La secretaria de Estado Montserrat Gomendio afirmó, sin despeinarse, que una beca de100 euros al mes no es mucho dinero. Lo cual es cierto, por lo que debería buscar la forma de incrementarla, en vez de suprimirla, como ha hecho, con manifiesto desprecio hacia los perceptores.
La penúltima tropelía cometida por el ministro Wert, obligado a rectificar aunque sólo en parte su propósito de suprimir la dotación a las becas Erasmus a miles de estudiantes, ha venido acompañada de una flagrante muestra de insensibilidad por parte de Montserrat Gomendio Kindelan, secretaria de Estado de Educación y actual pareja sentimental de Wert.
Al aire de la gran protesta en el ámbito estudiantil, Gomendio afirmó sin despeinarse que 100 euros al mes no es mucho dinero. Según para quién, debe matizarse. Pues la utilidad marginal crece más rápidamente en el caso del individuo pobre, para el que una unidad monetaria adicional significa mucho más de lo que supone para un rico. Para una persona rica, un euro añadido apenas tiene poder adquisitivo, mientras que, para una persona en situación de necesidad, ese mismo euro significa poder comprar una barra de pan.
Corolario: un euro en el bolsillo de un rico compra menos que un euro en el bolsillo de un pobre. O viceversa.
Puede que gente como Monserrat Gomendio no se moleste en agacharse si ve un euro en el suelo. En su declaración jurada de alto cargo dijo tener propiedades por valor de 14,5 millones de euros (2.407 millones de pesetas). En el proceso de divorcio de Gomendio del que ha sido su marido durante los últimos veinticuatro años está en juego un ingente patrimonio: una casa en Pozuelo de Alarcón y un piso en la calle Joaquín Costa de Madrid. Ambas propiedades estarían valoradas en más de 1,5 millones de euros. También una vivienda en Londres y otra en Cambridge, donde la Secretaria de Estado cursó parte de sus estudios universitarios, con un precio de mercado de unos 3 millones de euros. Por último, varias fincas en Almería, una de las cuales podría superar por sí sola los 20 millones de euros.
A diferencia de muchos compañeros de profesión, esta bióloga es una persona bastante rica. Cuya fortuna no discutiremos aquí, salvo que haya sido obtenida por medios ilícitos o explotadores de terceros. Sí criticaremos el hecho de que altos cargos, como Gomendio, se permitan despreciar cómo vive la gente humilde. Cuyo número aumenta a marchas forzadas por la gestión socialmente depredadora del Gobierno para el que trabaja.
Es triste que, puesto que en los confortables sillones del Consejo Definidor de las Necesidades de la Gente no se ha invitado a sentarse a las personas más desfavorecidas, éstas han de resignarse a ver cómo la cobertura de las necesidades mínimas para llevar una vida digna son definidas por otros. Y queda demostrado el riesgo social que supone dejar que sean los ricos —o sus administradores— los que se encarguen de evaluar las necesidades ajenas. Pues es propio de la condición humana utilizar distinta vara de medir las necesidades según se trate de las propias o de las del prójimo.
Hay bastante gente que, sin pertenecer a la clase de los grandes potentados, dispone de sobrada holgura en el bolsillo. Y suele coincidir que aquél que manifiesta con toda naturalidad que “Necesito unas nuevas botas de esquí para la temporada”, sea de los que cuestionan con acritud que los servicios de asistencia social paguen rentas condicionales a otro tipo de necesitados. Rentas, por cierto, cuya cuantía es inferior al precio de un par de magníficas botas para el deporte blanco.
Al aire de la gran protesta en el ámbito estudiantil, Gomendio afirmó sin despeinarse que 100 euros al mes no es mucho dinero. Según para quién, debe matizarse. Pues la utilidad marginal crece más rápidamente en el caso del individuo pobre, para el que una unidad monetaria adicional significa mucho más de lo que supone para un rico. Para una persona rica, un euro añadido apenas tiene poder adquisitivo, mientras que, para una persona en situación de necesidad, ese mismo euro significa poder comprar una barra de pan.
Corolario: un euro en el bolsillo de un rico compra menos que un euro en el bolsillo de un pobre. O viceversa.
José Ignacio Wert, ministro de Educación, y su actual pareja, Montserrat Gomendio Kindelán, secretaria de Estado de Educación |
Puede que gente como Monserrat Gomendio no se moleste en agacharse si ve un euro en el suelo. En su declaración jurada de alto cargo dijo tener propiedades por valor de 14,5 millones de euros (2.407 millones de pesetas). En el proceso de divorcio de Gomendio del que ha sido su marido durante los últimos veinticuatro años está en juego un ingente patrimonio: una casa en Pozuelo de Alarcón y un piso en la calle Joaquín Costa de Madrid. Ambas propiedades estarían valoradas en más de 1,5 millones de euros. También una vivienda en Londres y otra en Cambridge, donde la Secretaria de Estado cursó parte de sus estudios universitarios, con un precio de mercado de unos 3 millones de euros. Por último, varias fincas en Almería, una de las cuales podría superar por sí sola los 20 millones de euros.
A diferencia de muchos compañeros de profesión, esta bióloga es una persona bastante rica. Cuya fortuna no discutiremos aquí, salvo que haya sido obtenida por medios ilícitos o explotadores de terceros. Sí criticaremos el hecho de que altos cargos, como Gomendio, se permitan despreciar cómo vive la gente humilde. Cuyo número aumenta a marchas forzadas por la gestión socialmente depredadora del Gobierno para el que trabaja.
Es triste que, puesto que en los confortables sillones del Consejo Definidor de las Necesidades de la Gente no se ha invitado a sentarse a las personas más desfavorecidas, éstas han de resignarse a ver cómo la cobertura de las necesidades mínimas para llevar una vida digna son definidas por otros. Y queda demostrado el riesgo social que supone dejar que sean los ricos —o sus administradores— los que se encarguen de evaluar las necesidades ajenas. Pues es propio de la condición humana utilizar distinta vara de medir las necesidades según se trate de las propias o de las del prójimo.
Hay bastante gente que, sin pertenecer a la clase de los grandes potentados, dispone de sobrada holgura en el bolsillo. Y suele coincidir que aquél que manifiesta con toda naturalidad que “Necesito unas nuevas botas de esquí para la temporada”, sea de los que cuestionan con acritud que los servicios de asistencia social paguen rentas condicionales a otro tipo de necesitados. Rentas, por cierto, cuya cuantía es inferior al precio de un par de magníficas botas para el deporte blanco.
Me permito insistir en las reflexiones de Nicolas de Condorcet expuestas en los dos artículos precedentes.
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