La semana comenzó con dos nuevos sobresaltos informativos: el comienzo de la deportación de refugiados desde el territorio de la Unión Europea a Turquía y el caso de la multimillonaria 'deportación de capitales' desvelada por los llamados Papeles de Panamá.
Tras la firma del acuerdo entre la Unión Europea y Turquía para devolver a territorio turco a las personas que llegan a Grecia buscando refugio han comenzado las deportaciones. Los primeros deportados han partido en dos barcos desde la isla griega de Lesbos a la localidad turca de Dikili. Mientras, diversas organizaciones humanitarias han denunciado el trato dispensado por Turquía a los refugiados, que incluye disparos en la frontera.
Este vergonzoso acuerdo, que vulnera los más elementales principios de los derechos humanos, es posiblemente ilegal y probablemente inútil. Pues las oleadas de gentes que huyen de las guerras y la miseria no van a cesar por muchas alambradas que coloque en sus fronteras una Europa cuyos dirigentes han perdido el horizonte social y la perspectiva de un mundo global que gira pese a sus injustas e ineficaces medidas.
El 10% de la población mundial posee el 86% de los recursos disponibles. El 50% de la población no posee nada. Nuestro mundo reconfigura una situación oligárquica que conocimos hace mucho tiempo. Pero sufrimos la ausencia, a escala mundial, de una política disociada del capitalismo hegemónico. Mientras no se haga otra propuesta estratégica, el mundo permanecerá en una desorientación esencial. Continuarán las oleadas de refugiados sin refugio, y las ciudades conocerán nuevos episodios de terrorismo ciego que segarán vidas de forma indiscriminada.
Tras las matanzas en París, en noviembre de 2015, el filósofo francés Alain Badiou hizo unas reflexiones, publicadas ahora bajo el título Nuestro mal viene de más lejos, que cobran hoy gran actualidad después de los atentados de Bélgica, Irak, Yemen y Pakistán. Extraigo estos párrafos del texto de Badiou:
[...] la declaración de Obama. La declaración no tenía nada de especial.
Equivalía
a decir que este crimen terrible no era solo un crimen contra Francia,
un crimen contra
París, sino también un crimen contra la humanidad. Muy bien, muy justo.
Pero el presidente Obama no declara eso cada vez que hay un asesinato
masivo de este tipo, no lo hace cuando las cosas suceden en lugares más
lejanos, en un Irak que se ha vuelto incomprensible,
en un Pakistán brumoso, en una Nigeria fanática o en un Congo que está
en el corazón de las tinieblas.
Tenemos entonces una oligarquía del 10% y, luego, una masa de desposeídos de más o menos la mitad de la población mundial: es la masa de la población desposeída, la masa africana y asiática en su abrumadora mayoría. El total representa cerca de un 60%. Queda un 40%, que es la clase media y la que se reparte, penosamente, el 14% de los recursos mundiales.
El primer efecto impactante de todo lo que acabo de recordar es que este desarrollo desigualitario no tiene precedente. Hasta la derecha parlamentaria se inquieta a veces por ello. Las desigualdades son tan monstruosas que, habida cuenta del debilitamiento de los Estados, ya no se sabe cómo mantener el control de sus efectos en la vida de las poblaciones.
[...] Esta clase media se concentra, sobre todo, en los países llamados avanzados. Es, por ende, una clase ampliamente occidental. Es el soporte de masa del poder local democrático, del poder parlamentarizado. Pienso que podemos decir, sin pretender insultar su existencia –puesto que todos, aquí, formamos más o menos parte de ella, ¿no?– que una meta muy importante de este grupo que, de todos modos, no tiene acceso más que a una parte bastante insignificante de los recursos mundiales –un pequeño 14%–, es la de no ser desplazado a, ni identificado con, la inmensa masa de los desposeídos.
He aquí por qué esta clase, considerada en su conjunto, es porosa al racismo, a la xenofobia, al desprecio por los desposeídos.
[...] a esta clase media amenazada de precariedad se dirige el discurso de defensa de los valores: “¡Defendamos nuestros valores!”. En realidad, defender nuestros valores quiere decir defender el modo de vida occidental de la clase media, es decir, el reparto civilizado del 14% de los recursos mundiales entre ese 40% de gente “media”.
Tenemos entonces una oligarquía del 10% y, luego, una masa de desposeídos de más o menos la mitad de la población mundial: es la masa de la población desposeída, la masa africana y asiática en su abrumadora mayoría. El total representa cerca de un 60%. Queda un 40%, que es la clase media y la que se reparte, penosamente, el 14% de los recursos mundiales.
El primer efecto impactante de todo lo que acabo de recordar es que este desarrollo desigualitario no tiene precedente. Hasta la derecha parlamentaria se inquieta a veces por ello. Las desigualdades son tan monstruosas que, habida cuenta del debilitamiento de los Estados, ya no se sabe cómo mantener el control de sus efectos en la vida de las poblaciones.
[...] Esta clase media se concentra, sobre todo, en los países llamados avanzados. Es, por ende, una clase ampliamente occidental. Es el soporte de masa del poder local democrático, del poder parlamentarizado. Pienso que podemos decir, sin pretender insultar su existencia –puesto que todos, aquí, formamos más o menos parte de ella, ¿no?– que una meta muy importante de este grupo que, de todos modos, no tiene acceso más que a una parte bastante insignificante de los recursos mundiales –un pequeño 14%–, es la de no ser desplazado a, ni identificado con, la inmensa masa de los desposeídos.
He aquí por qué esta clase, considerada en su conjunto, es porosa al racismo, a la xenofobia, al desprecio por los desposeídos.
[...] a esta clase media amenazada de precariedad se dirige el discurso de defensa de los valores: “¡Defendamos nuestros valores!”. En realidad, defender nuestros valores quiere decir defender el modo de vida occidental de la clase media, es decir, el reparto civilizado del 14% de los recursos mundiales entre ese 40% de gente “media”.
A esta actitud a la defensiva por parte de la "gente media", que defiende una cada vez más mediocre calidad de vida, puede obedecer la indiferencia mayoritaria de la población europea frente a los desmanes de sus dirigentes al negar el derecho de asilo a los refugiados sin refugio. Se convocan pequeñas manifestaciones de rechazo, pero Europa no se alza en masa reclamando la primacía de la Declaración de los Derechos Humanos. Un botón de muestra: si se molestan en comprobar el estado de la petición dirigida, a través de Change Org, a los Jefes de Estado y de Gobierno de la UE para que no firmasen el Acuerdo UE-Turquía verán que obtuvo 73.000 firmantes. Cifra que contrasta con el número de firmas obtenidas por otras peticiones como Acabemos con el expolio de los viejos olivos y otros árboles centenarios, que ha sido suscrita por 148.000 firmantes.
"El 4 de abril pasará a la historia como el día en que se plasmó el fin de los valores europeos por la deportación de refugiados y como millones de ciudadanos miraron para otro lado en la era de Instagram, facebook y twitter. ¿Cómo explicarlo a hijos y nietos? se pregunta Ana Cañil.
La otra cara de la moneda de este gran desorden mundial nos la acaban de servir las investigaciones del llamado caso de los Papeles de Panamá. Una ingente operación de 'deportación de capitales' al paraíso fiscal panameño llevada a cabo por las élites económicas. Entre los españoles o residentes en España que figuran en los papeles destacan Pilar de Borbón, hermana del Rey Juan Carlos I, Leo Messi, Pedro Almodóvar o Micaela Domecq, esposa de Miguel Arias Cañete, exministro del gobierno Rajoy y actual Comisario europeo.
Otra expresión más de la ley del embudo con que el neoliberalismo rampante aplica uno de sus sagrados lemas: laissez faire, laissez passer. Libertad de circulación, incluso por la puerta de atrás, de los capitales. Prohibición de circular por el mundo a las personas.
La guinda del cinismo la pone Montoro, ministro de Hacienda en funciones, que ante los Papeles de Panamá dice muy serio que "hay que investigar". Recordando al comisario de la película Casablanca que exclama: "qué escándalo, en este local se juega", al tiempo que un propio le entrega las ganancias que ha obtenido en el garito de Rick.
Resulta que en este país el gobierno ha hecho salvajes recortes en la protección social, se ha fundido la hucha de las pensiones y ha incumplido el compromiso de déficit adquirido con las autoridades comunitarias. Todo ello porque no había dinero en las arcas de Hacienda. Mientras tanto, una colección de ciudadanos ilustres 'deportaban su capital' a sociedades off shore para no pagar impuestos. ¿Saben lo que diría la Reina de Corazones de Alicia en el País de las Maravillas? Pues eso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario