viernes, 22 de abril de 2016

De la libertad y otras relatividades. Reflexiones en el aniversario de Miguel de Cervantes


"La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad, así como por la honra, se puede y se debe aventurar la vida, y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres".


El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha
MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA
(29 de septiembre de 1547- 22 de abril de 1616)


Si alguna irrenunciable invocación preside cualquier discurso político que se precie es la que toca lo que el universal hidalgo cervantino consideraba un regalo de los cielos. Ese incierto e intangible territorio hecho de la misma materia de la que, según Shakespeare, estamos hechos los humanos, es decir, los sueños: We are such stuff as dreams are made on, and our little life, is rounded with a sleep. 

El cielo no es ajeno al discurso del republicano Thomas Paine cuando plantea por primera vez la idea de facilitar un ingreso garantizado a toda persona adulta. Propuesta que formula con la aspiración de que se convierta en un derecho civil, categoría más elevada que la del mero socorro de los pobres: "Al defender el caso de las personas así desposeídas, estoy haciendo un alegato por un derecho, y no por una caridad. Pero es esa clase de derecho que, descuidado al principio, no se podría llevar adelante después hasta que el cielo hubiera abierto el camino por una revolución en el sistema de gobierno. Honremos, pues, las revoluciones con justicia y propaguemos sus principios con bendiciones".
 

Dejando a un lado los cielos, también a nosotros nos corresponde ahora hacer un discurso más ambicioso, que aspire a un fin más elevado que inventar un nuevo artificio, la RBC, para socorrer a los pobres. Es hora ya de que, con los pies bien asentados sobre la tierra, nos atrevamos a exigir lo que por derecho natural nos pertenece: una parte del patrimonio común. Hablemos, por tanto, de la libertad real que nos puede proporcionar la renta obtenida a partir de ese patrimonio.

Al escribir su Novena Sinfonía, Coral, Ludwig van Beethoven incorporó al cuarto movimiento final de esta obra cumbre un texto tomado de Au die Freiheit (Oda a la libertad) de Friedrich Schiller. Sin embargo, invocar la libertad no era muy conveniente en aquel momento político, por lo que Beethoven introdujo algunas modificaciones. La más significativa fue sustituir la palabra Freiheit (libertad) por Freude (alegría). Con lo que esa invocación inicial Freiheit, schöner Götterfunken (libertad, hermoso tesoro de los dioses) del poema schilleriano se convierte en un Freude, schöner Götterfunken (alegría, hermoso tesoro de los dioses). No será ya la libertad el objeto del canto, sino la alegría: Au die Freude.

Con un arreglo para orquesta de Herbert von Karajan, la Oda a la alegría fue adoptada en 1972 por el Consejo Europeo como himno oficial de la Unión Europea. Junto a su grandiosidad musical, esta obra resultaba políticamente correcta pues, entre otras modificaciones del texto coral, Beethoven sustituyó la frase original Bettler werden Fürstenbrüder (los mendigos serán hermanos de los príncipes) por Alle Menschen werden Brüder (todos los hombres se tornarán hermanos). En otras palabras, "llevaos bien los unos con los otros, pero no toquéis la cuestión social".

La anécdota, que no pretende restar méritos a la Coral beethoveniana, es un ejemplo de la relatividad que adquieren los conceptos cuando priman las conveniencias políticas. Porque, siendo la libertad una facultad o propósito universal, "uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos" según el alegato del ingenioso hidalgo manchego, cada cual interpreta el sentido de su libertad procurando llevar el agua a su molino. De ahí que pida libertad de opinión el ciudadano, libertad de prensa el articulista, libertad de comercio el gremio de tenderos locales y el trust de corporaciones multinacionales. Y que la patronal de la industria clame a diario por el ensanchamiento de la libertad de despido de los trabajadores empleados en sus empresas.

