miércoles, 30 de julio de 2014

Ramiro Pinto: huelga de hambre por la dignidad de los parados

 El sentido de la dignidad es, en España, una rara avis, un elemento escaso. Las noticias que  difunden los medios de comunicación son, si cabe, cada vez más vomitivas. En medio de este panorama de ignominia, el ciudadano Ramiro Pinto Cañón se ha declarado en huelga de hambre para reivindicar la dignidad de los desempleados.

En verano, acostumbro a huir algunas semanas a Francia por razones varias, entre ellas el hecho de que la naturaleza otorga mayor verdor y frescura a sus montañas. También, por el descanso que proporciona no escuchar o leer en los medios las cínicas declaraciones de la clase o casta política nacional. Y además, por la tranquilidad que me aporta saber que cualquier trabajador que me atienda en un supermercado o una gasolinera tiene garantizado un salario mínimo superior a 1.500 €. Sin olvidar que el dinero de mi magra pensión que gasto en estos establecimientos, aunque no cambia el mundo, al menos no va a parar a los bolsillos de empresarios pertenecientes a la CEOE

Apenas regresado a esta triste España sin ventura, que diría Juan del Encina, asolada por la indignidad de sus dirigentes a todos los niveles, tuve conocimiento de que el ciudadano Ramiro Pinto Cañón se encontraba en plena huelga de hambre. Acto de protesta que había iniciado el 15 de julio frente a la Dirección Provincial del Ministerio de Empleo y Seguridad Social, en la ciudad de León. Las razones las explica en un manifiesto del que resalto  algunos párrafos:

[...] La burocracia tritura cualquier acción individual. Está diseñada en el tema del empleo para ser una agresión permanente al desempleado con actitudes sádicas de quitar lo mínimo que puede adquirir una persona para sobrevivir, que le desahucian cuando no puede pagar y embargan sus cuentas, de manera que se aplica una actuación cínica en tanto se quieren ahorrar prestaciones necesarias para la supervivencia, a la vez que se mantienen proyectos y gastos suntuosos. El resultado es una política contra los desempleados y no contra el desempleo, criminalizando a quienes reciben las prestaciones sociales, en un contexto en el que el paro se extiende a la vez que el empleo se hace cada vez más precario.

[...] He comprobado como se atemoriza, se humilla, se desprecia, se chantajea y se quita lo poco que tiene a quienes disponen de menos capacidad adquisitiva. Millones de personas padecemos a diario el dolor y el sufrimiento que genera esta política. Y todo ello sin una respuesta social, necesaria para evitar que continúe.

[...] Espero que sirva de punto de apoyo para una reacción colectiva cuyo objetivo es establecer la supervivencia como un derecho inalienable, de manera que toda persona sin empleo no se quede sin una prestación y que se mida sobre el umbral de la pobreza. Esta es la meta. Hasta la victoria final, siempre.

[...] La agresión a los desempleados sin embargo rompe el marco de lo legal, pues se hace con la ley misma y destruye a miles de personas mediante una violencia sistemática ejercida desde la ley, lo cual no se puede consentir bajo ningún concepto ni por más tiempo. Es necesaria la respuesta en legítima defensa. Y planteo un acción pacífica, contumaz y persistente hasta el cumplimiento de los objetivos hacienda un llamada de atención al conjunto de la sociedad para que no sea cómplice de esta situación degradante e indigna, pero que no degrada a quien padece tal situación, como se quiere hacer creer a quienes sufren sus consecuencias, sino a la sociedad que lo consiente y en la que sucede con toda impunidad.

[...] Mi profundo convencimiento del pacifismo me lleva a usar una herramienta desde la no-violencia para luchar contra las injusticias, haciendo que se hagan visibles el daño ejercido desde el Estado, para que en su crudeza una parte de la sociedad reaccione y hacer desparecer lo que oprime a millones de personas, para por otra parte mantener los privilegios de quienes se llevan el dinero pública para rescates bancarios, inversiones que llevan el dinero público a los inversores de empresas privadas, o sueldos de lujo para quienes propician este estado de cosas injusto.

Tengo el honor de conocer personalmente al ciudadano Ramiro Pinto, con el que he coincidido en distintos momentos en la defensa de la Renta Básica de Ciudadanía. Ahora, a su larga trayectoria de activismo, Ramiro agrega esa huelga de hambre, una de las máximas expresiones de ese "derecho a sufrir" en el que tratadistas de la desobediencia civil encuentran una fuente de legitimidad para los actos de protesta no-violenta cuyos efectos recaen sobre la persona que los protagoniza.

Enterado de que un grupo de Marchas de la Dignidad 22M organizaba un viaje a León para participar en una concentración de apoyo a Ramiro Pinto me puse en contacto con ellos. Y desde aquí les agradezco que me admitireran entre el pasaje de una de las dos furgonetas alquiladas en las que, el 25 de julio, viajamos los participantes en esta acción solidaria. Un grupo de personas en edad madura, cargado cada cual con el drama de su circunstancia personal en el paro: desahucio de sus viviendas, rupturas conyugales y, sobre todo, estrecheces económicas extremas. Hasta el punto de que había quien, pese a contar con una excelente forma física, no podía llevar a cabo su ilusión de realizar el Camino de Santiago porque, aunque caminar es gratis y los albergues tienen un precio simbólico, ni siquiera para ello alcanzaba su peculio. 


Una vez en León, pude saludar al huelguista Ramiro, tan cansado como animoso, y participar en el acto solidario del que el siguiente video recoge algunos momentos:  





Durante el regreso a Madrid, en la madrugada del sábado, los medios de comunicación difundían la última (last but not the least) noticia vomitiva: ya saben, la confesión del despreciable personaje que durante décadas se nos presentaba como gran ejemplo del seny catalán y de honorable gobernante que se atrevía a lanzar moralinas contra tirios y troyanos. "No hay pan para tanto chorizo", se grita en las manifestaciones. Pero la realidad es que no hay pan para los desempleados debido al latrocinio continuado de los chorizos que han ocupado las más altas instancias del país. Y cuyos nombres no escribo aquí para no contaminar la dignidad de este pequeño grupo de gente cuya compañía me brindó refugio frente a tanta indignidad nacional.

Dejo asimismo constancia de otra feliz coincidencia. Al volante de la furgoneta en la que viajé se encontraba Ernesto Sarabia, ex dirigente de USO al que conocí, hace décadas, con motivo de la entrega del Certamen Sindical 1º de Mayo, convocado por ese sindicato, en 1997, en el que mi trabajo Política para los muertos civiles obtuvo el primer premio. ¿Saben de qué trataba esta obra? Del agotamiento de ese artificio llamado empleo, a través del cual el capitalismo desnaturaliza la capacidad del trabajo humano. Y de la necesidad de establecer esa Renta Básica de Ciudadanía a la que en repetidos artículos me he referido en este blog. 

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Pinto abandonó la huelga de hambre el 30 de julio.


jueves, 3 de julio de 2014

Renta Básica de Ciudadanía y sostenibilidad medioambiental

 Lograr un mundo sostenible implica alcanzar también una sostenibilidad moral. Y el primer paso en este objetivo consiste en poner fin a la pobreza, garantizando que todas las personas que respiran el aire común de la Tierra puedan hacer realidad su derecho a llevar una existencia digna.


Sin duda, uno de los grandes retos a los que debe hacer frente la humanidad es aprender a conciliar la sostenibilidad de la vida humana con la del resto de especies vivientes en un mundo cuyos recursos naturales son limitados. La disponibilidad de combustibles fósiles, materias primas, agua potable y aire limpio para atender las necesidades humanas ha alcanzado un punto crítico que compromete el propio equilibrio climático del planeta. Incluso los alimentos podrían escasear si, en aras del exclusivo interés automovilista, se destina gran parte de la producción cerealista a la fabricación de agrocombustibles. Es de todo punto impensable que el actual modelo de crecimiento de los países ricos pueda ser imitado por el resto de la población planetaria. Si bien se plantea aquí una duda moral: ¿con qué legitimidad podríamos, desde un mundo rico y despilfarrador, pedir a los países pobres que abandonen sus deseos de reproducir las estructuras económicas del Primer Mundo?



Lograr un mundo sostenible implica alcanzar también una sostenibilidad moral. Es preciso revisar la noción sociopolítica del Bienestar que ha imperado hasta ahora. No hablamos de suprimir las prestaciones sociales del Estado del Bienestar para que sea la iniciativa privada la que provea los servicios, como propugna el neoliberalismo. Lo que precisa una profunda revisión conceptual es esa forma de entender el bienestar sólo desde la óptica del crecimiento de los niveles económicos y de consumo de la población. 


Como señala María Novo en El desarrollo sostenible. Su dimensión ambiental y educativa: “La Renta Básica de Ciudadanía plantea un cambio de paradigma respecto del modelo economicista imperante en nuestras sociedades. Nos sitúa ante una nueva cosmovisión, más ambiental, más sostenible, en la que lo que importa no es solamente el rendimiento de la economía sino la calidad de vida de todos los seres humanos”. La profesora Novo considera que la adopción de un ingreso garantizado sería una medida “de gran impacto en la configuración de nuestras sociedades, que incentivaría la participación ciudadana en la vida política y la reorientación de nuestra vida comunitaria hacia valores distintos, cuando no alternativos, a los que propone el mercado”.

En efecto, cifrar el bienestar general tan sólo en el tamaño del PIB es una pobre visión de la realidad. El PIB incorpora como valor positivo todas las ineficacias del sistema. Por ejemplo, un automovilista que se dirige a una playa ubicada en una de esas macrociudades costeras destinadas al turismo masivo, y que, tras varias horas de viaje, se encuentra en pleno embotellamiento de tráfico, puede que necesite tomar un calmante para sus nervios mientras contempla humear el tubo de escape del vehículo paralizado delante del suyo. Todo esto, situado en las antípodas del bienestar de ese automovilista, coopera eficazmente a incrementar el tamaño del PIB sin aportar ni un ápice de calidad real de vida. De igual forma, la contaminación de la atmósfera o las mareas negras ocasionadas por accidentes de petroleros son ineficacias que obligan a efectuar costosas operaciones de limpieza que también puntúan positivamente en los indicadores económicos.

Por otro lado, computar positivamente en el balance contable el agotamiento de recursos naturales parece una locura, pero es exactamente es lo que hacen los países con reservas de combustibles fósiles al computar los ingresos de su venta en el PIB. Una persona que recibiera en herencia un gran depósito conteniendo un millón de litros de petróleo procuraría conocer con exactitud el estado de su riqueza y, cada vez que abriera el grifo, anotaría el débito como una disminución de su capital. Sin embargo, la disminución de recursos de un país queda anotada como beneficio nacional. Bajo la óptica de una economía centrada exclusivamente en el mercado, todo tiene un precio, pero nada tiene un valor. Esto resulta catastrófico para los recursos naturales, pues el valor medioambiental de las masas forestales, por ejemplo, es considerablemente superior al precio que alcanza la madera vendida.

Si un hombre pasea por los bosques, por amor a ellos, la mitad de cada día, corre el riesgo de que le consideren un holgazán; pero si se pasa todo el día especulando, cortando esos bosques y dejando la tierra desnuda antes de tiempo, se le aprecia como ciudadano laborioso y emprendedor. ¡Como si el único interés de una ciudad por sus bosques fuera talarlos!

Adelantado a su tiempo en muchas cosas, Henry David Thoreau demostró una gran preocupación por el medio natural. Dos de sus obras, Walden y Vida sin principios, deberían figurar entre las Sagradas Escrituras del movimiento ecologista. Pese a vivir en una época en que no había surgido  la inquietud medioambiental. Por entonces, la Tierra tenía todavía la capacidad de absorber, sin inmutarse demasiado, el impacto producido por la avidez del modelo de crecimiento depredador made in USA que Thoreau contemplaba ya desde su rincón de Concord (Massachussets).
          
La avidez forma parte de la condición humana, y las excepcionales circunstancias para el desarrollo económico que se dieron en esa zona del mundo sirvieron en bandeja la adopción del modelo de crecimiento sin tasa que hoy conocemos. Sería luego, al generalizarse y exportarse a escala mundial, cuando se agudizaría la contradicción entre dos visiones del oíkos: la economía (oíkonomos) y la ecología (oíkologos). Un conflicto similar al que se daría en un edificio de viviendas donde la razón del vecindario (económica) se enfrenta a la razón de la vivienda (ecológica) hasta el punto de que la primera amenaza con la destrucción de la segunda.

Necesitamos que un nuevo paradigma, el de la sostenibilidad ambiental, moral y material, sea el rector del comportamiento humano. El economicismo ya no puede seguir siendo la única fuente normativa de nuestras vidas, pues los problemas humanos son mucho más complejos El filósofo, antropólogo y sociólogo francés, Edgar Morin, refiriéndose a la crisis cultural que se produjo ya en los años 1968-1970, señaló que esa crisis “demuestra que el bienestar no sólo produce mejor estar, sino también malestar; que el crecimiento de las necesidades materiales, unido a la atomización individual de la vida, despierta necesidades afectivas profundas, las cuales, reprimidas /controladas en la civilización occidental, se han vuelto errantes y divagatorias”.

