miércoles, 30 de marzo de 2022

Ucrania: "bellum dulce inexpertis"

 ¡A mis pueblos! Era mi ferviente deseo consagrar los años que, por la gracia de Dios, aún me quedan por vivir, a las tareas de la paz y a proteger a mis pueblos de los pesados sacrificios y cargas de la guerra. La Providencia, en su sabiduría, ha dictaminado otra cosa. Las intrigas de un adversario malévolo me obligan, en defensa del honor de mi Reino, en aras de la protección de su dignidad y su posición como potencia, y para la seguridad de sus posesiones, a empuñar la espada tras largos años de paz. [1]



Francisco José de Goya: Los desastres de la guerra

Pese a que en la retórica utilizada en una clásica declaración de guerra suelen invocarse altos designios divinos o elevados propósitos humanos, la guerra es el peor de los caminos para conseguir la convivencia entre las naciones. Constituimos mayoría las personas que pensamos que el acuerdo político es el único método que debe prevalecer a la hora de resolver cualquier diferencia, desacuerdo o discrepancia entre instituciones o Estados. Por desgracia, con su desproporcionada agresión militar a Ucrania, Rusia ha escogido el camino de la guerra "esa continuación de la política por otros medios" para delimitar su área de influencia imperialista.

En estas últimas semanas, la historia parece girar como una rueda loca. Distintos procesos que seguían su propio curso han alcanzado su punto álgido de forma simultánea, provocando un escenario en el que los acontecimientos se suceden de forma vertiginosa.

En el ámbito de España sus habitantes asistimos atónitos a la exoneración del Rey "emérito" (vaya invento) de una serie de evidentes delitos fiscales por prescripción de los mismos; contemplamos el insólito espectáculo del acoso y derribo en cinco días de Pablo Casado, penúltima promesa en el liderazgo del Partido Popular, por atreverse a levantar una mínima punta de la alfombra de la corrupción sistémica que constituye la marca PP; nos enteramos que ese mismo PP abre de par en par, sin el menor escrúpulo, las puertas del gobierno de Castilla y León a una ultraderecha contraria a las libertades más elementales; padecemos las consecuencias del conflicto de los transportistas contra el Gobierno central y, por último (last but not the least), experimentamos vergüenza ante la aceptación por parte de este mismo Gobierno de la propuesta de Marruecos para consolidar su ilegal ocupación del Sáhara Occidental, dando carpetazo al referéndum de autodeterminación del pueblo saharaui pendiente desde hace 50 años.

Con el ánimo sobrecogido, la mayoría de nosotros contiene el aliento cada mañana al conectar la radio temiendo encontrarse con un nuevo despropósito que amargue el café del desayuno. Porque, por encima de todos estos asuntos locales destaca el ruido y la furia de la guerra, "esa continuación de la política por otros medios", en la clásica definición de Karl Von Clausewitz. Una guerra que la confiada población europea, ajena a los conflictos que vive el mundo, no sospechaba que pudiera desencadenarse en nuestra frontera más cercana. Desde la que se divisa la siniestra bruma del humo de los incendios provocados por los tremendos bombardeos sobre las ciudades de Ucrania. Y por la que transita el enorme flujo de refugiados que huyen de la agresión militar a este país por parte del potente ejército desplegado por el gobierno de Rusia, liderado por Vladimir Putin.

La guerra les parece dulce a los inexpertos (Bellum dulce inexpertis) según reza el proverbio que ocupa el 3001 lugar en la extensa colección recogida por el humanista Erasmo de Rotterdam en sus Adagia.[2] Es decir, para todos aquellos que no han vivido en propia carne los horrores de un escenario bélico, sea en el campo de batalla o en las ciudades que sufren los asedios y bombardeos, opinar sobre la guerra y sus circunstancias no deja de ser una cómoda tarea. Un servidor, que no es más que un simple ciudadano, cuyo acervo cuenta con más incertidumbres que certezas, se limita en esta pieza a anotar algunas perplejidades desde la posición del observador inquieto, angustiado incluso, ante los acontecimientos que nos ha tocado vivir.

Sobre mi cuenta de correo cae a diario una lluvia fina de artículos cuyos autores intentan convencerme de que la culpa de todos estos desastres de la guerra la tiene la OTAN. No cabe la menor duda de que los grandes bloques imperialistas del mundo, por la propia naturaleza de su dinámica, intentan expandir sus respectivas áreas de influencia. (Sin ir más lejos, la región africana del Sahel registra una penetración de tropas rusas mercenarias). Pero, incluso admitiendo la hipótesis de que la causa última (causa causae)[3] del conflicto radicara en los juegos de estrategia de la Alianza Atlántica, la realidad es que no hay soldados de la OTAN implicados en este conflicto. El protagonista único y exclusivo de la brutal agresión militar a Ucrania es el ejército de la Federación Rusa, el país más extenso del mundo, con una superficie equivalente a algo más de la novena parte de la tierra firme del planeta. Y la responsabilidad criminal de las víctimas civiles de los bombardeos sistemáticos de las ciudades recae sobre su cadena de mando. 

¿Está loco Putin?

Pronunciado en la lengua en la que escribimos, el apellido del presidente y comandante en jefe de las Fuerzas Armadas de la Federación Rusa tiene malsonantes resonancias que se acentúan ante en esta agresión militar a Ucrania. Agresión que algunas especulaciones han querido ver como obra de un perturbado mental. Hipótesis que sería creíble si bastara el mando de un solo hombre para organizarla. Oigamos estas preguntas recogidas por Bertold Brecht:

El joven Alejandro conquistó la India.
¿El sólo?
César venció a los galos.
¿No llevaba consigo ni siquiera un cocinero? 
Felipe de España lloró cuando se hundió su flota
¿No lloró nadie más? [4]

No hace falta ser demasiado experto en el arte de la guerra para comprender que una operación militar que implica poner en acción una fuerza de 150.000 soldados y un ingente material de vehículos blindados y artillería necesita el trazado de un plan complejo por parte del Estado Mayor del ejército ruso. Putin puede haber dado la orden suprema, pero es poco creíble que en el desarrollo de la misma no hayan participado, con su inteligencia, convicción y apoyo, los militares, oligarcas y burócratas que conforman los tres pilares que sustentan el poder vertical del Kremlin.

Todos los grandes dictadores tienden a padecer algún tipo de trastorno emocional, puede que, de pequeño, a Vladimir le castigaran alguna vez sin postre, pero esos complejos de inferioridad que conducen a actuar con prepotencia cuando se alcanza el poder no significan una completa enajenación mental. De lo que no cabe la menor duda es que Putin, más allá de la tentación de adjudicarle algún calificativo que rimara con su nombre, se ha hecho acreedor del título de criminal.

Del filósofo Karl Popper tengo anotada esta lapidaria observación: "la historia del poder político no es sino la historia de la delincuencia internacional y del asesinato en masa".[5] Sentencia aplicable a todos aquellos políticos que, como Putin y sus secuaces, desencadenan guerras de tierra quemada que siembran la muerte y devastación de objetivos civiles como hospitales y maternidades. Considerar la agresión a Ucrania como la obra individual de un perturbado mental es simplificar demasiado este capítulo de la historia general de la infamia.

Víctimas de los bombardeos rusos en Ucrania  DANIEL CENG SHOU-YI EUROPA PRESS

No a la guerra

El eslogan que presidió las masivas manifestaciones contra la invasión de Irak en 2013 a raíz del acuerdo del Trío de las Azores (George W. Bush), Reino Unido (Tony Blair) y España (José María Aznar), ha vuelto a ser invocado por algunos sectores de la izquierda. Entre ellos, las ministras de Podemos en el Gobierno de coalición con el PSOE, al que llegaron a calificar como ‘partido de la guerra’ a raíz de la decisión de Pedro Sánchez de enviar armas a Ucrania. Cumpliendo con el acuerdo adoptado en la Unión Europea.

El No a la guerra expresa un sentimiento de sincero rechazo por parte de las gentes de bien hacia cualquier agresión llevada a cabo por la fuerza de las armas. Tanto sea realizada por parte de un país hacia otro como de una facción dentro del mismo país. Sin embargo, en boca de ciertos izquierdistas este rechazo provoca perplejidad teniendo en cuenta las ocasiones en la que han dejado latir en sus pechos el ardor guerrero. Comenzando por el simbolismo icónico que durante décadas ha figurado en lo que el poeta llamaría su torpe aliño indumentario. Desde la camiseta con la imagen del guerrillero Ernesto Che Guevara ("Hasta la victoria siempre. Patria o muerte") a la kufiya, el estandarte de la causa palestina inseparable de la figura de otro guerrillero: Yasir Arafat. Por no hablar del aquel eslogan de Podemos: "El cielo no se toma por consenso: se toma por asalto". Lema olvidado por los podemitas una vez sentados sus culos en los sillones del consejo de ministros.

Las manifestaciones de 2003 protestaban contra la agresión unilateral del bloque imperialista representado por el Trío de las Azores contra un país, Irak, bajo un pretexto, el de la posesión de armas químicas, que se demostró una completa mentira por la que los "azoritas" nunca han pedido perdón. En el caso actual, de nuevo una dictadura imperialista ha irrumpido con una fuerza desproporcionada un pacífico país vecino, Ucrania, que ha solicitado ayuda a los países de la Unión Europea.

Y aquí surge la cuestión: ¿debe negarse el envío de material militar al país que lo solicita para defenderse de la agresión? Es coherente que figuras como el Dalai Lama o el Mahatma Gandhi, declarados defensores de la no violencia, prediquen un pacifismo a ultranza. Pero resulta chocante que la negativa a enviar armas a Ucrania provenga de la izquierda heredera ideológica de la II República Española.

En aquella ocasión histórica, la izquierda, con todo derecho, llamó al pueblo a empuñar las armas en defensa de la democracia y del legítimo gobierno republicano contra el que se sublevaron los militares. Un gobierno que pidió una ayuda externa que le fue negada por las potencias europeas, y no precisamente por cuestión de pacifismo. Por carambolas de la historia, sólo la Rusia de entonces, es decir, la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) envió alguna ayuda testimonial. Nada comparable con la que la Alemania nazi y la Italia fascista enviaron al ejército sublevado.

Se puede estar en contra de la existencia de la OTAN, pero negar ayuda a los que legítimamente luchan para defenderse de una invasión es una postura poco coherente. Máxime cuando, semanas después, tras conocerse la última vergüenza española en la cuestión del Sáhara Occidental, la izquierda volvía a gritar: "Polisario vencerá". No olvidemos que el Frente Polisario es un movimiento que lucha por la autodeterminación del pueblo saharaui, contando para ello con un ejército armado. Lucha, por lo demás, tan legítima como la del Frente Popular en la España de 1936, la de los palestinos y ahora la de los ucranianos.

Refugiados

Otra de las grandes perplejidades del momento es la sorprendente oleada de solidaridad europea hacia el éxodo de millones de personas que, de la noche a la mañana, se han visto obligados a abandonar su hogar llevando el resumen de su vida en las escasas pertenencias que caben en una maleta. Gentes que huyen de la guerra, a las cuales tanto la sociedad civil como las autoridades del Estado les han abierto de par en par las puertas de entrada a nuestro país.

Un solidaridad que no por bienvenida resulta sorprendente porque contrasta con el tradicional rechazo a los refugiados que huyen de cualquiera de los 65 conflictos bélicos activos en nuestro planeta. Países como Nigeria, Chad, Etiopía, Eritrea, Sudán, República Saharaui... son escenario de insurgencias e intervenciones militares. Sin olvidar Siria, país cuya población civil huye de una guerra en la que participan efectivos militares rusos que han golpeado con idéntica brutalidad a la ejercida contra Ucrania.

Ahora, el Gobierno de España ha activado la norma europea para acoger de manera ilimitada a los refugiados ucranianos que huyen de la guerra. Con gran consenso del conjunto de la población, incluida esa derecha política que rechaza con tanta contundencia como desprecio la admisión de los refugiados de otras procedencias. Actitud que ha suscitado críticas desde otras formaciones aludiendo a que esta solidaridad se produce "porque son rubios y con ojos azules". Vamos, no hay más que mirar la rubicunda faz y el color de los ojos de José María Aznar e Isabel Díaz Ayuso, el dúo más conspicuo y representativo de la derecha española, para comprobar que la tesis de la similitud étnica no es muy consistente.

Por muy sobrevenida y sesgada que pueda ser esta solidaridad con los refugiados ucranianos, en aras del más puro utilitarismo habrá que darle la bienvenida. Porque, a partir de ahora, va a ser muy difícil explicar por qué no es posible conceder el estatuto de refugiado político al resto de la gente que venga llamando a nuestras puertas huyendo de la guerra, de cualquier guerra, incluidas esas guerras que proporcionan momentos dulces a los comentaristas que ponen tanto énfasis en adjudicar responsabilidades geopolíticas que olvidan la dimensión humana de este nuevo desastre bélico.



Balance estimado de pérdidas humanas y materiales en Ucrania al 28 de marzo


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(1) Francisco José I de Austria, emperador de Austria, rey de Hungría y rey de Bohemia. Declaración de Guerra a Serbia 28 de julio de 1914 tras el asesinato del archiduque Francisco Fernando en Sarajevo.

(2) La expresión original es de Píndaro, recogida por Erasmo de Rotterdam en sus  Adagia.
Et elegans cum primis et multorum literis celebratum adagium est : Γλυκὺς ἀπείρῳ πόλεμος, id est Dulce bellum inexperto. Id ita reddit Vegetius libro De re militari III, capite XIV : Nec confidas satis, si tiro praelium cupit ; inexpertis enim dulcis est pugna. Citatur ex Pindaro : Γλυκὺ δὲ πόλεμος ἀπείροισιν, ἐμπείρων δέ τις ταρβεῖ προσιόντα νιν καρδίᾳ περισσῶς, id est Dulce bellum inexpertis, ast expertus quispiam horret, si accesserit cordi supra modum.
http://ihrim.huma-num.fr/nmh/Erasmus/Proverbia/Adagium_3001.html

(3) causa causae est causa causati'La causa de la causa es la causa de lo causado'. A veces se reduce: causa causae causa causati, o se amplía: quicquid est causa causae, est etiam causa causati; también suele figurar en plural: causa causorum.  https://dpej.rae.es/lema/causa-causae-est-causa-causati

(4) Bertold Brecht: Preguntas de un obrero ante un libro.

(5) Karl Popper: La sociedad abierta y sus enemigos.






 

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