"Más allá de que sea ilegal, la cuestión es si
es entendible que el 1 de abril de 2020, cuando morían en España 700 personas
[diarias], se pueda contratar con tu hermana y recibir 300.000 euros por vender
mascarillas. Yo no permitiría que mi hermano cobrara 300.000 euros por un
contrato decidido en un consejo de ministros". Esta declaración de Pablo Casado
en una emisora de radio es la que mejor define los usos y costumbres del Partido Popular en el gobierno de Madrid.
Es creencia popular que solo los niños
y los borrachos dicen la verdad. Líbrenos el dios Baco de afirmar que Pablo
Casado, actual y menguante líder del Partido Popular (PP), se encontraba ebrio
cuando se refirió con esas duras palabras a Isabel Díaz Ayuso en una entrevista radiofónica en COPE, la cadena de radio episcopal. Y no porque le faltasen incentivos para empinar
el codo por parte de los líderes que le han precedido en la presidencia del partido
de la corrupción institucionalizada. Comenzando por José María Aznar que en
2007 cuestionaba las recomendaciones oficiales de los responsables de la
Dirección General de Tráfico para evitar la bebida al volante: ¿quién es la DGT para decir cuanto puedo beber?, afirmó Aznar en el curso de un acto
protocolario. Por su parte y en otro acto público, Mariano Rajoy lanzó su
célebre grito de guerra: Viva el vino.
Si no fue el alcohol en vena (in vino veritas) lo que llevó a
Pablo Casado a expresar estas verdades del barquero, otro de los motivos bien pudo obedecer a una rabieta del niño que lleva dentro. En efecto, en su corta trayectoria política, este dirigente ha
dado sobradas evidencias de un comportamiento infantil. Que no es un atributo único del personaje pues la puerilidad asociada a grandes dosis de narcisismo pueril es la nota dominante que caracteriza a gran parte de la clase política de última generación. Tenemos buenos ejemplos de otros prometedores líderes de gran relumbrón mediático cuyo mayor logro ha sido conducir a sus respectivas formaciones a la insignificancia.
Como no hay mal que por bien no venga, gracias a este fugaz arranque de sinceridad, Pablo Casado, aparte
de poner patas arriba a su partido, ha proporcionado a la opinión pública una esclarecedora
definición de los usos y costumbres habituales en el gobierno del PP en Madrid. Que pueden resumirse en una palabra: corrupción.
Sinceridad, la de Casado, bastante transitoria, pues, al día siguiente de sus contundentes afirmaciones en la radio, dio por
buenas las explicaciones recibidas de la hermana del comisionista, Isabel Díaz
Ayuso, y retiró la amenaza de someterla a un expediente interno para depurar responsabilidades. Tuvo que recular ante la presión interna de los 'barones' regionales. Tanto para ellos como para el resto de altos cargos del
partido que ahora se han conjurado para cargarse a su líder, todo esto de la corrupción es lo normal. Business as usual.
El infantilismo político de Casado se evidencia cuando, en los últimos estertores de su mandato, todavía confesaba a los más cercanos colaboradores "No sé por qué me tengo que ir. No he hecho nada". Parece que hasta hoy no se había enterado de que una de las reglas de la mafia es la ley del silencio. Como señala
Ignacio Escolar: "al presidente del
PP le echan por romper la omertá".
Lo más preocupante de todo este asunto es que la corrupción también sea vista como algo normal por los millones de votantes del Partido Popular. Pese a ver cómo los validos de Esperanza Aguirre, Ignacio González y Francisco Granados acabaron dando con sus huesos en la cárcel, hay miles de electores que, en las sucesivas convocatorias electorales a la Asamblea de Madrid, continúan depositando en la urna la papeleta que perpetúa a los corruptos en la gestión de los dineros públicos.
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