Hasta los mayores opresores se permiten la desfachatez de usar la palabra libertad justo cuando la violan. "España, una, grande y libre" fue la divisa de la dictadura franquista que privó de libertad a miles de españoles encerrándoles en la cárcel. En el peor de los casos, muchos de ellos acabaron su vida fusilados ante un paredón por mantener fidelidad a la causa republicana y a las libertades civiles. Y en la puerta de entrada a los campos de concentración y exterminio nazis campeaba un lema tan cínico como ominoso: Arbeit macht frei (el trabajo os hará libres).

Hablando de libertad con algo más de rigor, en el campo de la filosofía es clásica la distinción que se establece entre la libertad negativa —libertad de— y la libertad positiva —libertad para—. En su acepción negativa, "libertad de" significa negación de la dependencia respecto de algo, inmunidad frente a determinación exterior, o frente a la imposición desde fuera a hacer algo que coarta la propia espontaneidad. Por ejemplo, libertad de expresión equivale al derecho de manifestar, defender y propagar las opiniones propias, sin encontrar trabas.

En su acepción positiva, "libertad para" se refiere a la capacidad del individuo para hacer algo por sí mismo. Libertad para elegir hacer algo o no hacerlo. Siempre, claro está, que los términos de la elección no estén viciados, como en esa libertad para elegir la forma de suplicio que se le ofrece al principal protagonista del Cándido de Voltaire:

Un hermoso día de primavera, se le ocurrió ir a pasear, caminando en línea recta, creyendo que era privilegio de la especie humana, como de la animal, utilizar las dos piernas a placer. Ni dos leguas había hecho cuando otros cuatro héroes de seis pies le alcanzan, lo atan, lo llevan a un calabozo. Le preguntaron jurídicamente lo que prefería: si ser fustigado treinta y seis veces por todo el regimiento, o recibir a un tiempo doce balas de plomo en la cabeza. Por más que dijo que las voluntades son libres, y que no quería lo uno ni lo otro tuvo que elegir: se determinó, en virtud del don de Dios llamado “libertad”, por pasar treinta y seis veces por las varas; aguantó dos paseos. El regimiento lo componían dos mil hombres. Aquello le valió cuatro mil varazos, que, desde la nuca al culo, le dejaron al descubierto músculos y nervios. Cuando se iba a proceder a la tercera carrera, Cándido, que ya no podía más, pidió como una gracia que tuvieran la bondad de romperle la cabeza.

El filósofo Isaiah Berlin (1909-1997) nos ha dejado unas cruciales reflexiones a propósito de estos conceptos o enfoques de la libertad. Su concepto de la naturaleza humana se vincula a la idea de que los hombres persiguen una amplia variedad de fines, ideales y modos de vida. Sin embargo, dice Berlin, los pensadores políticos, desde Platón, se han visto fascinados por una combinación de monismo, racionalismo y objetivismo. Han supuesto que lo bueno es, y debe ser, un todo coherente sin fisuras; asimismo, han creído que es posible llevar a la práctica una concepción del hombre perfecto y de la sociedad perfecta que permite establecer una jerarquía de valores, y que éstos pueden reducirse a uno: la supremacía de la razón, la ley de Dios, la sociedad sin clases, etc.

"La libertad política no es, como la libertad de decisión, intrínseca al ser humano, sino que, por el contrario, es algo que se ha desarrollado a lo largo de la Historia", dice Berlin. La libertad negativa supone que "ningún hombre ni grupo de hombres puedan interferir en mi actividad". Corresponde a la esfera en la que una persona puede actuar sin ser obstaculizada por otros. Este tipo de libertad tiene sus límites, pues, dado que los intereses humanos suelen ser opuestos o contradictorios, una capacidad de acción sin cortapisas de ningún género conduciría inevitablemente al caos social.

Sin embargo, en la tradición de John Locke, Stuart Mill, Benjamin Constant o Alexis de Tocqueville, también Berlin entiende que es preciso garantizar cierto ámbito mínimo de libertad personal inviolable que permita al individuo el desarrollo de sus facultades naturales, que en definitiva "es lo único que hace posible perseguir e incluso concebir los diversos fines que los hombres consideran justos, buenos o sagrados". De lo que deduce que, en su sentido positivo, la palabra "libertad" deriva del deseo, por parte del individuo, de ser su propio dueño: “Quiero que mi vida y mis decisiones dependan de mí mismo, y no de fuerzas exteriores, sean éstas del tipo que sean”.

