tenemos en España. Defender la continuidad del Sistema Público de Pensiones, allí donde el esfuerzo político y social ha logrado implantarlo, no es un capricho ideológico, sino una muestra del más genuino instinto de conservación. Desde hace alrededor de un siglo, la experiencia y la cruda realidad han aconsejado que la prestación de servicios considerados básicos para la población, como la sanidad, la enseñanza y la protección social estén a cargo del Estado. Ya que es la única forma de garantizar la continuidad y universalidad de las prestaciones.

El dogma neoliberal, que sostiene tercamente que el mercado asigna los recursos mejor que un sistema público democrático, tiene un rigor científico similar al  de la Inmaculada Concepción. Dicho sea esto con el debido respeto hacia las concepciones y conceptos de cualquier índole, incluidas las ideológicas. Sólo que aquí estamos hablando de una materia tan delicada como nuestra supervivencia el día de mañana, cuando el natural declive biológico nos impida ganar el sustento por propia mano. Un asunto que no admite bromas.

Y mucho menos las que pretenden gastarnos esos charlatanes, a sueldo de los think tank neoconservadores, que pontifican sobre las virtudes del mercado con una mezcla de arrogancia, frivolidad y falta de rigor. Sobran debates metafísicos sobre la gravidez de la Mano Invisible, pues lo que urge remediar es la extrema gravedad de la situación a la que nos ha conducido la invisibilidad y opacidad de las finanzas, con sus operaciones off shore y resto de agujeros negros por donde se esfuma la riqueza.

    Los propagandistas de la fe en la inversión privada incitan a la gente a contratar los fondos de pensiones con la banca privada. ¿Qué mayores garantías puede ofrecer un sistema privado de pensiones que uno público? "La pensión no depende de la pirámide de población, sino de la sabiduría de la inversión, especialmente si fue invertida por instituciones solventes en activos equilibrados y en monedas de confianza", afirman los predicadores neoliberales.

    ¿Qué instituciones financieras se pueden considerar solventes? Porque las bancarrotas no son exclusivas de la crisis actual. Recordemos los episodios protagonizados por Banca Catalana o Banesto, entidades, respectivamente, llevadas al borde de la quiebra por personajes de apariencia tan respetable como Jordi Pujol y Mario Conde.

Aprendamos del caso del banco Barings, que lucía la divisa by appointement of Her Majesty the Queen al tener depositados en sus cajas una parte de sus ahorros nada menos que la reina Isabel II de Inglaterra. A finales de febrero de 1995, esta centenaria casa de banca se hundió a resultas de una de esas arriesgadas operaciones que suelen realizar los brokers en el volátil mercado "de futuros". El colapso del Barings agravó la extrema debilidad de la peseta, la lira y la libra, puso en evidencia la teoría de la inversión en monedas e instituciones y, lo que es mucho más grave, además de los respetables ahorros de Su Graciosa Majestad, hizo peligrar el patrimonio de varios ayuntamientos británicos, fundaciones benéficas y fondos de pensiones.

Incapaces para detectar el crash financiero que guardaban en el cajón del escritorio, los servicios de estudios de las entidades bancarias se atrevían, sin embargo, a predecir el derrumbe de los sistemas públicos de pensiones ¡nada menos que a treinta años vista! "El futuro resulta un tanto descorazonador: en 2040, el 16% del PIB español se dedicará a las pensiones de vejez", decían en tono apocalíptico.

    Sorprende que a esos expertos no se les hubiera ocurrido plantear otra hipótesis de quiebra cuya probabilidad era mucho más alta. La de que unos bancos estadounidenses decidieran ofrecer a millones de trabajadores que sólo ganan 10.000 euros al año una hipoteca, sin ninguna señal y sin tener que pagar nada durante los dos primeros años, para que se compre una casa de 525.000 euros. Para, acto seguido, empaquetar, de cien en cien, esas hipotecas en bonos para vendérselos a bancos y fondos de pensiones de todo el mundo. Todo ello, con el visto bueno —o complicidad— de respetables agentes hipotecarios y agencias de calificación que, como Moody's o Standard & Poors, otorgaron a ese tipo de operaciones la calificación más alta. 

    En este caso, habrían acertado de pleno, pudiendo predecir la debacle financiera desencadenada en 2007 por las hipotecas subprime, que condujo a la peor crisis económica global sufrida en el mundo desde la Gran Depresión de 1929.

Ahora, lo que de verdad le importa al ciudadano es que su pensión de jubilación, y con ella la seguridad de contar con un ingreso suficiente al llegar a la edad provecta, no se encuentre amenazada. Y esa amenaza surge de la funesta combinación de frivolidad académica liberal y codicia de los gestores financieros que se traduce en ineficacia de comportamiento de los mercados libres de control. Según se desprende del enunciado de Clausius para sistemas termodinámicos, abandonado a sí mismo, un sistema cerrado tiende a alcanzar su máximo estado de desorden. De manera similar, fuera de control, el sistema financiero ha alcanzado niveles de máximo desorden.

Una vívida imagen de ese desorden la ofreció el famoso reloj que registra la deuda de los Estados Unidos en la Bolsa de Nueva York, que se colapsó el 10 de octubre al quedarse sin dígitos para mostrar el pasivo de la mayor economía mundial: más de 10,2 billones de dólares (un trillón de dólares, en terminología anglosajona), alrededor de 7,4 billones de euros.

