La situación de bloqueo a la formación de Gobierno, por parte de tirios y troyanos, conduce al desaliento a una ciudadanía que vuelve a ser llamada a las urnas por la incompetencia de los políticos. A los votantes de izquierda les resulta difícil de entender que, más allá del reparto de sillones, no haya podido llegarse a la más elemental de las soluciones: un acuerdo programático, a la portuguesa, entre PSOE y Unidas Podemos. Y que la gente de a pie, "los de abajo", nos veamos obligados a volver a las urnas para corregir tanto postureo y tan poca responsabilidad social.
Tras las fallidas negociaciones para conseguir la investidura de Pedro Sánchez, el único candidato posible a la presidencia de Gobierno según la aritmética de los resultados de las últimas elecciones, España se encuentra en una situación más que delicada. A los problemas estructurales —pensiones, reforma laboral, financiación autonómica, etc.— se añaden incógnitas como las derivadas del Brexit o la reacción del independentismo catalán a la inminente sentencia de los políticos encausados por su participación en el procés.
Pero, además, hay problemas que afectan al día a día de la población más desfavorecida. A título de ejemplo, hay más de 256.000 personas dependientes, con su derecho a una prestación reconocido, que siguen en lista de espera para recibirla. La lista sigue aumentando con dependientes valorados con Grado II y III. Es decir, dependencias severas y grandes. Según datos del Imserso, la suma de esos dos grupos era en enero de 98.577 personas; a 31 de julio, de 105.393, 6.816 más. De Grado I, moderados, la cifra se mantiene estable alrededor de 151.000.
Solo por eso, si por parte de los líderes de la izquierda hubiera primado el interés "de la gente", "de los de abajo", tan mentados en los discursos de Unidas Podemos, ya hubiera merecido la pena llegar a un acuerdo programático a la portuguesa en vez de pugnar por asientos en el consejo de ministros.
Sin restar a Pedro Sánchez ni un ápice de la parte de responsabilidad que pueda corresponderle por no haber sabido gestionar mejor esta falta de sintonía con UP, su socio preferente, lo que resulta difícil de entender es la cerrazón de Pablo Iglesias encastillado (¿encaprichado?) en la idea de que la única posibilidad de acuerdo giraba en torno a la entrada de miembros de Unidas Podemos en el Gobierno. Máxime, cuando en la sesión de investidura del pasado mes de julio, Iglesias rechazó, con luz y taquígrafos, afirmando que era una humillación, la oferta del PSOE: una vicepresidencia y tres ministerios. ¡Menuda humillación!
Claro que, para humillación, la que deben sentir ahora los círculos más conscientes de Unidas Podemos ante el último y patético episodio protagonizado por Pablo Iglesias, un presunto republicano, pidiendo ayuda al Rey para que oficiase de mediador ante los socialistas sacándole del jardín de la coalición donde se ha metido él solito.
Constitucionalmente, el papel del Rey está limitado a actuar como árbitro que aplica las reglas del juego. Para entendernos, una especie de guardavías cuya única función es la de cambiar las agujas para que circulen los trenes según el horario establecido. En ningún caso, puede oficiar como una celestina apañando cohabitaciones. Tales coyundas quedan reservadas al libre albedrío de los partidos políticos.
En la actual encrucijada política, supone un alivio esa norma constitucional que delimita las funciones del monarca(*). Pues si a este le hubiera sido posible considerar la petición del líder de UP , su poder habría salido reforzado, colocándose por encima de la voluntad popular. Es decir que, llevado a la práctica, el izquierdismo —enfermedad infantil de cierta izquierda—(**) de Iglesias hubiera hecho un flaco favor a la causa republicana.
A mayor inri para una formación de izquierda, la petición de ayuda al "ciudadano Borbón", como en un alarde de postureo se refieren al monarca algunos dirigentes podemitas, coincide con la actualidad de ArteGuillotina. Una exposición crítica con la monarquía y el "régimen del 78", cuyo manifiesto destaca que "defender racionalmente la idea de monarquía y hacerla compatible con la democracia es algo muy difícil pero en España es sencillamente imposible", según afirman los diversos colectivos organizadores de la muestra.
A la vista de los desastres producidos por el izquierdismo, cobra relieve el célebre lema que contrapone el pesimismo de la razón al optimismo de la voluntad. Lema atribuido por la costumbre al político comunista italiano Antonio Gramsci. "Soy pesimista con inteligencia, pero optimista por voluntad", afirma Gramsci en una carta a su hermano Carlo, escrita en prisión el 19 de diciembre de 1929.
L'Ordine Nuovo edición del 3 al 10 de abril de 1930 |
A decir verdad, la paternidad del lema corresponde al escritor francés Romain Rolland (1866-1944). Nobel de Literatura en 1915, de él llegó a decir Stefan Zweig, durante los años de agitación previos a la II Guerra Mundial, que representaba "la conciencia moral de Europa". Paternidad que Gramsci se la reconoce con toda nitidez en su Discorso agli anarchici, (Discurso a los anarquistas) publicado en la revista L'Ordine Nuovo. Escribe el italiano:
"La concepción socialista del proceso revolucionario se caracteriza por dos rasgos fundamentales que Romain Rolland resumió en su lema: pesimismo de la inteligencia, optimismo de la voluntad".
El postureo narcisista desplegado por los cuatro líderes de los principales partidos políticos produce hartazgo, desazón y conduce al pesimismo ante lo que se avecina. Ya empiezan a oírse voces que llaman a no votar. Este escribidor nació en un país, España, en el que sus habitantes no podíamos votar a los representantes de una voluntad popular que, de hecho, tampoco existía, cercenada bajo la sangrienta dictadura franquista.
La Constitución del 78 no es perfecta. De entrada, consagra la monarquía hereditaria como la única vía de acceso al cargo no electo de Jefe del Estado. Soy ferviente partidario de reformarla. Mientras tanto, no pienso renunciar al ejercicio del derecho al voto reconocido en el imperfecto "régimen del 78". Votaré, también, desde el optimismo de mi voluntad pensando que es posible corregir ciertas estupideces del izquierdismo infantil. A lo mejor, entonces, sí se puede, sí podemos, en serio, reducir las desigualdades y proclamar la República.
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(*) Decir monarca es una forma de hablar. La palabra proviene de la griega monárkhes (de monos, "uno/singular", y árkho, "gobernar" y se refiere a un solo gobernante absoluto, al menos nominalmente hablando. De forma convencional, se conoce como monarca al jefe de Estado de un país cuya forma de organización recibe el nombre de monarquía; ejerce normalmente la más alta representación del Estado y arbitra y modera el funcionamiento de sus instituciones. Pero sus poderes se encuentran ampliamente limitados por la Constitución.
(**) La enfermedad infantil del ‘izquierdismo' en el comunismo, es el título de una obra de V. I. Lenin