Para que una persona pueda desarrollar las potencialidades de su naturaleza humana, esto es, ejercer la libertad positiva en algún sentido, no sólo no deben existir interferencias de otros individuos. Además, la comunidad política en la que vive deberá articular las condiciones materiales de manera que cualquiera de sus miembros tenga garantizada la posibilidad de sustanciar las libertades teóricas. Karl Marx, en el comienzo del libro III de El Capital, escribió unas líneas que deberían ser de obligada inserción a pie de página en todo documento político que se atreva a invocar el sacrosanto nombre de la  libertad.

El reino de la libertad sólo empieza allí donde termina el trabajo impuesto por la miseria y la coacción de los fines externos; queda, pues, conforme a la naturaleza de las cosas, más allá de la órbita de la producción material […]. Al otro lado de la frontera comienza el despliegue de las fuerzas humanas que se considera como fin en sí, el verdadero reino de la libertad.

Llegamos, pues, a la conclusión de que libertad debe ser algo más que una palabra mágica. Una sociedad sólo podrá considerarse libre, cuando sea capaz de garantizar condiciones que aseguren libertad real a todos sus integrantes.

Está claro que no todo el mundo tiene las potencialidades que le capaciten para ser un Mozart, un Velázquez o un Einstein. Lo habitual es que el lugar donde se concentra la circunstancia vital de millones de personas sea el ámbito del trabajo. Y en concreto, de un tipo específico de trabajo: el asalariado por cuenta ajena. En teoría, un pequeño agricultor o ganadero con tierras propias podría gozar de una razonable dosis de libertad obtenida a partir de su trabajo, aunque en la práctica su producción está sometida a los dictados de los grandes monopolios de la industria y el comercio alimentarios. En cualquier caso, las condiciones para el ejercicio de libertad real decaen con rapidez cuando se considera el caso del trabajador asalariado.

Para empezar, la prerrogativa de la que goza el empleador para imponer su voluntad al empleado supone para éste una serie de continuas coacciones y cortapisas a su libre iniciativa en el ámbito del trabajo. Con todo, el meollo de la cuestión radica en el salario, que es el medio que articula la relación laboral. No podra afirmarse que un individuo es realmente libre cuando ha de resignarse a efectuar un trabajo nocivo, mal pagado, en condiciones de temporalidad precarias. Nadie acepta la penalidad de una manera voluntaria. Si a muchas personas no les queda más remedio que trabajar en esas condiciones es porque carecen de alternativas mejores.
   
El empleo, ese artificio que incardina el trabajo en la esfera social, es susceptible de convertirse en un peligroso artefacto de dominación. El empleo asalariado establece una desigual relación contractual, pues no se trata sólo de una simple compraventa de tiempo de trabajo, sino de plena disposición de la voluntad de la persona durante ese tiempo. La dirección de los objetivos del trabajo y la disciplina en la ejecución del mismo pertenecen en exclusiva al empleador, al que también le pertenece la facultad de otorgar o no el contrato laboral. Si el Estado puede establecer la pobreza por decreto, el empresario ni siquiera necesita recurrir a una vía tan solemne. Le bastará pronunciar una fórmula tan simple como: “Pérez, está usted despedido”, acompañada de un mínimo formalismo legal, para haber ejercido el más absoluto dominio sobre la vida del empleado.

La doctrina política del liberalismo no garantiza que todo el mundo pueda gozar de una libertad real de acción y decisión deliberada. De hecho, los más acérrimos liberales son los propietarios de los medios de producción y distribución que emplean a muchos trabajadores. Y no puede decirse que las condiciones laborales que imperan en los centros de trabajo constituyan un encendido canto a la libertad.


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(Extracto del libro Renta Básica Universal. La peor de las soluciones [a excepción de todas las demás]



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