miércoles, 15 de junio de 2011

No quiero que nadie me regale una libertad que me pertenece. De un gobernante espero medidas sociales

Esperanza Aguirre, en su discurso de investidura como presidenta de la Comunidad de Madrid, ha hecho hincapié en que tanto su ideario como sus propuestas para hacer que las cosas mejoren pasan por dotar a los ciudadanos de mayores cotas de libertad individual. La cuestión es que, para la gran mayoría de la población, el primer acto de libertad, la primera elección, es poder comer todos los días. O no ser desahuciado de la vivienda en caso de no poder pagar la hipoteca a la correspondiente sucursal de esa banca principal causante de la crisis.


La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad, así como por la honra, se puede y se debe aventurar la vida, y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres. (Miguel de Cervantes Saavedra: Don Quijote de la Mancha).

Si hay alguna invocación irrenunciable en cualquier discurso político que se precie, es la que se refiere a lo que el hidalgo cervantino consideraba un regalo del cielo y el poeta Schiller un hermoso tesoro de los dioses: libertad. Por desgracia, libertad y derecho a la existencia no siempre van parejos en la historia contemporánea. Para las masas obreras y campesinas que apoyaron los grandes episodios revolucionarios vividos en la Europa del siglo XIX, libertad equivalía a poder comer todos los días. Los verdaderos determinantes del estallido de 1848 fueron la crisis económica, las malas cosechas, el paro obrero y la situación de indigencia generalizada entre las clases populares. Jaime Vicens Vives, en el capítulo "Del Renacimiento a la Crisis del siglo XX" de su Historia General Moderna, señala:

"El pueblo que se lanzó a la calle en las jornadas de febrero en París y que se batió en las barricadas de junio luchaba por realizaciones materiales concretas. [...] No era justa, ni en las leyes divinas ni en las humanas, la miserable situación que padecían los obreros ante el ciego egoísmo de la burguesía. [...] Cuando, en los años 1846-1847, se desencadenó en la Europa Occidental la gran crisis de la producción agrícola; cuando ésta produjo el hambre en los centros fabriles, cuando las turbas reclamaron pan, la burguesía sólo pudo darles caridad o bayonetas".



Mantis religiosa. ¿Devorará la condesa los servicios públicos en nombre de la libertad?

Desde la perspectiva liberal, la democracia adopta la forma de un contrato social que se establece entre la ciudadanía y el gobierno. Hay, sin embargo, una cuestión clave de la vida social que la doctrina del liberalismo no ha sido capaz de resolver con claridad: la forma de conciliar la libertad individual con una distribución equitativa de la riqueza social. Tal objeción se manifiesta por boca del obrero retratado por Pérez Galdós batiéndose junto a la milicia en las jornadas madrileñas de julio de 1854:

Venga, sí, toda la libertad del mundo, pero venga también la mejora de las clases, porque, lo que yo digo, ¿qué adelanta el pueblo con ser muy libre si no come? Los gobernantes nuevos han de mirar mucho por el trabajo y por la industria.

Esa cuestión se había planteado ya durante la Revolución Francesa, cuando los "montañeses", en 1793, reemplazaron la histórica Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de agosto de 1789 por una Declaración de Derechos más amplia y avanzada, que además de la función social de la propiedad, reconocía el derecho a la educación, al trabajo y al "socorro gratuito", en caso de no poder procurarse trabajo. Es el "derecho a existir", invocado por Robespierre en un debate parlamentario librado hace más de doscientos años. En un determinado momento, se produjo en la Asamblea Nacional Revolucionaria una discusión en torno al libre comercio de granos (que encareció el precio del pan, afectando directamente a los sectores populares). Fue allí cuando Robespierre puso el dedo en la llaga al precisar que:

Los autores de la teoría [del libre comercio] han hablado más del comercio de granos, que de la subsistencia del pueblo. El primer derecho es el de existir. La primera ley social es aquella que garantiza a los miembros de la sociedad los medios de existir; todos los demás están subordinados a ella. Aparte de libertad ¿qué propuestas concretas, tangibles, tiene la condesa de Murillo para solucionar aquí —en nuestra región— y ahora problemas como el desempleo, la precariedad laboral en caso empleo, o las bajisimas pensiones que perciben muchos mayores madrileños. ¿Acaso tiene pensado complementarlas hasta un importe igual al 88% del Salario Mínimo Interprofesional como hace el Gobierno Vasco?

Yo no quiero que nadie me regale libertad. LLevo años aplicándola a mi vida. Y como prueba, escribo estas líneas con la mochila preparada, pues dentro de un rato me voy a Gredos para disfrutar del eclipse de Luna desde alguno de los rústicos chozos que todavía perviven en sus gargantas.

Cuando regrese, quiero ver las medidas sociales de Aguirre. Pues si uno acepta el statu quo es en virtud de un contrato social que implica que los gobernantes deben garantizarme la protección social inherente a un Estado del Bienestar. Si no quieren hacerlo, consideraré lockeanamente que han roto el pacto, declarando
el Estado de Guerra (re bellum). De guerra de clases, en este caso. Por lo que liberalmente me reservo el derecho a adoptar las correspondientes medidas de autodefensa.




2 comentarios:

  1. Ciudadano Pérez,

    ya lo dijo Rousseau, entre el debil y el fuerte, la libertad oprime y la ley libera. Y no es otro el significado del discurso de la condesa consorte. Nos va a "aviar", bien "aviaos"....
    CH

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  2. Mis respetados blogueros: lo siento, pero no puedo contener una larga parrafada cada vez que me encuentro con esa contraposición entre justicia y libertad. Aparte de simplista, ha sido utilizada de con fines demagógicos bastantes veces a lo largo de la historia. En los años 30, los fascistas pusieron de moda el discurso de no sé qué del entusiasmo bobalicón por la libertad del siglo XIX, que las libertades sólo favorecían a los burgueses, y que al pueblo sólo le interesaba contar con pan y trabajo. Ahora, la lideresa castiza se envuelve en el manto de la libertad para justificar recortes sociales, presentándose como adalid de la auténtica democracia, y heredera de los liberales de Cádiz (que estarán temblando en sus tumbas de imaginarse cómo los manipularán el año que viene).

    No caigamos en ese juego. Las ideas no son responsables de lo que los hombres hacen con ellas. Si tuviéramos que renegar de una idea porque alguien la instrumentalizó para su beneficio propio, nuestro cerebro estaría vacío, porque no hay ningún principio que no sea suceptible de que el desaprensivo de turno lo manipule para justificar sus propios intereses.

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