Se han propuesto métodos más refinados que el PIB para medir la satisfacción real de necesidades, entre ellos el concepto de Bienestar Económico Neto, que Paul Samuelson ofrece como alternativa al PNB. En esencia, consiste en detraer del producto todo aquello que no crea satisfacciones generales, como el armamento, el crecimiento de la burocracia, los nuevos sistemas de autopistas urbanas. Algo similar al Índice de Bienestar Económico Sostenible propuesto por Herman Daly y John B. Cobb. En la versión de James Tobin y William Nordhaus  este Index of Sustainable Economic Welfare (ISEW) se determina con la fórmula:


ISEW = [personal consumption + non-defensive public expenditures - defensive private expenditures + capital formation + services from domestic labour - costes de la degradación medioambiental – depreciación del capital natural]

Empleando el sentido común, deberíamos ser capaces entre todos de doblegar la soberbia economicista y sus mitos. Por ejemplo, esa figura de la mano invisible, fuerza misteriosa y taumatúrgica que rige el mercado y a través de él perfecciona el mundo, es una invención de Adam Smith, que utiliza esa metáfora una sóla vez al comienzo del capítulo II del Libro IV de La Riqueza de las Naciones. El razonamiento smithiano parte de la suposición de que “cada individuo está siempre esforzándose para encontrar la inversión más beneficiosa para el capital que tenga. Es evidente que lo mueve su propio beneficio y no el de la sociedad. Sin embargo, la persecución de su propio interés lo conduce natural o mejor dicho necesariamente a preferir la inversión que resulta más beneficiosa para la sociedad”.

Considera Smith que “el ingreso anual de cualquier sociedad es siempre exactamente igual que el valor de cambio del producto anual total de su actividad, o más bien es exactamente lo mismo que ese valor de cambio […]. Al preferir dedicarse a la actividad nacional más que a la extranjera él sólo persigue su propia seguridad; y al orientar esa actividad de manera de producir un valor máximo él busca sólo su propio beneficio, pero una mano invisible lo conduce a promover un objetivo que no entraba en sus propósitos”. 


“El corazón tiene razones que la razón no conoce”, decía Blaise Pascal. ¿Debería ser el corazón el que gobernase el mundo? Al menos esa es la aspiración confesada por un economista tan prestigioso como Paul Samuelson: “Puedo albergar un sueño. Al igual que Martin Luther King, sueño con una economía humana que sea al mismo tiempo eficaz y respetuosa con las libertades personales (si no con las empresariales). Gran parte de las decisiones sobre la producción y el consumo conllevan la utilización del mecanismo de mercado; pero pueden mitigarse las peores desigualdades sociales que se crean al depender de las fuerzas del mercado —incluso con la existencia de igualdad de oportunidades— con los poderes de transferencia del Estado democrático. ¿Acaso no ejerce ningún efecto sobre la eficacia una equidad incrementada mediante la acción del Estado de bienestar? Sí, se producirá algún intercambio entre un incremento de la producción total y un incremento de la igualdad, algún intercambio entre la seguridad y el progreso. Yo denomino al compromiso optimizador resultante economía con corazón, y sueño con que se mantenga asimismo como economía con cabeza”.

“La economía política —sostiene Samuelson en su clásico Curso de economía— debe servir a los deseos de la humanidad. No es necesario que los hombres se hallen encadenados al simple crecimiento material, a menos que ellos lo deseen”.

Un ingreso mínimo garantizado para todas las personas o Renta Básica de Ciudadanía, podría constituir también una forma justa de remunerar a quienes se abstuvieran de causar mayores perjuicios medioambientales. No importa que los motivos de esa abstención fueran de índole ética o respondieran al ejercicio de un perezoso derecho al ahorro del esfuerzo personal. Pagarles el ingreso mínimo incondicional sería una compensación por los beneficios que el conjunto de la sociedad obtendría gracias al menor tamaño de la huella ecológica que dejan sobre la Tierra las gentes que transitan sobre ella con paso leve.

De hecho, existen precedentes como las indemnizaciones que concede el Gobierno británico a los agricultores que no cultiven la totalidad de la superficie de sus tierras, dejando espacios reservados al desarrollo de la vida silvestre en zonas consideradas sensibles desde un punto de vista ecológico. Algunos granjeros reciben modestas subvenciones por conservar en sus tierras los muros de piedra, los pantanos y otros elementos no rentables desde el punto de vista económico pero ecológicamente beneficiosos.

En 1997, Oilwatch lanzó en Kyoto la idea de mantener los combustibles fósiles bajo tierra merece “créditos de carbono”. Así, en el campo petrolífero Ishpingo-Tambococha-Tiputini, situado en el Parque Nacional Ysuní, en Ecuador, se ha pedido que alrededor de 920 millones de barriles de crudo pesado permanecer bajo tierra a perpetuidad o a través de una moratoria sine die, en un área ocupada por grupos indígenas que posee una biodiversidad única.

Además de respetar la Naturaleza y los derechos humanos, mantener este petróleo en el subsuelo significaría evitar los 410 millones de toneladas de emisiones de dióxido de carbono que produciría la quema de ese petróleo. El gobierno ecuatoriano ha solicitado a nivel internacional una parte del dinero como compensación por los ingresos monetarios que no recibiría al mantener el petróleo en el subsuelo. Si este proyecto tuviera éxito podría trasladarse a otros lugares, por ejemplo en el territorio U'Wa de Colombia y en algunas de las peores minas de carbón en el mundo en China y la India o en el Delta del Níger, donde la extracción de petróleo y el gas quemado en el proceso se efectúa por la compañía Shell a costa de muchas vidas humanas.

“Yo estaría dispuesto a hacerlo, pero son los Gobiernos quienes tienen que cambiar radicalmente el modelo”. ¿Es suficiente este argumento para quedarse cruzado de brazos sin hacer nada? Tampoco los contemporáneos de Thoreau hicieron demasiado caso a sus advertencias. Pero él no pertenecía a la clase de filósofos que piensan de una manera en la academia y actúan de forma muy diferente en su vida privada. Henry prefirió pasar a la acción “directa” por una vía éticamente impecable, es decir, actuando de manera que las consecuencias directas del acto recaigan sobre uno mismo: comenzó por negarse a pagar impuestos a un Gobierno que mantenía la esclavitud y había declarado una guerra ilegítima a Méjico. Un acto por el que fue encarcelado y a raíz del cual escribió el libro sobre Desobediencia Civil que se convertiría en el texto de referencia para figuras como M. Gandhi, Bertrand Russell, Martin Luther King así como para los millares de personas que utilizaron esta vía pacífica de acción política civil.



En defensa de los surfistas


En lo que se refiere al consumo, Thoreau redujo voluntariamente su ingresos monetarios al apartarse cuidadosamente de toda actividad susceptible de degradar energía convirtiéndola en trabajo innecesario. “Durante más de cinco años, me mantuve, pues, sólo con el trabajo de mis manos; y descubrí que podía atender a todos los gastos de mi subsistencia trabajando unas seis semanas al año”, cuenta en Walden

La figura del surfista de Malibú fue acuñada por los detractores del ingreso garantizado en el ámbito académico anglosajón. Con ella se pretende caricaturizar a un hipotético individuo, virtuoso del surfing, que, en caso de que se implantase un ingreso garantizado, se dedicaría a subsistir con ella sin hacer ninguna otra cosa que no fuera jugar con su tabla sobre las olas de la playa californiana de Malibú. La caricatura del surfista impenitente puede resultar simpática en un debate de salón, pero no todo el mundo es capaz de desenvolverse con la suficiente habilidad y arrojo como para aventurarse con una frágil tabla en las agitadas aguas del océano. Sea en las playas de Malibú o en las más cercanas de Tarifa y Caños de Meca.

Los críticos con la Renta Básica de Ciudadanía no debieran preocuparse tanto ante la posibilidad de que algunas personas decidieran imitar a Thoreau y se conformaran con la renta mínima como única fuente de ingresos. Puede que vivieran desarrollando actividades de baja agresividad medioambiental, incluido el windsurfing en las playas de Tarifa o Malibú.

Si tal caso se diera, los miembros de este minoritario grupo de rentabasicistas no deberían ser demonizados. Antes bien, su decisión convendría recompensarla con la medalla al mérito civil planetario en reconocimiento de su ejemplar conducta. En efecto, quienes voluntariamente aceptasen vivir con tan reducido poder adquisitivo llevarían, por fuerza, una forma de vida medioambientalmente mucho más virtuosa que la del común de los consumidores. Para empezar, como una renta mínima no permite efectuar el dispendio de comprar y mantener un automóvil, estos “minimalistas económicos” tendrían que efectuar sus desplazamientos a pie o en transportes colectivos. Dejarían así de contribuir al calentamiento global del clima producido, en gran medida, por el tráfico diario de millones de automovilistas.