Abandonados a sí mismos, esto es, a la lógica estructural de la codicia, el resultado del comportamiento de los mercados no regulados era fácilmente previsible por una elemental aplicación de la teoría matemática de juegos. Pese a ello, la desregulación —otro estandarte de guerra neoliberal— ha regido la economía durante las últimas décadas. Un período durante el cual la literatura económica dominante y los grupos de presión se han dedicado a difundir los sagrados mandamientos del llamado Consenso de Washington. Mientras, los enfervorecidos talibanes ultraliberales hacían profesión de fe en el dogma del no intervencionismo profiriendo el grito sagrado: "Que el Estado saque sus sucias zarpas de mis asuntos".

Es patente que ningún hombre o mujer de negocios cree de forma sincera en la doctrina económica del liberalismo. A juzgar por la manera en que renuncian a poner en práctica los principios de la doctrina parece incluso que se avergonzaran de su fe libremercadista. Pese a lo cual, el mundo de los negocios mantiene una nutrida cuadra de propagandistas de la fe con el cometido de  elaborar toda suerte de mantras liberales. Eso sí, los predicadores de esta iglesia —tan provista de doble moral como otras que por higiene no se nombran— propugnan en sus jaculatorias que el libre mercado se aplique a la mano de obra y a la protección social, pero que se proteja con subvenciones al gran capital.

  Hay un rosario de voces críticas alzadas contra el hecho de que el Estado intervenga para solucionar una cuestión social de primerísimo orden: garantizar el derecho a la existencia de las personas que llegan al término de su carrera laboral. Lo que no se entiende bien es por qué esas mismas voces guardan un sospechoso silencio ante las continuas actuaciones del Estado para acudir con fondos públicos en socorro de banqueros y grandes empresarios en apuros.

  Al comenzar la actual crisis, la industria del automóvil registró un acusado descenso en las ventas de vehículos. Sus propietarios no tardaron en solicitar ayudas al Estado, que acudió solícito con planes que subvencionaban parte del coste del coche al comprador. Otrosí dígase de las autopistas radiales de peaje de Madrid, construidas alegremente en los años de la burbuja económica en régimen de concesión a entidades privadas. Claramente sobredimensionadas, una vez puestas en servicio no se cumplieron, ni las previsiones de tráfico ni el coste de las expropiaciones. Entonces, cuando una concesionaria entra en quiebra, el Estado tiene que rescatar la concesión, con la consiguiente repercusión en el déficit público. Claro que, si los niveles de tráfico hubieran superado las expectativas incrementando las ganancias, éstas nunca habrían repercutido en las cuentas estatales.

   Es costumbre generalizada en el mundo empresarial que, cuando llegan las vacas flacas, los mismos que en tiempos de bonanza piden que el Estado saque sus zarpas de sus asuntos”, acudan presurosos a presentarse con el culo en pompa ante los galenos del denostado Leviatán suplicando que les apliquen inyecciones dinerarias. O mejor, un enema nacionalizador de cánula gorda. A la primera de cambio, estos mercachifles de tres al cuarto pasan de la arrogancia a un desmayo propio de ñoñas damiselas victorianas. Mientras que el Estado, por definición, está obligado a ser fuerte

  Para salvar al mundo de la crisis económica de 2008, la peor crisis ocurrida después de 1929, los gobiernos de los principales países, con el estadounidense a la cabeza, tuvieron que intervenir en los mercados inyectando astronómicas cantidades monetarias y nacionalizando, de forma más o menos explícita, buena parte de las principales entidades de banca privada. Con dinero, claro está, procedente de los impuestos que gravan los ingresos de las capas asalariadas de la población. Porque ya se sabe que los ricos no pagan impuestos.

  Entonces, ningún liberal se rasgó las vestiduras ni arrojó ceniza sobre sus cabezas cuando, en 2008, los planes del Gobierno de España para inyectar liquidez y subsidiar con avales al sistema bancario supuso un contingente de 150.000 millones de euros, un 15% del PIB. ¿No era eso una flagrante intromisión de las zarpas estatales en el libre juego del mercado?

 En definitiva ¿Qué deberíamos hacer con las pensiones de jubilación? ¿Prestar oídos a los que nos aconsejan ponerlas en manos privadas o seguir dejando que las garras de Leviatán las defiendan de la codicia financiera?

  Muchos lectores recordarán al inolvidable humorista Miguel Gila protagonizando el anuncio de una bebida en uno de sus famosos diálogos telefónicos. Disertaba Gila sobre los zumos de naranja derivados de zumo concentrado, señalando lo absurdo que parecía todo ese proceso de concentración-desconcentración pudiendo envasar directamente el zumo exprimido de las naranjas. Un absurdo similar al que se produciría dejando las pensiones en manos de los especuladores. Pues, una vez que éstos hicieran naufragar el barco, algo que, como han demostrado, es una de las mejores operaciones que saben hacer, tendría que ser de nuevo el remolcador del Estado el que acudiera al rescate de los damnificados. Se comprenderá que, para ese viaje, es preferible dejar las cosas tal como están.(*)

__________________

(*)  Este texto es un fragmento del libro: